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Epifanía del Señor
6 de enerto de 2018
 
 

Que no sirva de pretexto

     Epifanía significa manifestación: Dios se ha manifestado a toda la humanidad en la persona de Jesús. Este es el mensaje central del evangelio de hoy: el diálogo de Dios con la humanidad ha roto todas las fronteras; su palabra, su mensaje, su proyecto está dirigido a toda la humanidad. Y se ha manifestado para que lo que nos dice, para que lo que sabemos -que Dios quiere ser padre de todas las personas que acepten vivir como hermanas-, no lo guardemos para nosotros, sino que lo pongamos al servicio de los demás. Por eso Dios jamás podrá servir -legítimamente- de pretexto para enfrentar a los hombres.

 


    
     Es verdad, pero no es “historia”.
    

            Si queremos entender los pasajes del evangelio que se refieren a la infancia de Jesús debemos dejar de considerarlos historia, en el sentido moderno de la palabra. Lo que los evangelistas pretenden no es contar con todo detalle unos hechos que sucedieron en un lugar concreto y en una fecha precisa; lo que quieren es comunicar de parte de Dios un mensaje que, si lo pusiéramos en práctica, nos serviría para encontrar la felicidad y la salvación. Los evangelios son el testimonio que las primeras comunidades cristianas nos dejaron acerca de su fe y de lo mucho que, como consecuencia de haber creído, cambiaron sus vidas. Ahora bien: como su fe no consistía en aceptar una teoría, sino en ponerse del lado del Hombre en el que Dios quiso compartir la existencia humana, su testimonio arranca de los principales hechos –históricos, sin duda- de la vida de Jesús. Pero los evangelistas, según práctica frecuente en aquella cultura, no sienten ningún reparo en modificar determinadas circunstancias o, incluso, en inventarse relatos enteros si esto les sirve para explicar mejor el mensaje que ha cambiado su propia vida y la de los demás miembros de la comunidad, mensaje que quieren proponer a quienes estén interesados en ese nuevo modo de creer y de vivir.
    
El secreto del Mesías
    
       El de la adoración de los Magos -como la mayoría de los que se refieren a la infancia de Jesús- es uno de estos relatos; en él Mateo adelanta una de las enseñanzas centrales de la predicación de Jesús y que, con otro estilo, nos ofrece Pablo en el párrafo de la carta a los Efesios que se lee hoy como segunda lectura: «que los paganos, mediante el Mesías Jesús y gracias a la buena noticia, entran en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y tienen parte en la misma promesa», es decir: que cualquier persona, sea cual sea su origen, el color de su piel, la lengua en la que se exprese, las tradiciones religiosas que profese o el lado de la frontera en el que haya nacido, está llamado a incorporarse al proyecto de convertir este mundo en un mundo de hermanos, porque Dios se ofrece para ser el Padre de todos los que como tal lo acepten. Eso es lo que nos quiere explicar Mateo con la historia de estos extranjeros -los magos que vienen de Oriente- que se acercan a rendir homenaje al recién nacido: que Dios no hace diferencias entre los hombres ni por la raza, ni por la nación, ni por la cultura, ni por la religión...
          Este es, en palabras de Pablo, el secreto del Mesías, que él tiene el encargo de desvelar.
    
    
El rechazo de Israel    
            Los magos no eran reyes, ni funcionarios de ningún gobierno; eran -no eran, en realidad, ya hemos dicho que no se trata de historia pero, para entendernos, hay que hablar de alguna manera- científicos, lo que hoy llamaríamos intelectuales. Se dedicaban a estudiar las estrellas, en donde los hombres siempre han intentado leer la historia por adelantado. Mateo dice que en las estrellas descubrieron la noticia del nacimiento de un rey, el rey de los judíos. Aunque el evangelio no lo dice expresamente, debemos suponer que en aquel nacimiento supieron descubrir la mano de Dios y atisbar, quizá, el secreto que en él se encerraba. Y se pusieron en camino -actuaron en consecuencia; su ciencia, la verdad que habían descubierto, les sirvió para su vida- y se fueron a rendir homenaje y a ponerse al servicio de aquel rey recién nacido.
            Cuando llegaron a Jerusalén fueron a preguntar al palacio real. Allí no había ninguna vida nueva -pronto se demostraría que aquél era un reino de muerte-. Herodes, rey ilegítimo que reinaba gracias al imperio de Roma, temiendo por su trono, convocó a los mayores expertos en las cuestiones de Dios, a los letrados y a los sumos sacerdotes, para que le aclararan qué estaba pasando.
            Por supuesto que supieron darle respuesta; no eran ignorantes, conocían perfectamente la palabra de Dios y todos los anuncios de los profetas y respondieron adecuadamente: «En Belén de Judea, así lo escribió el profeta». Lo sabían todo, pero ¿para qué les servía su ciencia?
            Para ponerla al servicio de un poder tiránico y opresor al que ofrecen los datos que le permitirán atacar con todos los medios la esperanza que acaba de hacerse carne en medio de la humanidad y, como se irá viendo en el evangelio, también les servirá para conseguir y mantener sus privilegios, para engañar y explotar al pueblo al que trataban de ocultar la verdad que tan bien conocían y que tan poco les interesaba que se conociera.
          Por eso ya no brilla sobre Jerusalén la luz del Señor; por eso la estrella que atrae a los representantes de los pueblos de la tierra se oculta al llegar a la ciudad que hasta ese momento representaba la presencia de Dios entre los hombres: el Dios de la liberación había sido expulsado de aquella ciudad, convertida, por la traición de sus dirigentes, en un sistema de opresión del pueblo sencillo (Mt 21,13). De este modo, Mateo nos anticipa también el rechazo que sufrirá Jesús: al final la jerarquía político-religiosa de Israel (sumos sacerdotes, senadores y letrados) manipulará al pueblo para pedir, todos juntos, a otro poder tiránico (el representado por el gobernador romano) su condena a muerte y la ejecución en la cruz; la aceptación de esta muerte revelará el verdadero sentido de la realeza de este Mesías.
     
     
La luz de la estrella
    
          Con algunas alusiones, muy significativas para la cultura judía, Mateo nos descubre también que el que acaba de nacer será el encargado de llevar a término el plan de Dios para la humanidad.
          La universalidad de este proyecto ya era conocida, como nos muestra la primera lectura, de Isaías y, sin liberarse del todo de una concepción nacionalista de la elección, también el salmo que se recita en la liturgia de esta fiesta.
          Pero, además, estos textos descubren el sentido de ese proyecto: Jesús viene a instaurar el gobierno, el reinado de Dios en el mundo que se caracteriza por la implantación de la justicia y por la reivindicación de los derechos de los pobres y excluidos y por la defensa de los que no tienen otra protección más que la que Dios les ofrece. Así, de este modo, será rey.
          Al conectar su relato con el libro de Isaías y otros textos bíblicos, el evangelista nos descubre el verdadero sentido de la luz de aquella estrella que guiaba a los magos
    
          En resumen, estas son las principales enseñanzas de la fiesta y del evangelio de hoy:
               - Dios no hace distinciones entre los seres humanos: todos están invitados, en Jesús, a ser sus hijos; basta con que acepten vivir como buenos hermanos, como buenas hermanas. El proyecto que él propone se dirige a toda la humanidad; tiene, por tanto, un carácter universalista.
               - Nosotros tenemos la suerte de haber conocido esta noticia. Conocemos el proyecto de Dios y sabemos que es para la humanidad entera. Y debemos poner nuestra sabiduría al servicio no del poder o de nuestros privilegios, sino de toda la humanidad y, en especial, de todos los que necesitan y buscan liberación.    
    
No puede servir de pretexto
    
          Al menos para los cristianos, la religión no puede ya servir de pretexto para enfrentar a los hombres y a los pueblos.
        No conozco otras religiones con la suficiente profundidad como para hablar de ellas con plena solvencia. Pero seguro que los hombres, independientemente de nuestras creencias, podemos encontrarnos en estas dos ideas: lo importante es la persona y su necesidad de liberación, es decir, la persona y su dignidad, la persona y los derechos inherentes a su dignidad; y, para poder encontrarnos, hay que empezar siendo sinceros y respetuosos con los puntos de vista y las experiencias de los demás.
         El evangelio nos facilita acoger esta propuesta diciéndonos expresamente que para Dios no hay valor mayor que el de la persona ni hay derecho superior al bien del hombre (ver, p. ej.: Mt 12,1-14); en el mandamiento nuevo (Juan 13,34-35;15,12), la norma que supera y declara cumplidas todas las demás leyes y que caracteriza el modo de vida de los seguidores de Jesús, Dios se retira, no aparece. Ese mandamiento no nos exige amar a Dios -ni mucho menos matar por Él-, sino que acojamos el amor de Dios y, con él, amemos a nuestros hermanos (porque, precisamente en eso, en amar a los hermanos consiste el amor a Dios: «En esto consiste al amor: no en que nosotros hemos amado a Dios sino en que él nos amó y nos envió a su hijo... si Dios nos amó de esa manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» 1Jn 4, 10-11).
          Por eso, además de proclamar la esperanza que anuncian los Magos, debemos denunciar como blasfemos a todos aquellos, sean de la religión que sean, que pretendan apoyarse en Dios para justificar la opresión, el asesinato y la violencia, a todos los que usen la religión para dividir y enfrentar a los seres humanos.
    
Sino de estímulo
    
          Y a la denuncia debe seguir el anuncio de que es posible un mundo, al mismo tiempo, diverso y fraterno, multicultural y solidario. El anuncio de que el diálogo y el encuentro interreligioso es posible sin dejar de ser fiel a las propias creencias; al contrario: para el cristiano las diferencias en las tradiciones religiosas (por ejemplo «circuncisión o incircucisión» (Col 3,11; ver también Gal 3,27-28) no pueden ser un obstáculo para relacionarse con los demás, para construir el Reinado de Dios y para acoger a todos aquellos que estén dispuesto a aceptar que es posible la convivencia pacífica -solidaria, amorosa- entre los humanos.
          A hacer realidad esa utopía nos impulsa el mensaje del evangelio; a construir ese otro mundo posible nos empujan nuestras creencias, nos estimula nuestra fe, nuestra adhesión al proyecto del niño que encontraron en Belén aquellos Magos de Oriente.

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