Domingo 1º de Adviento
Ciclo A

1 de diciembre de 2019
 

Es hora de espabilar

     Así lo señala Pablo; así lo indica Jesús en el evangelio. Hay una meta a la que llegar, anunciada con magnífica fuerza poética por Isaías. Pero el camino hasta la meta exige esfuerzo y valor; y la decisión de jugarse la propia piel para que ningún otro ser humano tenga que perder la suya. Y exige también lealtad total con Jesús y con su proyecto; y solidaridad con él y con los suyos, los pobres de la tierra; y con ningún otro señor, porque los demás confunden el señorío con el dominio ejercido por la fuerza y la violencia.
     Así empujaremos la historia humana hacia su realización plena. Y si nuestra vida termina antes de que la historia llegue a su fin... eso queda en las mejores manos: en las del Padre.

 




Hermosa y vieja utopía

     El libro de Isaías comienza con una dura acusación de Dios contra su pueblo o, mejor, contra los dirigentes, los ricos y los poderosos porque, al mismo tiempo que rezan y celebran ceremonias religiosas, explotan a los pobres y roban a los débiles: «tus jefes son bandidos, socios de ladrones; todos son amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda. (Is 1,23).
     En la época del profeta, Judá se vio envuelta en conflictos, guerras y otras crisis que los dirigentes trataron de superar poniendo su confianza en la fuerza de las armas y en pactos con potencias extranjeras. Isaías denuncia esa confianza y esos pactos como una traición al Dios de Israel que tendrá funestas consecuencias para el pueblo judío: no se alcanzará la salvación pactando con extraños, por muy poderosos que estos sean, sino todo lo contrario: «seréis como una encina con las hojas secas, como un jardín sin agua. El poderoso será la estopa, su obra será la chispa: arderán los dos juntos y no habrá quien lo apague» (1,30-31).
     Pero el profeta no está sólo para anunciar desgracias: hay una esperanza para los pobres, hay esperanza para el pueblo, hay esperanza para todos los pueblos del universo: llegará la paz de la mano de la justicia. Dios ofrece, por medio del profeta, una propuesta: que se instaure su justicia. Poco antes ha dejado bien sentado que no tiene sentido tratar de acercarse a él, si no se es justo con los demás: «buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y hablaremos...» (Is 1,17-18). Primero, pues, la justicia, después (o a la vez) el desarme y la reconversión de la mortífera industria de guerra en industria de vida -aperos de labranza- y finalmente la paz: «De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra».


 
El ideal de Jesús

     La propuesta de Isaías queda integrada, aunque ampliamente superada, en el mensaje de Jesús de Nazaret. Y no sólo porque puso la meta mucho más lejos, sino porque trazó con claridad y recorrió hasta el final el camino que nos puede llevar a conseguir ese objetivo: cambiar este mundo y convertirlo en un mundo de buenos hermanos. Naturalmente que su itinerario estuvo lleno de dificultades; pero él se mantuvo fiel hasta el final, sin rehuir el conflicto y asumiendolo pacíficamente: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo» (Lc 23,34). Y se mantuvo despierto, sin dejarse adormecer por los distintos cantos de sirena que le entonaron durante toda su vida (ejemplificados en el relato de las tentaciones, Mt 4,1-11), y sin permitir que lo asustaran las amenazas que, al final, lo llevaron a la muerte.
     Ese proyecto, el reino de Dios lo llaman los evangelios, se realizará en dos etapas: una primera, en la que se va construyendo la fraternidad en este mundo, en medio de luchas y persecuciones; otra etapa, definitiva, más allá de esta historia.
     Ahora, en la etapa presente, a nosotros nos toca empujar para que ese ideal de Jesús se vaya haciendo realidad. Y ese empuje por un mundo de justicia y de paz será, -¡cómo no!- causa de conflicto con la tiniebla (segunda lectura).



Ya despunta un nuevo día

     Pablo, como todo el Nuevo Testamento, llama tiniebla al mundo organizado en contra de la justicia de Dios.
     La tiniebla es ese orden que condena a muerte cada día a decenas de miles de personas, como consecuencia del hambre y la pobreza, porque no tienen el dinero necesario para comprar las medicinas que podrían curar sus enfermedades, ese mismo mundo en el que cada segundo se gastan cerca de 60.000 dólares en preparar la muerte (en nuestro mundo, cada día se venden armas por valor de más de cuatro mil quinientos millones -4.500.000.000- de euros, unos 5.000 millones de dólares; 1.822.000.000.000 $ en el año 2018: ver Anuario del SIPRI, resumen en español, pag. 6
aquí). En la pasada (para algunos) crisis1, los gobiernos de los países más ricos regalaron cerca de 3 billones de dólares para recuperar los bancos culpables de su situación: El 1% de esto podría alimentar 59 millones de niños con hambre por un año. Y a las puertas de los países ricos, mueren de hambre y miseria, sufren frío, desesperación y miedo, millones de personas que huyen del hambre y de las guerras que esos mismos países ricos generaron.
     ¿Cómo es que hay dinero para la industria de la muerte y para salvar a los bancos y no para saciar el estómago de los hambrientos? «¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto?», se pregunta el Papa Francisco
(Discurso del Papa Francisco a los participantes en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares). Esa es hoy la tiniebla.
     Para Pablo esa tiniebla está a punto de ser vencida por la luz de un nuevo día, que ya despunta, en el que la paz podrá ser mucho más firme pues su cimiento no será sólo la justicia sino también la fraternidad y el amor: «A nadie quedéis debiendo nada, fuera del amor mutuo, pues el que ama al otro tiene cumplida la Ley» (Rm 13,8). La cercanía del día nuevo hace aún más preciso que se ponga en práctica el mandamiento nuevo que será señal definitoria de una nueva humanidad.
     Ese día, sin embargo, no ha llegado aún. ¿Y cuándo llegará?



La llegada del Hombre

     El evangelio no responde a esa pregunta. Nos dice, en cambio, dos cosas. La primera cuál es la actitud con la que se debe afrontar la situación presente y la esperanza futura: "manteneos despiertos... estad también vosotros preparados..." Esta recomendación, "manteneos despiertos conmigo", la volverá Jesús a repetir a sus discípulos cuando, en las horas que precedieron a su detención, en el Huerto de los Olivos, en intenso diálogo con su Padre, aceptaba llegar hasta el final en su compromiso, aunque ese final fuera, como iba a ser, la muerte. La recomendación de Jesús constituye, por tanto, una invitación a estar con él hasta en los momento más difíciles, a ser fieles como él lo fue, hasta el final, al compromiso de luchar por un mundo de hermanos, arriesgándolo todo, hasta la vida, en la empresa.
     Esto no significa que haya que luchar a ciegas, sino simplemente que hay que luchar, que no habrá descanso en esta lucha y que, aunque la historia, en líneas generales, avance hacia la justicia, el amor y la paz, estos valores se abrirán paso con muchas dificultades y gracias a la entrega y al sacrificio de muchos;  y que habrá momentos, como el presente, en los que la dirección parece que se invierte y que la historia camina hacia atrás.
     En realidad ese mundo no llegará, estará llegando permanentemente, superando conflictos, abriendo y conquistando espacios de justicia y de paz, de amor y de fraternidad. Para que esa llegada sea constante y no se detenga es la exigencia de mantenerse despiertos.



De ese asunto... entiende el Padre

     Pero ¿qué sucederá con los que no lleguen a ver ese nuevo día? ¿Y con los que se dejen la piel en el intento? ¿Llevarán razón los que dicen que -al menos para ellos- ya ha terminado todo? Sólo hay una respuesta a esa pregunta: el Padre se ocupa de ese problema -«en lo referente al día aquel o el momento, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el Padre» (Mt 24,36). Sí que verán ese nuevo día. Cuando menos se lo esperen, llegará el Hombre y los llevará consigo. El asunto está en las mejores manos. La historia, pues, no ha terminado. La Navidad que se acerca es memoria de la llegada histórica del Hombre y anuncio de las que irán produciéndose a medida que va llegando el verdadero fin de la historia.
     Y es que el presente y el futuro están indisolublemente unidos en él, el Hombre2, que vino no a enseñarnos el camino del cielo, sino a dar su vida para traer el cielo a la tierra.
     ¿Lo conseguiremos algún día a pesar de los señores del dinero y de la guerra?

 


 

2. El uso de la expresión “el Hombre” traduce la expresión griega que literalmente se ha traducido como “El Hijo del Hombre”, lo que significa “El ser humano modelo” “El ser humano por excelencia”; no debe darse a esta expresión tenga ningún sesgo de género, sino que debe entenderse que abarca a toda la especie humana.
Desde una perspectiva de lenguaje inclusivo no machista, reivindico el uso de “hombre” como sinónimo de “persona”, es decir, como expresión que incluye a toda la especie humana. En realidad “hombre” no tiene femenino, como “persona” no tienen masculino. El uso de “hombre” sólo para referirse a los varones es un síntoma del machismo en el lenguaje; síntoma que, si se llegara a superar, indicaría que se habría logrado un lenguaje verdaderamente inclusivo.

 

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