Domingo 2º de Adviento
Ciclo B

6 de diciembre 2020
 

 

El Cielo ya en una Tierra nueva

    Dios está viniendo continuamente a dar vida y libertad a la humanidad; sabemos que vino en el pasado; esperamos su venida para el futuro. Él no ha cesado, ni cesa, ni cesará de ocuparse de la humanidad para favorecer la vida y la libertad. Pero hay que estar preparados para encontrarse con Él. Para nosotros ese encuentro debe haberse producido ya. Y ahora nos toca, al tiempo que renovamos nuestro compromiso, invitar a otros para que se incorporen a un nuevo éxodo -camino de libertad- y se unan a la tarea de apresurar su venida y anticipar la esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia.

 



Lectura creyente de la historia


    Al principio del siglo sexto antes de Cristo, un imperio extranjero, Babilonia, invadió Jerusalén y deportó a muchos judíos a Mesopotamia. La lectura que los creyentes hacen de estos acontecimiento y que se expresa en el Antiguo Testamento considera que son la consecuencia directa de los pecados del pueblo. Este exilio duró unos sesenta años, hasta que Ciro, rey de Persia, conquistó Babilonia y decretó la liberación de los exiliados y les permitió volver a Jerusalén.
    La explicación histórica del final del exilio parece clara: las circunstancias políticas habían cambiado; a la potencia hegemónica del momento, Persia, que va sometiendo al imperio Babilónico, no le interesaba mantener exiliados en el interior de su imperio ya que le resultaba más beneficioso contar con la sumisión y la obediencia de los dirigentes de los distintos pueblos sometidos; éstos se encargarían de garantizarle lo que de verdad les interesaba: la recaudación de impuestos y la paz social, la estabilidad política y la ausencia de revueltas y rebeliones.
    Esta es la historia humana; pero hay otra manera de leer la historia, hacer una lectura profética viendo en ella la mano de Dios que vuelve a intervenir para liberar a su pueblo. El profeta interpreta así estos acontecimientos a la luz de la fe: Dios, que parecía haberse alejado de su pueblo, no se ha olvidado de él; lo que parecía un abandono no es más que una advertencia, un castigo regenerador que pretende corregir y estimular al pueblo para que vuelva a sus orígenes y recupere la fidelidad a la alianza con el Señor; Dios, que sigue siendo un Dios liberador, mueve los hilos de la historia para favorecer la libertad de sus elegidos; en este momento se ha servido de Ciro, un rey pagano, para que su salvación -la salvación de Dios- llegue a los suyos.


    El profeta Isaías (el llamado Segundo Isaías), describe la liberación que se acerca como un segundo éxodo (recordando el camino que los Israelitas, liberados de la esclavitud, hicieron desde Egipto hasta la tierra prometida). A la cabeza de los que vuelven irá el Señor, a quien es necesario preparar el camino: "que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale". La predicación del profeta es, en primer lugar, anuncio de salvación, consuelo para un pueblo desdichado para el que sus penalidades están a punto de terminar; cuando esto suceda, la actividad liberadora de Dios, realizada en favor de su pueblo, podrá ser conocida "por todos los hombres juntos". Pero, para poder beneficiarse de esa salvación, habrá que estar bien dispuestos; la presencia cercana y la acción de Dios, que es quien libera y salva, exige una preparación: de este modo la predicación del profeta es, también, una llamada a la renovación del pacto que acordaron con Dios sus antepasados cuando todavía estaban experimentando la primera acción liberadora el Señor, es una llamada a corresponder a la acción de Dios luchando contra la injusticia y comprometiéndose con la justicia, la igualdad y la libertad de todos.
    El profeta que hace este anuncio se da poco después a sí mismo un magnífico título: «pregonero de buenas noticias» expresión que, traducida al griego será "evangelista".

 

Orígenes de la buena noticia

    Marcos comienza su evangelio con esta frase: «Orígenes de la Buena Noticia, -evangelio- de Jesús, Mesías, Hijo de Dios», frase que debe considerarse título de toda la obra: lo que va a contar Marcos no es ya buena noticia porque, para sus lectores ya no es noticia. La buena noticia es el nuevo modo de vida que experimenta ya la comunidad a la que Marcos se dirige con su escrito con el que pretende ofrecerles materiales de reflexión para que sean capaces de interpretar su propia historia, su inmediato pasado y su presente, que tuvo su origen en los hechos que Marcos se dispone a relatar.
    Marcos vive en una comunidad cristiana, con un grupo de personas que han empezado a poner en práctica el mensaje de Jesús de Nazaret. En ellos se está produciendo un cambio profundísimo en lo que toca a su modo de vivir; la experiencia que están atravesando constituye una inagotable fuente de alegría y de felicidad. El mensaje de Jesús ha sido, en verdad, buena noticia, la Buena Noticia: se sienten hijos de Dios y viven como hermanos de todos los que han querido adoptar este modo de vida; entre ellos no hay nadie que pase necesidad, porque todos han renunciado a hacerse ricos y lo que cada uno tiene lo comparte con todo el grupo; nadie está solo porque entre ellos todos son solidarios y sienten que en ese amor que se tienen actúa la misericordia del Padre. El mundo va siendo ya allí, en ellos, un mundo de hermanos... Pero esta transformación no ha sobrevenido de repente, sino como consecuencia de un proceso que, aunque pudiera estar avanzado, ha sido largo y aún no está terminado. Y Marcos quiere dejar escrito el testimonio de lo que dio origen a ese cambio tan profundo que se ha producido en la vida de los miembros del grupo.


    Así empezó todo, dice Marcos. Estos son los orígenes de esa nueva realidad que se vive entre los grupos cristianos. Porque, a la vista del estilo de vida de los seguidores de Jesús, habrá quienes decidan adoptar ese modo de vivir e incorporarse al grupo: para ellos, y especialmente para todos los que en adelante puedan sentirse atraídos por Jesús de Nazaret-él es en realidad ese origen- y su mensaje, escribe Marcos su evangelio. Desde el principio: para que todos sean conscientes de los hechos que dieron origen a lo que ahora viven y, probablemente, para que nadie intente alcanzar la meta sin hacer, completo, todo el camino.
    Al empezar su obra con la palabra  “orígenes”  la misma con la que empieza la Biblia -"arjé" = origen, principio- Marcos se sitúa en la línea que considera que la acción liberadora de Dios que culmina en con la misión de Jesús es una continuación de su obra creadora: la vida del hombre no puede separarse jamás de su libertad; cuando el hombre haya llegado a ser plenamente libre, Dios habrá culminado la creación.  Además, al dar este título al relato sobre la vida y el mensaje de Jesús nos está indicando que la suya es una obra que aún no ha terminado.

 

Vuelta al desierto

    La Buena Noticia que va a contar Marcos comenzó con la misión de Juan Bautista en el desierto, igual que la liberación de Israel y su constitución como pueblo elegido por Dios. Éste, que tiene como misión preparar a los hombres para recibir al Mesías y escuchar su mensaje, se marcha fuera, se margina él mismo de la sociedad y proclama su mensaje desde un lugar despoblado.
    Era la de entonces -como la de ahora- una sociedad injusta y opresora; por eso Juan empieza su tarea invitando a la gente a iniciar un nuevo éxodo, a salir de aquel ambiente de injusticia y a volver al desierto, el lugar que representa, según los testimonios del Antiguo Testamento, la época en la que las relaciones del pueblo con Dios fueron mejores (Sal 114,1), el tiempo en el que la experiencia de la liberación de la esclavitud estaba todavía a flor de piel y era sentida con intensidad como manifestación del amor eterno de Dios hacia su pueblo (Jr 31,3; Is 63,7-9; Sal 98,3; 107,1-8; 136,10-24); época en la que, en correspondencia a dicho amor, Israel se comprometió a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y a evitar que, entre sus miembros, se reprodujeran las estructuras de esclavitud que había tenido que soportar en la tierra de Egipto (Ex 19,8).
    Desde este otro desierto, figura del primero, Juan empieza a proclamar su pregón. Este consiste en una invitación: enmendaos, corregid vuestro modo de vivir, abandonad vuestra vida de pecado.

 

Arrepentimiento, perdón y Nueva Alianza

    De acuerdo con la manera de hablar de los antiguos profetas (Marcos, al presentar a Juan con dos citas de los profetas, lo sitúa en línea con ellos, identificado con su predicación y su doctrina), se debe considerar pecado todo aquello que hacía volver a la sociedad a la situación de Egipto, olvidándose del Dios que los liberó de la esclavitud y destruyendo la libertad y la dignidad de los que por Dios fueron liberados. Pecado, para los profetas, era la injusticia y la explotación del hombre por el hombre, expresión y consecuencia de toda idolatría (Is 1,10-31; 59,9-15; Am 5,7-12).
    El Bautista, para preparar el camino al Señor, a Dios, que viene en Jesús Mesías, Hijo de Dios, propone a los que salen de la sociedad injusta -«y fue saliendo hacia él todo el país judío y todos los habitantes de Jerusalén»- que rompan con la injusticia y que adopten un modo de vivir de acuerdo con la voluntad del Dios liberador, expresando esa decisión en un bautismo: «y él los bautizaba en el río Jordán a medida que confesaban sus pecados».
    El paso siguiente será acoger a Jesús y, con él, renovar el pacto que Dios había hecho con su pueblo y que éste había violado repetidamente (Jer 22,9; 31,32;  Ez 16,59; Os 2,4; etc.). Las palabras de Juan «Llega detrás de mí el que es más fuerte que yo, y yo no soy quién para agacharme y desatarle la correa de las sandalias» se refieren a una antigua ley, llamada ley del levirato. Esta ley establecía que cuando un hombre casado moría sin dejar descendencia, sus familiares varones tenían el derecho y la obligación de casarse con la viuda para garantizar que el difunto tuviera legalmente descendencia; cuando el familiar más cercano lo rechazaba, éste derecho pasaba a otro familiar, lo que se simbolizaba mediante un gesto: el que renunciaba entregaba una de sus sandalias al que asumía el derecho (ver Dt 25,5-10; Rut 4,5-11) Al usar estas palabras el evangelista está indicando que Jesús es el nuevo Esposo, que viene a establecer nueva alianza, un nuevo modelo de relación del hombre con Dios que se deberá iniciar con un bautismo, también nuevo, distinto al que Juan administra, en el que el agua será sustituida por el Espíritu de Dios.

 

Un cielo nuevo, una tierra nueva

    El evangelio de Marcos no es una historia; es una reflexión sobre la realidad que vive la comunidad a la que él pertenece y a la que se dirige para iluminar esa realidad con el mensaje de Jesús; y es también el testimonio de esa comunidad que nos dice que en ellos ha empezado realizarse la vieja profecía de Isaías (65,17; 66,22), recogida por el apóstol Pedro, y que anuncia «un cielo nuevo y una tierra nueva en la que habite la justicia». Ellos ya son buena noticia porque, bautizados no con agua, sino con Espíritu Santo, han empezado a vivir de acuerdo con el mensaje de aquel a quien Juan Bautista preparó el camino. Por medio de Marcos -portavoz de la comunidad en la que reside el Espíritu- aquella comunidad nos indica el camino que debe andar cualquier persona o cualquier grupo que quiera escuchar y llegar a ser buena noticia: ese camino comienza por el reconocimiento de los propios pecados, esto es, reconociendo el grado de complicidad de cada cual con la injusticia de este mundo viejo, y continúa con la ruptura con ese mundo, afrontando la lucha contra la injusticia, sin olvidarse de la que pueda haber dentro de cada uno de nosotros.
    Porque, sin duda, vivimos en medio de la injusticia establecida. Y, aunque, es posible que estemos en medio de este mundo injusto y no pertenezcamos a él, también es posible que seamos, en mayor o menor grado, cómplices o culpables de su maldad.
    En el primer caso, ahora tenemos la ocasión de reafirmar nuestra ruptura con este mundo, nuestra salida del ámbito de influencia de la injusticia. Pero si todavía no hubiéramos salido, éste puede ser el momento de hacerlo. Como los que oyeron hablar de Juan Bautista, pongámonos en camino, salgamos al desierto, fuera del orden injusto que gobierna este mundo, y después de reconocer que hemos sido en mayor o menor grado culpables del dolor de nuestros semejantes, asumamos el compromiso de iniciar un nuevo modo de vida, abriendo nuestro corazón a la palabra del Señor que ya se hizo carne humana y que vuelve a hablar para nosotros.
    El compromiso, el que fue siempre exigencia de la fe cristiana: construir «una tierra nueva en la que habite la justicia», nueva tierra que, a medida que la vayamos construyendo, empezará a ser ya el nuevo cielo.

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