Domingo 24º del Tiempo Ordinario
Ciclo B

12 de septiembre de 2021


Humano para divinizar la humanidad

 

     Hijo del Hombre, el Hombre. Así se identifica Jesús a sí mismo. Como todas las hijas de hombre, para todos los hijos de mujer. A muchos les parece poco. Pero fue Dios el que quiso que su hijo, el hijo de Dios, fuera un hijo de hombre: para que todos los humanos -varones y mujeres- pudieran gozar de una vida digna y, participando de su propia vida, llegar a ser hijas e hijos de Dios.

 



Una sordera persistente

     Persistente la sordera de Pedro y los discípulos. A pesar de la insistencia de Jesús, siguen pensando que lo que se ha dicho siempre es lo único que vale. Por eso Jesús les manda callar. No basta con que afirmen que Jesús es el Mesías, porque, como se verá en seguida, el Mesías de Pedro no es el Mesías de Dios, sino el de los hombres.
    En el Mesías tenían puesta su esperanza los nacionalistas israelitas para alcanzar la liberación de su pueblo. Pero no era ése el Mesías de Dios. Y no porque a Dios no le importara la opresión de su pueblo: él había dejado claro a lo largo de la historia que estaba en favor de la libertad de los hombres y de los pueblos. Pero había llegado ya la hora de todos las gentes, de todos los pueblos. Para los discípulos de Jesús, en cambio, la liberación que Dios ofrecía de nuevo debía ser, creían, sólo para ellos. Todavía no habían descubierto, ni ellos ni quienes compartían su mentalidad, que el proyecto de Jesús es algo totalmente nuevo y definitivamente universal, que supone una ruptura radical con cualquier actitud excluyente; por eso, y  a pesar de que Jesús les ha limpiado ya los oídos, siguen sin entender su mensaje. ¡No hay peor sordo que el que no quiere oír!

 

 

 El camino del Mesías

    Por eso a Pedro le parece una barbaridad que Jesús diga que va a ser rechazado, perseguido y llevado a la muerte por los dirigentes del pueblo, senadores, sumos sacerdotes y letrados. No es ése el camino que debía seguir el Mesías según las tradiciones que ellos habían recibido; al contrario: el itinerario del descendiente de David debía ser el del triunfo y la gloria para sí y para el pueblo que Dios se había elegido en propiedad.
    Es posible que Pedro tuviera una actitud crítica frente a los dirigentes de su nación; Poe eso ellos esperaban que el Mesías juzgara y castigara severamente a quienes no hubieran sido fieles a la Ley de la Antigua Alianza; pero dejarse vencer precisamente por ellos... ¡eso sí que no podía ser!
    El hijo de David (esperanza en un descendiente de David que devolvería a su nación el antiguo esplendor) no deja sitio para el Hijo del Hombre. La mentalidad nacionalista de los discípulos de Jesús excluye la idea de un Dios que no se dedica a justificar el dominio de unos pueblos a otros, sino que ofrece a todos la posibilidad de vivir como hermanos. Por eso Pedro no entiende otro camino que el de la conquista del poder, el del éxito, el de la gloria humana y no entiende que el don de la vida, la muerte por amor, no es una derrota, no es muerte definitiva. Por eso el anuncio de la muerte suena tan fuerte y tan mal a sus oídos que le impide escuchar las palabras que se refieren a la resurrección.

 

 

 Satanás: enemigo del hombre

    El amor por «lo suyo» convierte a Pedro en enemigo del hombre (Satanás no aparece nunca en la Biblia como el adversario de Dios, sino como el acusador, el adversario o el enemigo del hombre). Y precisamente porque su «idea no es la de Dios, sino la humana».
    Parece una contradicción: la idea de Dios es más favorable a los hombres que la idea de los hombres mismos. Lo que Dios quiere para el hombre es mejor que lo que los hombres esperan de él, mejor que lo que los hombres quieren para sus semejantes. Pero a nadie debe resultarle extraño: basta ver la historia de la humanidad para comprender que los hombres, cuando dan la espalda al proyecto de Dios (y esto lo han hecho sin dejar de afirmar su fe en la divinidad, como nos recuerda Santiago en su carta), no producen otra cosa que muerte y destrucción.
    Pero no se debe entender esta distinción como una oposición entre lo divino y lo humano, sino entre el proyecto que Dios quiere para la humanidad y el diseñado por los poderosos de este mundo: la idea de Dios sobre cómo el Mesías va a desarrollar su misión no es compatible con la idea de los hombres poderosos sobre cómo debe organizarse el mundo.

 

 

 Si uno quiere venirse...

    Por eso, para que la vida sea posible para todos en el mundo de los hombres, hay que romper con este mundo tan mal organizado que los hombres nos hemos dado; por eso, para defender la vida de verdad, no hay otro camino que el camino del Mesías: la entrega de la propia vida por amor... y hasta la muerte, si es necesario, la lucha por un mundo justo y fraterno, dispuestos a ser considerados reos de muerte ("... que cargue con su cruz...") por los que se empeñan en mantener un mundo en el que sólo unos pocos viven mientras que los demás malviven, un mundo hecho según la idea de los hombres.
    En medio de ese mundo en el que cada cual va a lo suyo, intentar defender ante todo la propia vida sólo lleva a la muerte; poner en práctica la Buena Noticia, eso es, intentar construir un mundo en el que todos los hombres tengan la posibilidad de ser felices, es la única garantía de que todos puedan gozar de una verdadera vida, una vida definitiva que nos hace hijos de Dios y que no se acaba nunca.
    Y, ¡ojo!, que no se trata de que para conseguir la vida eterna haya que sufrir para hacer méritos: que Dios no nos pide sufrimientos para darnos como premio la vida eterna; que Dios regala gratuitamente su vida. Lo que Jesús nos dice de parte de Dios es que el egoísmo lleva a la muerte. Y que sólo la solidaridad que realiza el amor es garantía de vida verdaderamente humana y, por eso divinizada... aquí y luego.

 

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