Jueves Santo - Ciclo A

9 de abril de 2020
 

Amor liberador

    Todos queremos ser señores. Al fin y al cabo, desde el primer libro de la Biblia, el Génesis, se nos dice que Dios nos hizo para ser señores. Para Israel, Dios se había acercado a la humanidad para intervenir en la historia humana liberando de la servidumbre a quienes entonces eran un puñado de esclavos. Pero la experiencia nos dice que, en nuestro mundo, ser señor equivale a ser opresor. ¿Hay alguna otra alternativa?
    El gesto de Jesús que nos refiere el evangelio de Juan nos descubre un camino nuevo para acceder al señorío. No se trata de enmascarar la ambición de poder con palabras hermosas; se trata de que, según el evangelio, todos podemos ser señores, no por el poder que poseamos, sino por el amor que gratuitamente recibamos.

 





Compartiendo la vida

Cena del Señor - Autor, Rubem Zevallos - Técnica, Panel acrílico sobre maderaCena del Señor, Rubem Zevallos    No es la cena de Pascua. Al contrario que los otros tres evangelios, Juan no presenta la última cena de Jesús como la cena que cada año celebraban los judíos para conmemorar la liberación de sus antepasados de la esclavitud de Egipto (primera lectura). Aquella Pascua fue el comienzo de un proyecto que ya ha quedado obsoleto y, por eso, va a quedar definitivamente superada; y superados también sus elementos negativos (como la violencia, como instrumento de liberación).
    Quizá por eso Juan no cuenta la institución de la eucaristía: prefiere transmitirnos el sentido radicalmente nuevo de aquella cena: el compromiso de Jesús de amar hasta el fin a toda la humanidad y de luchar porque todos los hombres se puedan sentir “señores”; y la invitación que hace a los suyos de hacer otro tanto.
    Jesús está compartiendo el alimento y la vida con sus seguidores; y lo están haciendo como un grupo de amigos que se quieren, sin nombre (sólo se nombra a Jesús, cuyo ejemplo hay que seguir, y a dos de los presentes, Judas de Simón y Simón Pedro, ejemplo de lo que no se debe hacer) y sin referencia ninguna al lugar en el que se celebra la cena, para que todos quepamos entre «los suyos», sin condiciones de ningún tipo -sexo, raza, nación, cultura, religión-, a excepción de una única exigencia: «os dejo un ejemplo para que, igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros»: los que participan de la eucaristía deben sentirse comprometidos con Jesús en ese proyecto de amor y liberación que busca convertir la humanidad en un mundo de personas libres y hermanas.

El ejemplo a seguir

    Lavar los pies llenos del polvo del camino de los que llegaban a casa era tarea propia de esclavos y, lógicamente, sólo se hacía con los hombres libres. Jesús utiliza ese gesto no para justificar la injusticia que supone el que unos hombres tengan que estar forzosamente al servicio de otros, sino para explicarnos cómo se puede salir de la situación presente que niega a unos el derecho a la libertad y el reconocimiento de su dignidad y otorga a unos pocos el privilegio de ser dueños de la libertad de otros y de hacerse acreedores de todo tipo de honor: esta situación sólo se superará cuando nadie se vea obligado a servir y todos estén dispuestos a hacerlo libremente y el servicio sea entonces expresión de libertad y de amor.
    En el mundo en que vivimos, el que puede -el que tiene poder- pone a los demás a su servicio y, gracias a la opresión y la explotación de los otros, se siente un señor; Jesús propone lo contrario: que todos se pongan al servicio de los demás... y así todos se podrán sentir señores.
    Jesús asume y realiza libremente la función de siervo lavando los pies a sus discípulos y, así, les reconoce la categoría de señores. Pero tal señorío no lo han alcanzado por ninguno de los medios por los que se consigue el poder en este mundo: la riqueza, la violencia o los privilegios de raza, clase social o de sangre, ni como ciertos señores han pretendido tantas veces, por la gracia de Dios; no son señores porque tengan sometidos a más o menos siervos, sino porque son los beneficiarios de mucho amor que les llega a ellos en forma de servicio libremente otorgado: es el amor lo que les hace señores; y es el servicio lo que manifiesta y expresa el amor.
    Los que así han visto reconocida su plena libertad y han llegado a ser señores, deberán hacer otro tanto: «Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros». Jesús sigue siendo «el Señor», porque nadie le impone el servicio; sus discípulos, gracias a este gesto, han sido reconocidos como señores; ahora les toca a ellos continuar con la tarea. El resultado será un mundo de iguales en el que nadie priva de libertad o somete a servidumbre a ninguno de sus semejantes, un mundo en el que todos son señores libres porque todos reciben mucho amor y en el que todos son liberadores porque respetan y sirven libremente, por amor.

Ejemplos a evitar

    Simón Pedro protesta, y no porque rechace ver a un hombre a los pies de otro, sino porque es el Señor el que se ha puesto a servir: «Señor, ¿tú a mí lavarme los pies?» No acepta el amor que Jesús le ofrece en forma de servicio; está dispuesto a obedecerlo, lo acepta como señor, como jefe, pero no entiende ni acepta la enseñanza contenida en aquel gesto: Jesús va a darlo todo, hasta su vida (simbolizada en el manto del que Jesús se desprende), para hacer posible que los hombres descubran que sólo se consigue la felicidad en la experiencia del amor compartido («... os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros... ¿Lo entendéis? Pues dichosos vosotros silo cumplís»).
    Pedro no aceptaba la igualdad; pero estaba con Jesús, su Señor, y era un hombre leal; por eso, aunque le costó, acabó por aceptar plenamente el mensaje de Jesús y asumió con todas sus consecuencias su proyecto para este mundo y el camino para lograrlo (Jn 13,36; 21,19); pero Judas de Simón Iscariote tenía otro señor, el dinero (Jn 12,6), que pudo en él más que el amor de Jesús. El se deja lavar sin rechistar, pero tampoco acepta el amor de Jesús (véase también 13,26-27); de inmediato saldrá a encontrarse con los señores de este mundo para acordar el modo de entregarles a Jesús para que lo llevaran a la muerte.

Servidumbre no: servicio

    Como ya se ha dicho, Juan no cuenta los detalles de la institución de la eucaristía; prefiere reflejar el ambiente y el sentido de la misma: el que comulga con Jesús se está comprometiendo a dedicar, como él, la vida a hacer posible que los hombres sean iguales, sean libres y, mediante el amor, sean señores ¡y sean felices!    Por eso hoy es el día del amor fraterno. Y por eso el lavatorio de los pies no puede quedarse en un rito vacío en el que se humedecen y se besan unos pies previamente lavados y perfumados; el lavatorio de los pies es -debe ser- la tarea diaria de los seguidores de Jesús.
    Este mensaje vuelve a estar, si es que alguna vez no lo estuvo, de plena actualidad. Confundir servidumbre y servicio no es infrecuente en nuestro mundo. Los seguidores de Jesús, viendo cómo él lava los pies de sus discípulos, observando cómo usa su absoluta libertad para ponerse a hacer el papel de esclavo, no tenemos excusa si caemos en esa confusión. Pero además, la clarificación que supone el gesto de Jesús nos debe llevar asumir los siguientes compromisos:
    - Solidarizarnos con los sometidos de la tierra. En nuestro mundo no ha desaparecido la esclavitud. Quizá los mecanismos para esclavizar a los seres humanos se han hecho más sutiles, pero también más eficaces; esta esclavitud llega a su nivel más cruel cuando sus víctimas son niños atrapados en las redes de mafias inhumanas.
    - Rebelarnos contra los que pretenden someter a servidumbre a otros seres humanos. La denuncia de los responsables de la opresión de las personas y el desenmascaramiento de los sistemas que llevan dentro de sí mismos la semilla de la opresión, debe ser también una consecuencia del amor practicado al estilo de Jesús.
    - Implicarnos en la construcción de una humanidad libre; por todos los medios -pacíficos y legítimos- a nuestro alcance
    - Ofrecer nuestro amor como servicio y reconocer de esa manera el señorío de todos nuestros hermanos.
    - Y sabernos y sentirnos señores del mundo en la medida en que somos objeto del amor de muchos hermanos.

    Recordar la institución de la Eucaristía debe ser, por tanto, un momento privilegiado para renovar nuestro compromiso de amor y servicio. La Eucaristía no fue instituida para que se convirtiera en una celebración intimista; ni para quedar en un rito al que se asiste obligado por un precepto. Por supuesto que al celebrarla debemos encontrarnos personalmente con Jesús; pero no en una cabaña en la cima de una montaña, como pretendía Pedro en la transfiguración, sino caminando con nosotros, luchando con nosotros y dándose a sí mismo como alimento que nos da energía para caminar y luchar por un mundo de hombres hermanos que, queriéndose, se ponen al servicio unos de otros y, así, caminan hacia la plena liberación.

 

Los pies de los refugiados

    Tuve la oportunidad de asistir a una conferencia en la que una mujer joven que acababa de volver de la isla griega de Lesbos nos contaba que su tarea como voluntaria para acoger a los refugiados que llegaban huyendo de las guerras de Siria, Irak Afganistán, etc. consistía en masajear los pies de los recién llegados para hacerlos entrar en calor, después de una durísima travesía por el mar Egeo. No sé si esa joven es creyente o no, si es cristiana o profesa otra creencia religiosa. De lo que sí estoy seguro es que Jesús de Nazaret, en las circunstancias actuales, formaría parte de los muchos voluntarios que se han puesto al servicio de quienes necesitan ser cálidamente acogidos para superar el frío homicida que la violencia ha instalado en sus países.
    Y, también en estos días, las medidas de los gobiernos de la cristiana Europa me recuerdan a los dirigentes de Israel -senadores, sumos sacerdotes y letrados- comprando a Judas su tranquilidad a cambio de la vida del rebelde nazareno. En efecto, nuestros gobiernos quieren defender su posición de privilegio (aunque nos quieren hacer creer que por lo se preocupan es por el bienestar de los ciudadanos) a cambio de la libertad y la dignidad ¡y también la vida! de tantos seres humanos. Judas recibió treinta monedas. La Unión Europea, traicionando sus propios principios y sus propias leyes, se gastará unos cuantos miles de millones de euros en asegurar sus fronteras para cerrar el paso a los que intentan escapar del desastre causado, al menos en parte, por algunos de los países miembros de la Unión. Un fracaso político, un crimen, un drama humano.

    Hoy, día del amor fraterno, los cristianos debemos estar con los que están sufriendo y frente a -aunque no en contra de- aquellos que son, por una u otra razón, causa del sufrimiento injusto de quienes, desde nuestra visión de fe, son o están llamados a ser nuestros hermanos.

Los comentarios están, pòr el momento, desactivados.

We use cookies

Usamos cookies en nuestro sitio web. Algunas de ellas son esenciales para el funcionamiento del sitio, mientras que otras nos ayudan a mejorar el sitio web y también la experiencia del usuario (cookies de rastreo). Puedes decidir por ti mismo si quieres permitir el uso de las cookies. Ten en cuenta que si las rechazas, puede que no puedas usar todas las funcionalidades del sitio web.