Domingo 14º del Tiempoo Ordinario
Ciclo C

  7 de julio de 2019
 

Instrucciones para la misión

    El anuncio de que es posible que los hombres seamos libres y la lucha por alcanzar la libertad y profundizar en ella mediante la práctica del amor es el núcleo de la tarea que tenemos encomendada los cristianos, la médula del compromiso cristiano: ser libres y liberadores para que entre los hombres sean posibles la justicia, el amor, la fraternidad. Pero ¿es posible realizar esta tarea? ¿Se puede mantener la fidelidad a tal compromiso en medio de un mundo como éste? La misión no es fácil: no faltarán problemas y hasta puede correr la sangre. ¿Cómo, pues, realizar esta misión? Aquí tenemos las instrucciones.

 




La mies es mucha

    Subiendo a enfrentarse con Jerusalén, atraviesa Jesús la región de Samaría, despreciada por los judíos, que consideraban herejes a sus habitantes: los samaritanos correspondían a ese desprecio por lo que las relaciones entre las dos comunidades no eran demasiado cordiales; por eso, cuando se enteran de que Jesús va a Jerusalén, se niegan a recibirlo (Lc 9,52-53). Jesús, sin embargo, acepta nuevos discípulos, que se unen a él «mientras iban por el camino» (Lc 9,52-62); no importa que sean samaritanos, sólo es necesario que sepan que el camino que emprenden no los hará ni poderosos ni ricos -«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58)-, que abandonen la herencia del mundo viejo para construir una humanidad nueva -«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar por ahí el reinado de Dios» (Lc 9,60)- y que, comprometidos con ese futuro radicalmente nuevo, no sucumban a la tentación de una nostalgia paralizadora que los incapacitaría para la misión -«El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios» (Lc 9,62)-, pues en adelante «lo que importa es una nueva humanidad» (segunda lectura).
    Para Mateo y Marcos, Galilea es la puerta del paganismo; para Lucas, este papel lo desempeña Samaría; si Galilea era la región que limitaba geográficamente con las naciones de los gentiles, Samaría estaba, desde el punto de vista religioso, entre Israel y el paganismo. Por otro lado, el número de los enviados a esta nueva misión, setenta, como el número de todas las naciones del mundo (véase Gn 10) indica que se trata de un anticipo de la misión entre los paganos: todo el mundo, la humanidad toda, espera que se le anuncie el mensaje liberador de Jesús.



 
Como corderos entre lobos

    Jesús no los envía solos. Van  de dos en dos, como signo de la fraternidad que anuncian. A la humanidad, rota desde el principio de su historia, se le presenta ahora una nueva posibilidad, el reinado de Dios, un orden nuevo que debe estructurarse alrededor de un hecho que se revela con una radical novedad: Dios quiere ser para todos y cada uno de los humanos no “Señor” sino “Padre” y, consecuentemente, todas las personas pueden llegar a ser hermanas. Eso es lo que deben anunciar los que Jesús envía; y de la aceptación de ese anuncio nacerá la nueva humanidad de la que Pablo habla.
    La misión de los enviados de Jesús no será fácil (ni la de los setenta ni la de los que sigan tras ellos), porque para construir el reinado de Dios es necesario descubrir y denunciar el mal, alrededor del cual se organiza el mal llamado “orden” del mundo este: decir a los pobres que Dios está de su parte y que el que ellos sean pobres no es culpa suya -ni de ellos ni de Dios- sino de los responsables y de los que se benefician de un sistema que permite que unos pocos se hagan ricos a costa de hacer pobres a una multitud; prevenir a los creyentes para que se anden con cuidado con todas las instituciones que, como Jerusalén, se empeñan en mantener a sus fieles en permanente minoría de edad y hacerles saber que Dios no necesita intermediarios para mostrar su amor a quienes Él quiere que sean sus hijos; decir que el poder no viene de Dios, sino que pertenece al diablo (Lc 4,6-7)... Todo esto va a desenmascarar a muchos lobos con piel de oveja que atacarán sin piedad a los mensajeros de la Buena Noticia de Jesús. Éstos no llevarán escolta ni armas para defenderse de ellos, porque esto sería confiar en las mismas fuerzas en las que se sustenta el mundo que hay que cambiar; tampoco deben prever nada para asegurar su sustento pues la humanidad que sufre es sensible a las necesidades de los demás y aunque sufrirán persecución y en ocasiones se verán rechazados, no faltarán muestras de solidaridad: «comed y bebed de lo que tengan...»; en cualquier caso, su mensaje será siempre una propuesta de paz, que podrá ser aceptada o rechazada; pero dado que los enviados no hablarán en nombre propio sino en el nombre de Jesús («Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí; quien os rechaza a vosotros, me rechaza a mí; y quien me rechaza a mí,  rechaza al que me ha enviado» Lc 10,16), su propuesta y su deseo serán eficaces y la paz habitará allí en donde ellos sean acogidos. Y la mano quedará tendida incluso para aquellos que los rechacen.




Pisar serpientes y escorpiones

    Los setenta enviados debieron seguir fielmente estas instrucciones, pues tuvieron mucho éxito: «Los setenta regresaron muy contentos y le dijeron: Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre». Los hombres se iban liberando no sólo por fuera, sino también por dentro, descubriendo la mentira de aquellas ideologías que les hacían creer que las cosas eran como eran porque Dios así lo había decidido, que la injusticia y la desigualdad -y por tanto el sufrimiento de los pobres- eran el resultado de la realización del designio divino,  que el mundo estaba bien y que nada había que cambiar, que a lo sumo alguna pequeña reforma..., las ideologías que justificaban el enfrentamiento de los hombres y que, haciéndolos competidores e insolidarios, hacían imposible la fraternidad... Todo eso está representado en el rayo que cae del cielo, Satanás, todo lo que es contrario al verdadero interés del ser humano; sólo que esta vez cae no para destruir, sino para destruirse.
    Lo que Jesús garantiza a los suyos es que se mantendrán inmunes frente a los ataques de las ideas que seducen a los hombres y los someten al (des-)orden establecido: serpientes, escorpiones...; en cualquier caso, ni el éxito de su misión, ni siquiera esa inmunidad ante estas ideas son el principal valor con que cuentan los seguidores de Jesús, sino el ser y el saberse amados por el Padre Dios: «sea vuestra alegría que vuestros nombres están escritos en el cielo».



La instrucciones son para nosotros

    Los setenta no parece que arrastraran masas; se limitaron a despabilar conciencias, como siguen haciendo hoy tantos y tantos cristianos que, corderos en medio de lobos, descubren a los hombres que pueden llegar a ser libres y, siendo libres, a hacerse hijos de Dios viviendo como hermanos. Esta es nuestra tarea; tarea de toda la comunidad cristiana, no sólo de algunos de sus miembros. Y las instrucciones, las mismas que recibieron aquellos setenta enviados. No nos vendría mal hacer una revisión para ver cómo las cumplimos y si los resultados se corresponden con los que ellos obtuvieron.
    Porque, ¿se sienten realmente amenazados los poderes de este mundo por el mensaje de la Iglesia de Jesús? La vida de los cristianos, ¿supone un peligro importante para el orden del mal -el neocapitalismo- y su ideología, -el neoliberalismo- que impera en nuestro mundo?
    ¿Cómo es posible que personas que profesan ideologías que se declaran racistas, machistas, liberticidas, no tengan ningún problema ni sientan contradicción alguna en declararse públicamente cristianos o católicos? Y ¿cuál será la razón de que otras personas seria y generosamente comprometidas con la libertad y la justicia consideren incompatible la fe cristiana con su compromiso?
    Las grandes manifestaciones de religiosidad popular -Semana Santa, romerías, etc.- ¿contribuyen realmente a implantar el reinado de Dios, ese reino de verdad, de justicia de paz y amor?
    La respuesta que demos a estas preguntas nos revelará si estamos poniendo en práctica y siendo coherentes con las instrucciones que dio Jesús a aquellos setenta.

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