24 de noviembre de 2024 |
De esta Tierra, sí; pero de otro mundo
Jesucristo, Rey del Universo.
Rey sí, y de esta Tierra. Aunque hay quienes quieren hacerlo rey sin ninguna relación con este planeta y con la historia de sus gentes.
Rey sí, pero de otra manera. Jesús no es, como muchos pretendieron siempre, un rey como los reyes de este mundo.
Unos y otros -los que lo alejan de la Tierra y los que lo asemejan a las monarquías terrenas- manipulan la realeza de Jesús, porque unos y otros, cada cual a su manera, quieren ponerlo al servicio de los grandes intereses de este injusto sistema.
Texto y breve comentario de cada lectura | |||
Primera lectura | Salmo responsorial | Segunda lectura | Evangelio |
Daniel 7,13-14 | Salmo 92,1-2.5 | Apocalipsis 1,5-8 | Juan 18,33-37 |
El rey de los judíos
Con la acusación de que Jesús intentaba proclamarse rey, se presentaron los dirigentes religiosos judíos ante Pilato. El hecho de que fueran precisamente ellos los que acusaran a Jesús ante el tribunal romano indica hasta qué punto se había corrompido la jerarquía religiosa judía. Ellos eran, al menos en teoría, los representantes del Señor, el Dios que liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto y les dio la posibilidad de ser un pueblo soberano; y son precisamente ellos quienes ponen en manos del representante del Imperio romano, del imperio que en aquel momento subyugaba a Israel y le negaba la libertad que el Señor le había dado, al que viene a continuar y llevar a su culminación la obra liberadora del Señor.
Claro que la idea que ellos tenían de la realeza del Mesías era la misma que los discípulos habían manifestado en otras ocasiones, la misma que sin duda tenía Pilato: todos suponían que el Mesías, en tanto que rey de los judíos, se rebelaría, al frente de un ejército, contra la dominación extranjera, y una vez expulsados los invasores y con la fuerza obtenida gracias a la victoria militar, destituiría de sus puestos a los dirigentes corruptos; de esta manera, restablecería la justicia.
Eso era lo que los discípulos habían esperado y lo que los jerarcas judíos y Pilato temían que Jesús hiciera. A esa manera de ser rey se refiere Pilato cuando pregunta a Jesús: «¿Tú eres el rey de los judíos?»
¿Cómo es la realeza de Jesús?
Si no es como pensaban los discípulos, Pilato y los dirigentes judíos, ¿cómo es, entonces, el reino de Jesús? Cuando decimos que Jesús es rey del universo, ¿qué estamos diciendo? ¿Cómo se deben entender las frases del Nuevo Testamento que dan a Jesús el título de rey?
Cuando atribuimos a Jesús este título solemos pensar en los reyes de la Tierra para concluir: Jesús es como estos reyes. pero más bueno y más justo. Es cierto que su reinado será superior en bondad y justicia a los de cualquier otro reino, pero, además, las diferencias son mucho más hondas. En realidad, estas diferencias nos presentan un concepto de reinado que nada tiene que ver con los reyes y poderosos de la Tierra:
✜ Sin territorio
Al contrario que los reyes de la tierra, Jesús no ejerce su soberanía sobre ningún territorio concreto. El reino de Dios no es de tierra, sino de carne y espíritu: el reino de Dios es el corazón de las personas que se dejan guiar por la fuerza viva del Espíritu de Dios, las que viven y luchan con pasión por la misma utopía por la que entregó su vida Jesús: conseguir que en este mundo reinen la verdad y la vida, la justicia el amor y la paz.
Toda la humanidad -sin referencia alguna a las fronteras creadas e impuestas por los reyes de la Tierra- y el interior de cada uno de sus habitantes constituye el territorio potencial de este rey: «Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él» (Juan 14,23). Uno que ... cumple mi mensaje: cualquiera que asume como propia la Buena Noticia, el proyecto de humanidad de Jesús forma parte de ese reino.
✜ Sin leyes, sin súbditos
La relación entre ese rey y sus gobernados nada tiene que ver tampoco con lo que sucede con los reyes de la Tierra.
La relación de este rey con quienes viven de acuerdo con sus exigencias no consiste en que él manda y los demás le obedecen, que él domina y los demás se le someten, sino en que él los quiere y los demás corresponden a su amor: «Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos. ... No, no os llamo siervos, ... a vosotros os vengo llamando amigos...» (Juan 15,13.15).
Es cierto que para ser amigos de Jesús hay que cumplir sus exigencias -«Vosotros sois amigos míos si hacéis lo que yo os mando»- (Juan 15,14). Pero es que lo que él manda -aunque algunos lo han llamado «ley» alguna vez-, no cabe en un libro -ni en un millón libros- de leyes: lo que “manda” Jesús es que respondamos a su amor, al amor que él nos tiene, amando con la misma calidad de amor a los mismos a quienes él ama (es decir, a cualquier otro ser humano): «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Juan 15,12). Cualquier intento de codificar y convertir en ley este ideal, lo empequeñece, lo limita, lo neutraliza.
✜ Sin trono ni riquezas
Los reyes y los poderosos de la tierra amenazan con castigos e incluso con la muerte a quienes no obedecen sus leyes; nuestro rey se enfrenta con la muerte para demostrar hasta dónde llega su amor. Y la cruz, en la que lo cuelga el odio de los grandes de este mundo se convierte en su único trono: «Pilato escribió además un letrero y lo fijó en la cruz; estaba escrito: JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS» (Juan 19,19). Su trono es un patíbulo y su muerte violenta la culminación de su “plan de gobierno”: «dijo Jesús: Queda terminado. Y reclinando la cabeza, entregó el Espíritu» (Juan 19,30).
Y en aquel trono está desnudo. Le habían arrebatado sus ropas sencillas de hombre de pueblo e, incluso, los harapos con los que lo habían cubierto para burlarse de él. Sólo le han dejado una corona de espinas. Y es que tampoco su gloria consiste, como todavía sucede con muchos reyes, en el esplendor y el lujo de su corte, sino en el brillo del amor de Dios que resplandece en el amor de aquel Hombre que se entrega sin límites por amor a sus hermanos.
✜ Sin ejército, sin fuerzas
Sin una guardia pretoriana que lo defienda. Porque él y su mensaje son incompatibles con la violencia, como lo son todos aquellos valores que los reinos de este mundo defienden por la fuerza de las armas: las fronteras, el poder, el imperio, las riquezas, los honores..., la desigualdad, la injusticia, la explotación del hombre por el hombre: «Si mi realeza perteneciera al orden este, mis propios guardias habrían luchado para impedir que me entregaran...»
Su fuerza es la verdad, la lealtad en el amor; y la vida, efecto y causa del amor leal; su fortaleza es su fidelidad al compromiso con el Padre y con la humanidad, libremente asumido en su bautismo; y su energía, su Espíritu que está a punto de entregar y repartir a quienes lo hayan querido aceptar como rey: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio en favor de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz».
Mi reino no es de este mundo
A la luz de todo lo anterior debemos entender la respuesta de Jesús a Pilato: «Mi reino no es de este mundo», dice Jesús a Pilato, que le pregunta.
Jesús vino a arreglar este mundo de parte de Dios, a establecer en el mundo el Reino de Dios; la respuesta de Jesús no significa que él viene a hablar de un reino que está en otro mundo, en el más allá. No. Se trata de otro orden (ese es el primer significado de la palabra griega “kosmos”, “orden”), de otros valores sobre los que fundar la convivencia: «La realeza mía no pertenece al orden este. Si mi realeza perteneciera al orden éste, mis propios guardias habrían luchado para impedir que me entregaran a las autoridades judías. Ahora que mi realeza no es de aquí». Los reyes de este mundo necesitan ejércitos; incluso los estados en los que oficialmente no hay ejército, tienen fuerzas del orden que usan -y abusan si se presenta la oportunidad- de la violencia para mantener el orden establecido. El Reino que Jesús propone para este mundo es un modo de vida que se acepta libremente, y en el que la única autoridad, la única fuerza válida es el amor, que jamás se impone y, mucho menos, mediante la violencia. Por eso su reinado no es de este mundo, no es compatible con este sistema, con este orden.
En consecuencia, afirmar que la frase de Jesús “Mi reinado no es de este mundo” o que las expresiones “Reinado de Dios” o “Reino de los cielos” se refieren, sin más, a otra etapa distinta de esta nuestra historia terrena, o es ignorancia o es traición al mensaje de Jesús de Nazaret y a una humanidad a la que se le priva de la energía transformadora y liberadora del modelo de convivencia basado en los valores contenidos en las bienaventuranzas.