Domingo 1º de Adviento - Ciclo A

30 de noviembre de 2025

 

Esperar activos, mantenerse despiertos
 

  El evangelio de Mateo nos presentó en sus primeros capítulos un magnífico proyecto, una ambiciosa utopía: las bienaventuranzas[1], la propuesta de un mundo fraterno y solidario, un mundo de justicia construido sin miedo, pero con paz.
    Pero el camino que nos ha de llevar hasta esa meta exige esfuerzo y valor; y la decisión de jugarse la propia piel para que ningún otro ser humano tenga que perder la suya. Y exige también lealtad total con Jesús y con su proyecto; y solidaridad con él y con los suyos, los pobres de la tierra; y con ningún otro señor, porque los demás confunden el señorío con el dominio ejercido por la fuerza y la violencia.
    Así empujaremos la historia humana hacia su realización plena. Y si nuestra vida termina antes de que la historia llegue a su fin... eso queda en las mejores manos: en las del Padre.

 




Hermosa y vieja utopía

    El libro de Isaías comienza con una dura acusación de Dios contra su pueblo o, mejor, contra los dirigentes, los ricos y los poderosos porque, al mismo tiempo que rezan y celebran ceremonias religiosas, explotan a los pobres y roban a los débiles: «tus jefes son bandidos, socios de ladrones; todos son amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda. (Is 1,23).
    En la época del profeta, Judá se vio envuelta en conflictos, guerras y otras crisis que los dirigentes trataron de superar poniendo su confianza en la fuerza de las armas y en pactos con potencias extranjeras. Isaías denuncia esa confianza y esos pactos como una traición al Dios de Israel que tendrá funestas consecuencias para el pueblo judío: no se alcanzará la salvación pactando con extraños, por muy poderosos que estos sean, sino todo lo contrario: «seréis como una encina con las hojas secas, como un jardín sin agua. El poderoso será la estopa, su obra será la chispa: arderán los dos juntos y no habrá quien lo apague» (1,30-31).
    Pero el profeta no está sólo para anunciar desgracias: hay una esperanza para los pobres, hay esperanza para el pueblo, hay esperanza para todos los pueblos del universo: llegará la paz de la mano de la justicia. Dios ofrece, por medio del profeta, una propuesta: que se instaure su justicia. Poco antes ha dejado bien sentado que no tiene sentido tratar de acercarse a él, si no se es justo con los demás: «buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y hablaremos...» (Is 1,17-18). Primero, pues, la justicia, después (o a la vez) el desarme y la reconversión de la mortífera industria de guerra en industria de vida; y finalmente la paz: «De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra».
 

 

 El ideal de Jesús

    La propuesta de Isaías queda integrada, aunque ampliamente superada, en el mensaje de Jesús de Nazaret. Y no sólo porque puso la meta mucho más lejos, sino porque trazó con claridad y recorrió hasta el final el camino que nos puede llevar a conseguir ese objetivo: cambiar este mundo y convertirlo en un mundo de buenos hermanos. Naturalmente que su itinerario estuvo lleno de dificultades; pero él se mantuvo fiel hasta el final, sin rehuir el conflicto y asumiéndolo pacíficamente: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo» (Lc 23,34). Y se mantuvo despierto, sin dejarse adormecer por los distintos cantos de sirena que le entonaron durante toda su vida (ejemplificados en el relato de las tentaciones, Mt 4,1-11), y sin permitir que lo asustaran las amenazas que, al final, lo llevaron a la muerte.
    Ese proyecto, el reinado de Dios lo llaman los evangelios, se realizará en dos etapas: una primera, en la que se va construyendo la fraternidad en este mundo, en medio de luchas y persecuciones; otra etapa, definitiva, más allá de esta historia.
    Ahora, en la etapa presente, a nosotros nos toca empujar para que ese ideal de Jesús se vaya haciendo realidad. Y ese empuje por un mundo de justicia y de paz, será, -¡cómo no!- causa de conflicto con la tiniebla (segunda lectura).

 

El negocio de la muerte

    Pablo, como todo el Nuevo Testamento, llama tiniebla al mundo organizado en contra de la justicia de Dios.
    La tiniebla es ese orden que condena a muerte cada día a decenas de miles de personas, como consecuencia del hambre y la pobreza, porque no tienen acceso ni a una vivienda digna, ni al alimento necesario o a las medicinas imprescindibles para la vida, un mundo en el que cada segundo se gastan más de 67.000 dólares en preparar la muerte (en nuestro mundo, cada día se venden armas por valor de 7.397.260.274 de dólares; 2.7180.000.000 $ en el año 2024,  que equivale al 2,5% del PIB mundial y a unos 268 dólares por persona y año: ver Anuario del SIPRI 2025 resumen en español, pág. 4 Leer aquí).
    ¿Cuánta hambre, cuánta miseria, cuánto sufrimiento se podría evitar en nuestro mundo con todos esos recursos?
    Pero el negocio es el negocio.

 

¿Amanecerá un nuevo día?

    ¿Cómo es que hay dinero para la industria de la muerte y para salvar a los bancos y no para saciar el estómago  de los hambrientos? «¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto?», se preguntaba el Papa Francisco (Discurso del Papa Francisco a los participantes en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares). Esa es hoy la tiniebla. Y mientras el mundo se gobierne por las leyes del dinero —no podéis servir a Dios y al Dinero (Mt 6,24)—la tiniebla perdurará.
    Y perdurará si no nos asumimos seriamente las exigencias de nuestro compromiso como cristianos en la construcción de un mundo justo en la implantación del reinado de Dios, como nos indica el Papa León XVI en su Exhortación Apostólica Dilexit te: «La condición de los pobres representa un grito que, en la historia de la humanidad, interpela constantemente nuestra vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente a la Iglesia. En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo.» Y un poco más adelante: «En este sentido, se puede decir que el compromiso en favor de los pobres y con el fin de remover las causas sociales y estructurales de la pobreza, aun siendo importante en los últimos decenios, sigue siendo insuficiente.» (Dilexit te § 9.10)
    Sin embargo, para Pablo esa tiniebla está a punto de ser vencida por la luz de un nuevo día, que ya despunta, en el que la paz podrá ser mucho más firme pues su cimiento no será sólo la justicia sino también la fraternidad y el amor: «A nadie quedéis debiendo nada, fuera del amor mutuo, pues el que ama al otro tiene cumplida la Ley» (Rm 13,8). Pablo lo ve cerca; pero ese amanecer sólo despuntará en la medida en que se ponga en práctica el mandamiento nuevo que será señal definitoria de una nueva humanidad.
    Ese día, sin embargo, no ha llegado aún. ¿Y cuándo llegará?

 

La llegada del Hombre

    El evangelio no responde a esa pregunta. Nos dice, en cambio, dos cosas. La primera cuál es la actitud con la que se debe afrontar la situación presente y la esperanza futura: «manteneos despiertos... estad también vosotros preparados...» Esta recomendación, «manteneos despiertos conmigo», la volverá Jesús a repetir a sus discípulos cuando, en las horas que precedieron a su detención, en el Huerto de los Olivos, en intenso diálogo con su Padre, aceptaba llegar hasta el final en su compromiso, aunque ese final fuera, como iba a ser, la muerte. La recomendación de Jesús constituye, por tanto, una invitación a estar con él hasta en los momentos más difíciles, a ser fieles como él lo fue hasta el final, al compromiso de luchar por un mundo de hermanos, arriesgándolo todo, hasta la vida, en la empresa.
    Esa lucha no podrá realizarse con los medios que usan los que sirven al dinero: ni la violencia, ni la mentira, ni el odio, ni el egoísmo. Pero hay que luchar. El conflicto será inevitable y, aunque la historia, en líneas generales, avance hacia la justicia, el amor y la paz, estos valores se abrirán paso con muchas dificultades y gracias a la entrega y al sacrificio de muchos;  y que habrá momentos, como el presente, en los que la dirección parece que se invierte y la historia camina hacia atrás.
    En realidad ese mundo no llegará, estará llegando permanentemente, superando conflictos, abriendo y conquistando espacios de justicia y de paz, de amor y de fraternidad. Para que esa llegada sea constante y no se detenga es la exigencia de mantenerse despiertos: no podemos dejar a un lado, ni siquiera temporalmente, el proyecto de Jesús; no podemos renunciar a la esperanza, no podemos dejar de empujar para que llegue ese día.

 

De ese asunto... entiende el Padre

    Pero ¿qué sucederá con los que no lleguen a ver ese nuevo día? ¿Y con los que se dejen la piel en el intento? ¿Llevarán razón los que dicen que —al menos para ellos— ya ha terminado todo? Sólo hay una respuesta a esa pregunta: el Padre se ocupa de ese problema «en lo referente al día aquel o el momento, nadie entiende, ni siquiera los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el Padre» (Mt 24,36)—. Sí que verán ese nuevo día. Cuando menos se lo esperen, llegará el Hombre y los llevará consigo. El asunto está en las mejores manos. La historia, pues, no ha terminado. La Navidad que se acerca es memoria de la llegada histórica del Hombre y anuncio de las que irán produciéndose a medida que la historia va avanzando.
    Y es que el presente y el futuro están indisolublemente unidos en él, en el Hombre[2], que vino, no tanto a enseñarnos el camino del cielo, cuanto a mostrarnos con su ejemplo el modo de proceder para traer el cielo a la tierra.

    Convertir la tierra en un cielo, una tierra nueva donde habite la justicia, la hermandad, el amor y la paz. ¿Lo conseguiremos algún día a pesar de los señores del dinero y de la guerra?    ¿Y después? El después ya no está en nuestras manos; pero no nos durmamos esperando ese después; esperémoslo activos, mantengámonos despiertos.

 


 

[1]. La Bienaventuranzas de Mateo se leyeron el día 1 de este mes, en la festividad de Todos los Santos.

[2].    El uso de la expresión “el Hombre” traduce la expresión griega que se ha traducido habitualmente como “El Hijo del Hombre”, lo que significa “El ser humano modelo” “El ser humano por excelencia”; no debe darse a esta expresión ningún sesgo de género, sino que debe entenderse que incluye a toda la especie humana, como sinónimo de persona.
    Desde una perspectiva de lenguaje inclusivo no machista, reivindico el uso de “hombre” como sinónimo de “persona”, es decir, como expresión que incluye a toda la especie humana. En realidad “hombre” no tiene femenino, como “persona” no tiene masculino. El uso de “hombre” sólo para referirse a los varones es un síntoma del machismo en el lenguaje; síntoma que, si se llegara a superar, indicaría que se habría logrado un lenguaje verdaderamente inclusivo.

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