12 de enero de 2025 |
Por un orden justo
El pueblo se había dejado contaminar por la injusticia, aunque, en verdad, era más víctima que culpable de ella. Por eso la gente, que necesita romper con el orden injusto que, al mismo tiempo la oprimía y la corrompía, se acerca a Juan para escenificar esa ruptura y confirmarla mediante el bautismo. Jesús, que no tiene responsabilidad alguna en la injusticia se acerca al bautismo para mostrar su solidaridad con el pueblo. Jesús siempre estará con el pueblo; y, además, hombro con hombro con quienes tomen conciencia de su situación y decidan cambiar, enmendarse, comprometerse y empezar a construir una vida, un mundo sin pecado, es decir, un mundo sin injusticia, un orden justo.
Texto y breve comentario de cada lectura | |||
Primera lectura | Salmo responsorial | Segunda lectura | Evangelio |
Is 42, 1-4. 6-7 | Sal 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10 | Hch 10, 34-38 | Lc 3,15-16.21-22 |
La justicia traerá la paz.
Ya hemos comentado algunas veces el significado de ese personaje del segundo libro de Isaías que se conoce como el siervo de Yawheh, el siervo del Señor. Los textos que hablan de él se han aplicado en el Nuevo Testamento tanto a Jesús como a la comunidad cristiana. Y así lo hace hoy la liturgia dominical.
El siervo, que tiene una estrecha relación con Dios -«Mirad a mi siervo a quien sostengo, mi elegido a quien prefiero»-, recibe de Él una importante misión que consiste en establecer un nuevo orden en el mundo, caracterizado por la justicia. En qué consiste esa justicia queda claro en los versos siguientes: «te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas»: el Siervo debe despertar la conciencia (abrir los ojos) y liberar de toda esclavitud a los seres humanos de toda la tierra, de todas las islas. Exigente misión, ambiciosa tarea la de conseguir un orden social respetuoso con la justicia; y esto para toda la humanidad. Pero ese es el mundo que Dios quiere.
Eso sí, en la misión del Siervo quedan descartados los métodos violentos: será fiel en el cumplimiento de su misión y firme cuando encuentre cualquier tipo de dificultad; pero respetará escrupulosamente la libertad personal de cada uno y no dará por perdido a nadie mientras haya una leve esperanza de recuperarlo para la justicia: -«la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará».
Esa justicia liberadora dará paso al don de la paz que nos anuncia el salmo.
Un orden aún más nuevo
El orden que Dios quiere para su pueblo o para toda la humanidad se plasmó siempre en una alianza. El primer párrafo del evangelio de hoy indica, usando una expresión simbólica muy conocida entre los judíos -y que ya comentamos el domingo tercero de Adviento-, que Jesús viene a establecer una nueva alianza; el segundo párrafo, en el que se cuenta lo que sucedió cuando Jesús se bautizó, nos revela que dicha alianza consistirá en la plena realización de la misión del Siervo de Yahweh pues es en Jesús en quien se consuma por entero lo que Isaías dice de él, que posee en plenitud el Espíritu de Dios -«bajó sobre él el Espíritu Santo en forma visible, como de paloma-, y con él Dios tiene una especialísima relación, aún más estrecha que la del Siervo: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado».
Esta afirmación que procede del cielo y la alusión al Espíritu nos están indicando que nos encontramos ante el momento en el que la creación (Gn 1,2) llega a su plenitud en un hombre que, por un lado, mantiene una estrecha relación con Dios, que lo reconoce como hijo y, por otro, se solidariza con las justas aspiraciones y esperanzas del pueblo: Dios no se ha olvidado de la humanidad; la comunicación entre el cielo y la tierra ha quedado plenamente restablecida.
La conexión que Lucas establece en este texto entre el Siervo del Señor y Jesús nos permite ver con toda claridad que la tarea que éste se compromete a llevar a cabo en el momento de su bautismo dará pleno cumplimiento a la misión de aquel personaje de Isaías: iniciar el camino hacia una humanidad libre y fraterna.
Los jerarcas no fueron
Los únicos que no respondieron a la invitación de Juan fueron los dirigentes; eso es lo que quiere decir Lucas al indicar que se bautizó el pueblo entero.
Faltaron los sumos sacerdotes, dedicados a organizar la liturgia del templo, y por eso, sin tiempo para pararse a pensar si tenían que arrepentirse de algo: tan ocupados estaban en ayudar a los demás a conseguir el perdón de Dios a cambio de una pequeña limosna como señal de arrepentimiento que olvidaron que también ellos estaban necesitados de ese perdón. También les debía robar mucho tiempo la necesidad de castigar a los herejes, sobre todo a los que se atrevían a acusarlos a ellos de haberse corrompido y de estar vendidos al poder del imperio que, a pesar de ser un poder pagano, les garantizaba su permanencia en el cargo siempre que fueran dóciles y obedientes.
Tampoco acudieron los letrados y fariseos: ellos que -¡por supuesto!- no tenían que arrepentirse de nada, ¿cómo iban a mezclarse con aquella chusma, con la gentuza que violaba varios centenares de veces al día sus leyes y sus tradiciones?
Y también faltaron los senadores, los terratenientes, los aristócratas, que sin duda estaban más preocupados por apropiarse del rendimiento de los jornaleros que cultivaban sus campos a cambio de la comida y poco más, que por esas minucias de las que hablaba Juan: el arrepentimiento, la justicia, el compartir el pan y el vestido...
Sólo el pueblo, todo el pueblo según Lucas, se acercó a bautizarse expresando la necesidad y el deseo construir un mundo sin pecado, esto es: sin opresión de los pequeños, sin explotación de los pobres, sin violencia, sin injusticia, sin odio, sin egoísmo...
Jesús, que no lo necesitaba, sí fue
El significado fundamental del bautismo es el de ruptura con la situación de injusticia presente -muerte al pecado, en términos teológicos- para nacer a una vida nueva, para asumir un compromiso de lucha por -y práctica de- la justicia.
Jesús no era culpable de ningún pecado, no tenía de qué arrepentirse; pero jamás hizo de ese hecho un motivo de orgullo y, mucho menos, de desprecio hacia los demás. Jesús sí que fue, desde su mismo nacimiento, víctima del pecado; y lo sería hasta su misma muerte. Pero el estar libre de culpa no le impidió hacerse solidario con los pecadores, no en tanto que culpables del pecado, sino en cuanto víctimas del mismo. Así, cuando el pueblo ha manifestado su voluntad de vivir la vida de otra manera, allí está Jesús para someterse él mismo al rito del bautismo, no como símbolo de arrepentimiento en relación con su pasado, sino como expresión de su compromiso con el futuro: un compromiso de adhesión al designio de Padre y de solidaridad y amor a la humanidad que lo llevará, al mantenerlo hasta el final, a entregar su propia vida como testimonio y prueba de fidelidad a ese compromiso, a ese amor. Esto es lo que significa el bautismo de Jesús: que él se solidariza con ese deseo de cambiar de vida que se expresa en el bautismo del pueblo y que está dispuesto a darlo todo, hasta su vida para que ese cambio sea posible y, realizándose de acuerdo con el plan de Dios, plenamente satisfactorio para el ser humano.
Significa, además, que Jesús asume el compromiso de practicar la justicia y de darlo todo, incluida su vida, para implantar ese orden nuevo que se vislumbraba ya en la profecía de Isaías: una humanidad libre y fraterna.
Pablo nos resume el desempeño de ese compromiso de Jesús en una frase: Es lo que dice Pablo que hizo Jesús: «pasó haciendo el bien y curando a todos los sojuzgados por el diablo.»
Vinculados a Jesús
En otro lugar, dice Pablo que por el bautismo hemos sido vinculados a la muerte de Jesús (Rm 6,3-5). Esto significa que por el bautismo nos hemos vinculado al compromiso de amor hasta la muerte que Jesús asume en su bautismo y completa en la cruz, compromiso liberador en favor de los seres humanos. El bautismo cristiano -que no es el bautismo con agua del Bautista, sino el bautismo con Espíritu de Jesús-, supone y exige ese compromiso y nos hace hombres nuevos, hijos de Dios.
Por eso, sólo en la solidaridad con quienes sufren las consecuencias del pecado, podremos realizarnos como hijos de tal Padre, sólo siendo solidarios con las víctimas de la injusticia -del hambre, de la guerra, del genocidio, de la discriminación de cualquier tipo, de la desigualdad, de la violencia...- seremos fieles a nuestro bautismo; sólo si luchamos por un mundo nuevo, por un mundo justo y fraterno lograremos que el compromiso de Jesús en su bautismo que culminó en su entrega en la cruz no se frustre.
Impulsados por el Espíritu, sólo así, contribuyendo a que la humanidad alcance la plenitud que ofrece el designio del Padre, llegaremos a alcanzar también nosotros, la plenitud humana que corresponde a los hijos e hijas de Dios.