24 de noviembre de 2019 |
Así Cristo es rey
Sin ejército, sin dinero, sin poder...
Colgado de una cruz, con los brazos, las piernas y el costado atravesados, de los que fluye, incontenible, la sangre...
Humillado por las burlas de los jerarcas religiosos que piensan que Dios está con los que tienen poder y que tener poder consiste en ser el que primero se salva a sí mismo...
Pero regando con su sangre la tierra de la que renacerá el hombre nuevo, para construir, entre los hombres, la paz.
Texto y breve comentario de cada lectura | |||
Primera lectura | Salmo responsorial | Segunda lectura | Evangelio |
2º Samuel 5,1-3 | Salmo 121,1-5 | Colosenses 1,12-20 | Lucas 23,35-43 |
Somos de tu misma sangre
El primero que gobernó como rey a las doce tribus de Israel fue Saúl. Cuando Saúl murió, David fue elegido rey por las tribus del Sur y sólo tras librar muchas batallas, cuando ya había corrido mucha sangre, los israelitas del Norte se dieron cuenta de que eran todos de la misma sangre. Al mismo tiempo tomaron conciencia de que lo que Dios quería para su pueblo era que se mantuviera unido bajo la guía de un único pastor: «De todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a decirle a David: Aquí nos tienes. Somos de la misma sangre. ... El Señor te dijo: "Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás jefe de Israel"». Entonces decidieron acabar con la guerra y aceptar a David como cabeza de un reino unificado.
Pero la unidad no duró mucho, sólo un par de generaciones (unos setenta y dos años): después de David, Salomón mantuvo unido el reino durante otros cuarenta años y, a su muerte, el reino volvió a dividirse en dos. La sangre que corría por sus venas no resultó un pegamento demasiado firme y no fue capaz de soldar con fuerza las divisiones entre las doce tribus.
Rey-pastor
Usar la imagen de rey para explicar la misión de Jesús, puede resultar engañoso si, al hacerlo, proyectamos en él las características de cualquier rey moderno; es más, en muchos países de larga tradición republicana o para las personas que prefieran la república a la monarquía, la imagen resultará contraproducente, trasnochada y fuera de contexto. Pero si lo que hacemos es remontarnos a la antigüedad y aplicar a Jesús los modelos de comportamiento de los reyes de hace más de veinte siglos, la confusión puede ser aún mayor pues, en la mayoría de los casos, nos encontraremos con personajes caprichosos, crueles, poseídos por su propio poder, convencidos de ser dueños de vidas y haciendas... La única imagen que quizá puede servir de aproximación a la figura de Cristo-Rey es la de rey-pastor que aparece frecuentemente en la Biblia (1ª lectura) y que tiene su origen en la figura de David quien, siendo pastor, fue elegido para gobernar a su pueblo: «Escogió a David su siervo, lo sacó de los apriscos del rebaño; de andar tras las ovejas, lo llevó a pastorear a su pueblo, Jacob, a Israel, su heredad» (Salmo 78,71-72).
De acuerdo con esta figura, claramente idealizada, se entiende que el rey debe tener con su pueblo una relación semejante a la que el pastor tiene con su rebaño: su misión consiste en cuidar de que éste tenga todo lo necesario para vivir y se sienta seguro, bien alimentado y defendido de sus enemigos potenciales. No obstante, ni el mismo David fue así durante todo su reinado. Mucho menos otros que le sucedieron, como revelan las duras denuncias que podemos leer en los libros de los profetas, a las que acompañan el compromiso de Dios de asumir en primera persona el pastoreo de su pueblo y la promesa de un nuevo pastor que realizará su tarea de acuerdo con el plan de Dios (Jeremías, 23,1-8; Ezequiel, 34; Salmo 23).
«Cristo Rey»
A pesar de todas estas evidentes contradicciones, cuando hemos querido expresar qué significa que Jesús Mesías es rey, en lugar de leer el evangelio, nos hemos dado una vuelta por los palacios de la tierra y, sin demasiado espíritu crítico, hemos ido colgandole a Jesús todos los signos de poder y de gloria que nos hemos encontrado en ellos: tronos majestuosos, coronas de oro, mantos de púrpura, cetros de plata y piedras preciosas... y leyes, muchas leyes con sus correspondientes castigos...
Otras veces, con el pretexto de que Jesús es el rey del universo, hemos intentado someter, si no el universo entero, al menos una buena parte de él a nuestros caprichos, a nuestros intereses o a nuestros dogmas, y hemos usado para ello incluso la violencia, la tortura... y hasta la muerte. Y así, el nombre de Jesús, su mensaje sobre el reinado de Dios, se han presentado muchas veces de una manera que nada tiene que ver con lo que él pretendía: ni con su manera de ser Mesías, ni con el proyecto de nueva humanidad contenido en el anuncio de que Dios quiere establecer su reinado en el mundo de los seres humanos.
Si fuésemos mínimamente autocríticos con lo que hacemos y usando como criterio el evangelio, tendríamos que reconocer que, muchas veces, hacemos todo lo contrario de lo que Jesús dijo e hizo. A propósito, ¿participaría él en la fiesta que hoy celebramos "Jesucristo, Rey del Universo" ? ¿Cantaría, vestido de pontifical, el “Cristo vence”?.
Por supuesto que no estaría allí donde su realeza se confunde con cualquiera de las de este mundo -veamos, si no, los ropajes, las joyas y las coronas con que se disfraza a “Cristo Rey”-, ni se uniría a quienes usando el nombre de “Cristo Rey” -que vence, reina e impera- pretenden autoritariamente que el mundo se les someta a ellos; está claro que no participaría en esas celebraciones que más se parecen a las burlas que dirigen al crucificado los dirigentes de Israel que a una fiesta por la liberación de los pobres que es el único signo inequívoco de la victoria del reinado de Jesús.
En realidad, si leemos el evangelio con atención, veremos que Jesús no se llama nunca a sí mismo “rey”, y sólo habla del reinado de Dios (la respuesta de Jesús a Pilato en la que Jesús acepta estar investido de realeza, supone, precisamente, un distanciamiento claro con los reyes de este mundo. Ver Jn 18,37).
Acusado de ser un rey más
El texto que se ha escogido para la eucaristía de hoy descubre de manera bien clara el modo de ser rey de Jesús.
En el evangelio de Lucas, de todas las veces que alguien se dirige a Jesús para llamarle «rey», sólo en dos de ellas los que lo hacen tienen buena intención. La primera vez, en la entrada de Jesús en Jerusalén; allí, los discípulos aclaman a Jesús con estas palabras: «¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor!» Entendieran lo que entendieran los que decían esto, una cosa es clara: Jesús se presenta como un rey distinto de los reyes de este mundo. Él es rey pacífico, que no utilizará la violencia para reinar; y rey humilde (Zac 9,9) pues no usa una cabalgadura propia de reyes (la mula, véase 1 Re 1,33), sino la de los campesinos (el asno).
En el resto de las ocasiones en que alguien llama a Jesús rey (Lc 23,2.3.37.38) es para acusarlo -y condenarlo por ello- de meterse en política, de tener ambiciones de poder, de querer ser un rey más. Jamás, en el evangelio de Lucas, se dice que Jesús afirmara que él era o pretendía ser rey; pero ésta es la acusación que los dirigentes de su nación presentan ante el gobernador romano: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, impidiendo que se paguen impuestos al César y afirmando que él es Mesías y rey» (Lc 23,2). Y consiguen la condena a muerte, y la ejecución. Y es entonces, en el patíbulo, mientras la muerte se va acercando con una cruel lentitud, cuando todos pueden ver escrito quién es aquel condenado: «ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS».
Allí está. En aquel majestuoso trono: un patíbulo, un lugar de tormento; y la corona... de espinas; y sin otro manto que su propia piel; y en las manos el hierro frío y penetrante de los clavos; y sus leyes y sus amenazantes castigos... «Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
Y su poder... Los que están allí presentes, los que lo habían llevado a aquella situación y a aquel estado, le proponen que haga uso de su poder para demostrarles que es verdaderamente rey. Para ellos, un rey lo primero que debe hacer es salvarse a sí mismo, y ésa es la prueba que piden a Jesús de su realeza: «A otros ha salvado; que se salve él, si es el Mesías de Dios, el Elegido». Tenían la prueba, «a otros ha salvado», pero no podían aceptarla de ninguna manera. Ni los que se estaban sirviendo del pueblo -habían convertido la religión en un negocio-, ni el pueblo, víctima de ellos, podían comprender que Jesús no es rey para servirse de su realeza, sino para ponerse al servicio de la humanidad y darle la oportunidad de convertirse en un pueblo de personas libres, en un «linaje real» (Ap 1,6; 5,10).
Sólo uno de los presentes sabe reconocer a un rey en aquel cuerpo magullado: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey» (la segunda vez que alguien llama «rey» a Jesús con buena intención). Por eso, «el buen ladrón» será el primero en experimentar lo radicalmente verdadera que es la liberación que ofrece Jesús: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
¡Y que clase de rey!
Los allí presentes estaban ante la culminación de la propuesta de rey-pastor del Antiguo Testamento, llevada a su más alto grado de cumplimiento, tal y como explica el evangelio de Juan: «Yo soy el modelo de pastor. El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas... Yo soy el modelo de pastor; conozco las mías y las mías me conocen a mí... por eso me entrego yo mismo por las ovejas» (Juan 10,11.14-15). Jesús es el buen pastor porque da su vida para preservar la vida de sus ovejas.
El himno de la Iglesia primitiva que reproduce Pablo en la carta a los Colosenses describe poéticamente este modo de ejercer la tarea como pastor/rey:
- su fuerza es el don de sí mismo, expresión de su amor, y no el poder apoyado en la violencia;
- el objetivo de su reinado es la paz del universo entero, y no la defensa de sus privilegios personales ni la grandeza de su pueblo y su dominio sobre los demás pueblos;
- el enemigo peligroso del que debe librar a sus gobernados son las tinieblas, esto es, el mundo injusto organizado al estilo de los otros reyes y no otros hombres, ni otros pueblos, llamados todos a encontrarse en esa paz universal que su amor anuncia;
- el modelo de todo lo creado es él mismo porque él es la imagen visible del Dios de la liberación y la paz, el Dios verdadero, y no imagen de esos ídolos que tanto abundan y en cuyo nombre se justifican privilegios y se bendicen armas y ejércitos, injusticias y muerte.
Pues sí, el rey del universo es este. Este es Cristo Rey: el que perdona a los que lo asesinan, el que no usa la violencia ni otra fuerza cualquiera y, mucho menos, en beneficio propio, el que se ha jugado la vida enfrentándose a los poderosos para que reine en el Mundo la justicia de un Dios que, porque es Padre, no quiere súbditos, sino hijos que vivan como hermanos. Un rey que no domina, sino que libera y nos impele a quienes lo seguimos a serr liberadores. Así es Cristo Rey.