Epifanía del Señor
Ciclo A

6 de enero de 2020
 

Ya no hay extranjeros

   Epifanía significa manifestación: Dios se ha manifestado a toda la humanidad en la persona de Jesús. Este es el mensaje central del evangelio de hoy: el diálogo de Dios con la humanidad ha roto todas las fronteras; su Mesías ya no es el l mesías de Israel, sino el de la humanidad toda; su palabra, su mensaje está dirigido a toda la humanidad. Y se ha manifestado para que lo que nos dice, para que lo que sabemos, no lo guardemos para nosotros, sino que lo compartamos y lo pongamos al servicio de los demás. Ya no hay, no debería haber para el cristiano, extranjeros.

 




Es otra historia

      Si queremos entender los pasajes del evangelio que se refieren a la infancia de Jesús debemos dejar de considerarlos historia, en el sentido moderno de la palabra. Los evangelistas no pretenden contar, con pelos y señales, unos hechos que sucedieron en un lugar concreto y en una fecha precisa; lo que quieren es comunicar de parte de Dios un mensaje que, si lo pusiéramos en práctica, nos serviría para encontrar la felicidad y la salvación. Los evangelios son el testimonio que las primeras comunidades cristianas nos dejaron acerca de su fe y de lo que, como consecuencia de haber creído, cambió sus vidas. Ahora bien: como su fe no consistía en aceptar una teoría, sino en ponerse del lado del Hombre, en quien Dios quiso compartir la existencia humana, su testimonio arranca de los principales hechos -históricos, sin duda- de la vida de Jesús. Pero los evangelistas, según práctica frecuente en aquella cultura, no sienten ningún reparo en modificar determinadas circunstancias o, incluso, en inventarse relatos enteros si esto les sirve para explicar mejor el mensaje que ha cambiado su propia vida y la de los demás miembros de la comunidad, mensaje que quieren proponer a quienes estén interesados en ese nuevo modo de creer y de vivir.
      El de la adoración de los Magos -como la mayoría de los que se refieren a la infancia de Jesús- es uno de estos relatos; en él Mateo adelanta una de las enseñanzas centrales de la predicación de Jesús y que, con otro estilo, nos ofrece Pablo en el párrafo de la carta a los Efesios que se lee hoy como segunda lectura: «que los paganos, mediante el Mesías Jesús y gracias a la buena noticia, entran en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y tienen parte en la misma promesa», es decir: que todo hombre, sea cual sea su origen, el color de su piel, la lengua en la que se exprese, las tradiciones religiosas que profese o el lado de la frontera en el que haya nacido, está llamado a incorporarse al proyecto de convertir este mundo en un mundo de hermanos, porque Dios se ofrece para ser el Padre de todos los que como tal lo acepten. Eso es lo que nos quiere explicar Mateo con la historia de estos extranjeros -los magos vienen de Oriente- que se acercan a rendir homenaje al recién nacido: que Dios no hace diferencias entre los hombres ni por la raza, ni por la nación, ni por la cultura, ni por la religión...




Todos eran intelectuales, pero...

      Los magos -Mateo no dice cuántos eran- no eran reyes, ni funcionarios de ningún gobierno; eran científicos, lo que hoy llamaríamos intelectuales. Se dedicaban a estudiar las estrellas, en donde los hombres siempre han intentado leer la historia por adelantado. Mateo dice que en las estrellas descubrieron la noticia del nacimiento de un rey, el rey de los judíos. Aunque el evangelio no lo dice expresamente, debemos entender que en aquel nacimiento supieron ver la mano de Dios. Y se pusieron en camino -actuaron en consecuencia; su ciencia, la verdad que habían descubierto, les sirvió para su vida- y se fueron a rendir homenaje y a ponerse al servicio de aquel rey recién nacido.
      Cuando llegaron a Jerusalén fueron a preguntar al palacio real. Allí no había ninguna vida nueva -pronto se demostraría que aquél era un reino de muerte-. Herodes, rey ilegítimo que reinaba gracias al imperio de Roma, temiendo por su trono, convocó a los mayores expertos en las cuestiones de Dios, a los letrados y a los sumos sacerdotes, para que le aclararan qué estaba pasando.
      Por supuesto que supieron darle respuesta; no eran ignorantes, conocían al dedillo la palabra de Dios y todos los anuncios de los profetas y respondieron adecuadamente: «En Belén de Judea, así lo escribió el profeta». También ellos eran intelectuales, lo sabían todo pero ¿para qué les servía su ciencia?
      Pues para ponerla al servicio de un poder tiránico y opresor al que ofrecen los datos que le permitirán atacar con todos los medios la esperanza que acaba de hacerse carne en medio de la humanidad y, como se irá viendo en el evangelio, también les servirá para conseguir y mantener sus privilegios, para engañar y explotar al pueblo al que trataban de ocultar la verdad que tan bien conocían y que tan poco les interesaba que se conociera.
      En resumen, estas son las dos principales enseñanzas de la fiesta y del evangelio de hoy:
        - Dios no hace distinciones entre los hombres; aunque prefiere a los pobres, todos están invitados, en Jesús, a ser sus hijos. El proyecto que él propone se dirige a toda la humanidad; tiene, por tanto, un carácter universalista. Ningún pueblo es ya el pueblo de Dios; lo es o lo está invitada a ser toda la humanidad.
        - Hay que empezar, eso sí, por ser honrados y por poner lo que sabemos al servicio no del poder o de nuestros privilegios, sino de todos los que necesitan y buscan liberación.



Diálogo inter-religioso
   
      No conozco otras religiones con la suficiente profundidad como para hablar de ellas con plena solvencia. Pero seguro que los hombres, independientemente de nuestras creencias, podemos encontrarnos en estas dos ideas: lo importante es la persona y su necesidad de liberación, es decir, la persona y su dignidad, la persona y los derechos inherentes a su dignidad; y, para poder encontrarnos, hay que empezar siendo sinceros.
      El evangelio nos facilita acoger esta propuesta diciéndonos expresamente que para Dios no hay valor mayor que el de la persona humana ni hay derecho superior al bien del hombre (ver, p. ej.: Mt 12,1-14); en el mandamiento nuevo (Juan 13,34-35;15,12), la norma que supera y declara cumplidas todas las demás leyes y que caracteriza el modo de vida de los seguidores de Jesús, Dios se retira, no aparece. Ese mandamiento no nos exige amar a Dios -ni mucho menos matar por Él-, sino que acojamos el amor de Dios y, con él, amemos a nuestros hermanos.
      No quiero, digo, hablar en nombre de los creyentes de otras religiones; pero nosotros los cristianos no tenemos excusa: en ninguna circunstancia podemos discriminar a nadie por ningún motivo y, menos aún, por razones de índole religiosa.
       Lo que sí parece claro es que ninguna religión negará que la honradez intelectual, la sinceridad y la coherencia entre lo que decimos creer y lo que practicamos es fundamento necesario para que cualquier diálogo termine en acuerdo, en consenso, en alianza pacífica.
      No será posible el encuentro cuando en el diálogo no seamos capaces de poner encima de la mesa, con total transparencia los intereses que creemos que, en justicia, debemos defender. No llegaremos a ninguna buena meta si los intereses -inconfesados- que defendemos ocultamente son el deseo de conseguir mayor poder, más prestigio, más influencia en la sociedad o -y esto suele estar siempre presente, aunque nunca se reconoce- ventajas de carácter económico.
      Y, una vez dadas las condiciones anteriores, debemos dejarnos de pamplinas. En el ámbito religioso, en el ámbito cristiano no tiene sentido negarse a compartir ni un tiempo ni un espacio para rezar juntos, porque no hay ni tiempos ni lugares sagrados; no tiene sentido negarse a compartir la lucha por la justicia y la armonía entre los hombres pues Dios pondrá su casa dentro de todos aquellos que acepten su propuesta, que acojan su amor y se conviertan en cauce para que ese amor llegue a la humanidad toda (Juan 14,23).
    Y en esa humanidad convertida en el único pueblo de Dios (Jn 10,16) ya no habrá extranjeros, nadie será extranjero.



Cuchillas contra los Magos

    Nuestra muy cristiana España se defiende de los inmigrantes pobres. Mientras que
facilita el permiso de residencia a los  que llegan con la cartera llena de billetes (sin importar demasiado su procedencia), se “protegen” las fronteras con agresivas cuchillas para evitar que los inmigrantes que vienen buscando una vida medio decente  nos “invadan”. No nos molesta que los mafiosos internacionales blanqueen su dinero comprando casas en España o adquiriendo deuda pública (¿se analizará con detalle la procedencia del dinero que se utilice con este fin?); lo que sí parece incomodar, y mucho, a algunos, es que lleguen a nuestra casa los que sólo buscan saciar el hambre que en sus países empobrecidos no pueden aplacar.
    Y ni siquiera cuando los que llegan vienen huyendo de la muerte violenta, como consecuencia de conflictos en cuyo origen están nuestros Estados (¿recuerdan la guerra de Irak y la famosa foto de las Azores?), somos capaces de acogerlos, actuando en contra de nuestras propias leyes y de los que deberían ser inviolables e inalienables derechos humanos.
    En esta festividad, como es tradicional en nuestro país, se celebrarán innumerables cabalgatas que recordarán el relato evangélico que origina esta celebración. Muchos de los que representarán a los “Reyes Magos” son miembros de las administraciones públicas. Y entre ellos habrá muchos que apoyen la decisión de instalar esas cuchillas que violan los derechos humanos -y por tanto la constitución española- y también determinadas normas jurídicas de carácter internacional. Y lo que ciertamente pisotean es el mensaje de Jesús, lo que ciertamente desprecian es el auténtico humanismo cristiano en el que, según dicen, inspiran sus decisiones políticas.
    No tendrán ningún problema en representar un proyecto que propone la fraternidad universal de todos y, al mismo tiempo, dar su apoyo a decisiones que son causa de marginación y exclusión de los más débiles.
    Es posible que se trate de cinismo hipócrita; o tal vez sea sólo ignorancia; pero ignorancia culpable por interesada.

Los Magos no eran blancos

    Fundándose en el número de regalos que ofrecen al niño, la tradición ha cifrado en tres el número de magos que se acercan a rendir homenaje a Jesús; y de acuerdo con su origen los reconoce como extranjeros, no pertenecientes al pueblo de Israel; inspirándose en textos como, por ejemplo, el salmo 71 que se recita en la liturgia de hoy, los ha convertido en reyes. Y, además, la tradición ha traducido el mensaje universalista del pasaje que comentamos representándolos como pertenecientes a tres razas distintas.
    Este año, un grupo político reaccionario que ha cobrado una cierta relevancia en nuestro país, con tendencias racistas y xenófobas ha tenido la ocurrencia de felicitar las fiestas navideñas a sus seguidores con una tarjeta en la que aparecían representados los tres “Reyes Magos” ¡los tres de raza blanca!
    No merecería la pena referirse a esta prueba de crasa ignorancia si no fuera porque esa ideología  se está traduciendo en medidas orientadas a eliminar cualquier tipo de protección a las personas migrantes que llegan a nuestro país y, en ocasiones, tapando la falta de sensibilidad humanitaria con pretextos de carácter religioso. Valga como ejemplo lo ocurrido en la ciudad de Ceuta: se ha retirado la asignación que tenían distintas organizaciones humanitarias que se ocupaban en a
coger y atender a niños, a menores inmigrantes no a acompañados ¡para dedicar esos fondos a la restauración de una iglesia!
    ¡Qué maneras más claras de despreciar a los Magos y al que homenajearon los Magos!
   Menos mal que alguna voz muy autorizada dentro de la Iglesia se ha alzado para denunciar tamaño despropósito.
   Aunque lo que debería haberse oído no es una voz sino el clamor unánime de todos los seguidores del que se manifestó -eso celebramos hoy- como el tenía la misión de proponer a la humanidad un proyecto de absoluta hermandad por encima de razas, credos, culturas y cualquier otra diversidad entre los seres humanos, diversidad que, más que enfrentarnos unos a otros nos debe servir para enriquecernos mutuamente.

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