Domingo 34º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Evangelio: Lucas 23,35-43

 

Texto

      35El pueblo se había quedado observando. Los jefes, a su vez, comentaban con sorna:
      - A otros ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido.
      36También los soldados se burlaban de él; se acercaban y le ofrecían vinagre 37diciendo:
      - Si tú eres el rey de los judíos, sálvate.
      38Además, tenía puesto un letrero:
      ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS
      39Uno de los malhechores crucificados lo insultaba. ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros.
      40Pero el otro se lo reprochó:
      - Y tú, sufriendo la misma pena, ¿no tienes siquiera temor de Dios? 41Además, para nosotros es justa, nos dan nuestro merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo.
      42Y añadió:
      - Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.
      43Jesús le respondió:
      - Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso.

Notas

      Jesús está en la cruz. Una ejecución en aquella época -y hasta no hace mucho entre nosotros-  era un espectáculo; y, por desgracia, un espectáculo que, salvo para unos pocos familiares de los ejecutados, era más una comedia que una tragedia. Lo vemos en las reacciones de los presentes.
      Jesús acaba de pedir perdón para los responsables de aquel desatino (23,34), pero estos, inconscientes, se divierten con la representación.
      El pueblo observa callado; no nos dice Lucas cuáles eran sus sentimientos, pero sí sus acciones: ninguna. Se limitan a observar cómo la injusticia se consuma.
      Los jefes gozan de su victoria e ironizan: no puede salvarse a sí mismo ¡y pretendía tener a Dios de su parte!
      Los soldados continúan la burla situándose en la perspectiva política: ¿qué clase de rey podrá ser un condenado a muerte que no ha podido librarse de subir al patíbulo? Y mientras se burlan le dan vinagre, para que la broma resulte todavía más amarga.
      El letrero que han colocado para informar de la causa de aquella muerte hace escarnio del crucificado.
      Uno de los que están crucificados con él comparte la opinión de los jefes del Israel y los soldados: si aquel hombre fuera de verdad el Mesías... la salvación estaría allí para todos los que están siendo oprimidos por los romanos.
      Sólo uno, también crucificado, se niega a reírse de un justo injustamente ajusticiado e insinúa una cierta confesión de fe. Y sólo a él le llega la promesa de una casi presente, pero segura y definitiva salvación.

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