4 1 En consecuencia, un favor os pido, yo, el prisionero por el Señor: Que viváis a la altura del llamamiento que habéis recibido; 2 sed de lo más humilde y sencillo, sed pacientes y conllevaos unos a otros con amor. 3 Esforzaos por mantener la unidad que crea el Espíritu, estrechándola con la paz. 4 Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es también la esperanza que os abrió su llamamiento; 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todos. 7 Pero cada uno hemos recibido el don en la medida en que el Mesías nos lo dio. 8 Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos, dio dones a los hombres» (Sal 67,19). 9 ¿Qué significa ese «subió» sino que también ha bajado a esta tierra inferior? 10 El que ha bajado es aquel que había subido por encima de los cielos para llenar el universo. 11 Y así, fue él quien dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, 12 con el fin de equipar a los consagrados para la tarea del servicio, para construir el cuerpo del Mesías; 13 hasta que todos sin excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde a la plenitud del Mesías. |
Pablo exhorta a los cristianos de Éfeso a ser coherentes con la fe que profesan poniendo en práctica los valores que considera característicos del seguidor de Jesús: humildad, sencillez y, sobre todo, amor fraterno. Las palabras de Pablo sugieren que habrá diversidad en las comunidades cristianas y, tal vez, discrepancias y situaciones de conflicto que deberán ser superadas mediante ese amor, de modo que se alcance el objetivo de la unidad y la paz. Amor y unidad son fruto de la acción del Espíritu que constituye a los seguidores de Jesús en un solo cuerpo y proyecta su futuro en una esperanza común, los confirma en una única fe alrededor de un único Señor y un Padre común de todos. Esa unidad, sin embargo, no significa uniformidad pues el don, la gracia, que recibe cada uno es distinto del de los demás. Todos sin embargo, deben buscar el mismo fin: la construcción de la comunidad, el cuerpo del Mesías, de modo que, gracias a la contribución de cada uno, todos los miembros de la misma alcancen la plena madurez que corresponde a la plenitud de Jesús Mesías. |