Domingo 24º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Segunda lectura: Romanos 14,7-9

 

 

 

            7 Porque ninguno de nosotros vive para sí ni ninguno muere para sí: 8 si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor; o sea que, en vida o en muerte, somos del Señor. 9 Para eso murió el Mesías y recobró la vida, para tener señorío sobre vivos y muertos.

            En las primeras comunidades cristianas había unidad, pero no uniformidad. Entre los destinatarios de la carta a los Romanos había diversas opiniones, variados grados de firmeza en la fe y distintas tradiciones religiosas. Esta diversidad, dice Pablo, puede ser un factor de enriquecimiento de la comunidad y no pondrá en peligro la armonía del grupo siempre que, entre sus miembros, se de un fuerte respeto mutuo, asentado sobre dos convicciones fundamentales: la primera, que sólo Dios es juez, que sólo él tiene competencia para juzgar la conciencia de los hombres (Rm 14, 1-4. 10-12); la segunda, que hay que dar por supuesta la buena voluntad de los que actúan por el Señor (vv. 5-6).
            A propósito de este segunda idea, Pablo formula un principio general de la conducta cristiana: todo lo que el cristiano hace, lo debe realizar con una única motivación: adecuar su vida y su comportamiento al sentido de la muerte del Mesías quien, por esa misma muerte, se convirtió en señor -modelo y norma- de vivos y muertos.

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