18 El Señor Dios se dijo: - No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude. 19 Entonces el Señor modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. 20 Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que le ayudase. 21 Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo; y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. 22 Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. 23 El hombre dijo: - ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. 24 Por eso un hombre abandona padre y madre, se junta a su mujer, y se hacen una sola carne.
| | No es buena la soledad para el hombre. Según el relato de la creación del Génesis, el ser humano, desde su creación, está orientado a la convivencia, a construir y compartir la vida con otros seres. Sobre los animales ejerce un señorío (Gn 1,28) que se expresa en el hecho de ponerles nombre; pero entre todos ellos no hay ninguno que esté a su altura, que sea como él, es decir de su misma naturaleza y dignidad; por eso, con ellos, no es posible una relación de convivencia. El relato de la creación de la mujer pone de manifiesto esta igualdad en naturaleza y dignidad entre el varón y la mujer: los dos son de carne y hueso, de la misma carne y el mismo hueso. La institución matrimonial se remonta, según el autor de este relato, al mismo momento de la creación y responde al plan de Dios sobre la humanidad: varón y mujer están destinados, juntos, a ser imagen de Dios comunicando la vida que se origine en su amor (Gn 1,27-28). |