4 Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis». Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. 5 Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, 6 saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; 7 el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. | | El capítulo 35 de Isaías es la segunda parte de una requisitoria judicial de Dios contra todas las naciones. En la primera parte (c. 34), Dios formula su acusación y dicta sentencia condenatoria: la obstinación de las naciones que vuelven una y otra vez la espalda al plan de Dios tendrá como resultado un mundo lleno de violencia y sufrimiento. Pero ese no será el final de la historia. El capítulo siguiente, del que forma parte la lectura de hoy, nos revela cómo quiere Dios que ésta continúe. Promesa de liberación; alegría. La gloria del Señor se va a manifestar dando fuerza a los débiles, valor a los cobardes, luz a los ojos del ciego y capacidad de comunicarse al mudo: nacerá un mundo sin débiles y sin debilidades; de los fuertes poco se dice («No habrá por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces...» v. 9 que no se leerá en la celebración litúrgica). Es un mundo rebosante de vida, libertad y alegría, especialmente (v. 10) para los que hasta el momento se han visto acompañados por la pena y la aflicción que, gracias a la intervención de Dios, se alejarán. |