El libro de la Sabiduría está considerado por muchos especialistas como un tratado de teología política destinado a mostrar en qué consiste el buen gobierno, de acuerdo con el designio divino. El primer capítulo empieza («Amad la justicia, los que regís la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con corazón entero» 1,1) y termina («Porque la justicia es inmortal» 1,15) con sendas menciones de la justicia y nos propone así un marco general en el que se identifican justicia, sabiduría y presencia de Dios: donde se practica la justicia se realiza la sabiduría de Dios y el Señor se deja sentir cercano y presente. En ese ambiente sobreabunda la vida: «Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal» (1,13-15). El capítulo segundo nos presenta la otra cara de la moneda: la injusticia revela un mundo organizado a espaldas de Dios, en contra de su proyecto: frente a un mundo regido por la justicia, los impíos proponen un orden resumido en este principio: «que sea nuestra fuerza la norma del derecho» (2,11). En ese [des]orden no tiene sentido el respeto y la atención a los más débiles, la viuda y el anciano; y el justo, del que se dice que es hijo de Dios, es objeto de persecución, tortura y muerte. Los impíos presentan esa muerte infringida al justo como prueba en contra de la existencia de Dios, por tanto, a favor de su concepción del mundo y de su orden cimentado sobre la fuerza y edificado mediante la injusticia. Sólo que «Así discurren y se engañan... no conocen los secretos de Dios.» (2,21-22) Los versículos finales de este capítulo segundo (que se leen al final de la 1ª lectura) responden a los argumentos de los impíos y enlazan con el final del primero: en el designio divino, el hombre tiene como destino único la vida. La muerte es el efecto de la injusticia, la consecuencia natural de optar por una existencia a espaldas del autor de la vida: «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser, pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y los de su partido pasarán por ella.» (2,23-24). |