21 de julio de 2024 |
«Como ovejas sin pastor»
Desamparados, perdidos, desesperados. Millones de seres humanos malviven en el mundo sin una tierra en la que quedarse o en una tierra de la que -por el hambre, la pobreza, la guerra o por todo eso a la vez- quieren salir a toda costa. Son ovejas sin pastor o, más bien, ovejas maltratadas por los malos pastores que, en lugar de cumplir con su tarea -garantizar el bienestar de las ovejas- sólo buscan sus propios intereses.
Los cristianos debemos tener claras dos cosas: primera, que es misión nuestra denunciar la corrupción de esos malos pastores; y, en segundo lugar, que los principales destinatarios del mensaje de Jesús son, también hoy, todas esas ovejas desperdigadas que los pastores de este mundo han dejado abandonadas y dispersas, «como ovejas sin pastor».
Texto y breve comentario de cada lectura | |||
Primera lectura | Salmo responsorial | Segunda lectura | Evangelio |
Jeremías 23,1-6 | Salmo 22,1-6 | Efesios 2,13-18 | Marcos 6,30-34 |
Revisar el trabajo realizado
Haber sido llamado por Jesús y enviado por él a anunciar su mensaje, haber escuchado sus instrucciones y recibido la fuerza necesaria para la misión son condiciones imprescindibles para el mensajero, pero no le aseguran el acierto. Sigue siendo una persona limitada, que se equivoca, condicionada por su mentalidad y sus prejuicios. Por eso es necesario revisar con atención el trabajo realizado. Eso es lo que pretende hacer Jesús con sus discípulos.
Ellos se habían pasado, habían hecho algo para lo que todavía no estaban preparados y que Jesús no les había encomendado: enseñar, que, según el uso que hace de esta palabra el evangelio de Marcos, significa proponer el mensaje de Jesús tomando como punto de partida el Antiguo Testamento. Jesús lo hacía porque tenía bien claro qué contenidos de aquellos antiguos escritos seguían teniendo alguna validez y cuáles habían quedado totalmente obsoletos. Pero los discípulos, que todavía no habían comprendido la novedad radical de la Buena Noticia (seguirán durante mucho tiempo atados a sus tradiciones; véase, por ejemplo, Mc 6,48; 7,32; 8,22-26.27-38; 9,1-13.32.38; 10,35-45.46-52;), seguro que mezclaron lo que ya estaba a punto de cumplirse, perdiendo su vigencia, con lo que iba a ocupar su lugar, y llenaron, con el vino nuevo, los odres viejos (Mc 2,22).
Su misión, sin embargo, parece haber tenido éxito porque, seguramente, habían presentado el mensaje de Jesús como compatible con la preservación de los viejos privilegios y las permanentes ansias de grandeza de Israel.
Así, como «eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer», Jesús se los lleva «en la barca, aparte, a un lugar despoblado». Jesús pretendía que, después de explicarles de nuevo su proyecto, renovaran su primer compromiso (venid vosotros... Ver 1,17: Veníos conmigo...) y acabaran por comprender y aceptar la radical novedad de la Buena Noticia.
Pero esta vez la gente, ilusionada por la esperanza que los discípulos habían despertado en ella, no los va a dejar hacer la revisión de su actividad ni alimentarse ellos solos, aparte, de la enseñanza de Jesús.
Como ovejas sin pastor
Marcos señala, al hilo de la narración, dos consecuencias de la predicación de los Doce: una parece negativa y otra positiva.
La gente ha escuchado a los Doce. Y reacciona buscándolos. Pero, y esto sería lo negativo, no busca a Jesús, sino a todo el grupo. Esto podría indicar que, en efecto, no han sido capaces de mostrar la radical novedad del mensaje de Jesús y lo han mezclado, confundiéndolo, con sus esperanzas y tradiciones que en su mayor parte se verán modificadas o simplemente perderán su vigencia como consecuencia de la misión y la predicación de Jesús. Dicho con otras palabras: se han predicado a sí mismos en lugar de anunciar la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios (Mc 1,1).
El aspecto positivo es, sin duda, que han conseguido despertar el interés de sus oyentes. Como son gente del pueblo, han atinado al tocar las fibras más sensibles de sus paisanos.
Y es vehemente ese interés: los ven alejarse en barca, y a pie, bordeando el lago, se encaminan hacia el lugar al que se dirigen Jesús y los discípulos, corriendo tanto que llegan antes que ellos.
El interés puede ser positivo, pero, puesto que se funda en prejuicios falsos, podría ser peligroso. Jesús, sin embargo, sabrá aprovecharlo en la dirección adecuada: desplazará a los discípulos (el relato pasa de pronto del plural al singular) y asumirá en primera persona la tarea de enseñar a la gente; y lo hará directamente, sin metáforas, sin parábolas.
De este modo, al llegar al lugar en el que quería revisar la misión con sus discípulos, Jesús ve que se les han adelantado, y en lugar de sentirse molesto porque no va a poder hacer lo que pretendía, se siente solidario con ellos, abandona su plan y se pone «a enseñarles muchas cosas»; él conoce perfectamente la causa de su ansiedad, la circunstancia que ha favorecido el éxito -llamémoslo así- de los discípulos: están desorientados y, por eso, deseosos de encontrar alguien que les muestre la dirección adecuada en la que deben marchar para hacer más feliz su vida; Jesús lo ve y comprende que están extraviados, «como ovejas sin pastor».
Una crítica política
Los antepasados más antiguos que Israel conoce eran pastores nómadas, que debían cuidar con mucha atención de sus rebaños para que no perecieran por falta de pastos o por el ataque de los animales salvajes. Esta imagen sirvió a los escritores del Antiguo Testamento para representar el cuidado de Dios por su pueblo (Gn 48,15; 49,24; Is 40,11; Jr 23,3; 31,10; Ez 34,11-22; Sal 23,1; 28,9; 74,1; 77,21; 78,52.72; 79,13;80,2) y la tarea propia del rey y de los dirigentes políticos del país (2Sm 5,2; 7,7; Is 56,11; Jr 2,8;3,15; 10,21; 22,22; 23,1-4; 50,6; Miq 5,4-5; Sal 78,70). Los profetas, cuando quieren denunciar la corrupción de los dirigentes, usan esta misma imagen del pastor, pero indicando que en lugar de cuidar de las ovejas las dispersan y extravían: «Mi pueblo era un rebaño perdido que los pastores extraviaban por los montes...» (Jr 50,6; véanse, además de la primera lectura de hoy, Is 56,9-12; Jr 10,21;25,34-38; Ez 34).
Cuando el evangelio dice que Jesús «se conmovió porque estaban como ovejas sin pastor», está, por un lado, sintiéndose solidario con el sufrimiento del pueblo y, por otro, actualizando la crítica profética hacia los dirigentes políticos de Israel, certificando el fracaso de las viejas instituciones que, por eso, no van a ser restauradas, sino sustituidas por una nueva realidad, por un reino universal y fraterno al que están llamadas todas las personas del mundo entero.
Lo que hará después mostrará que él va a realizar el anuncio de los profetas: él es el pastor que, según está anunciado, va a sustituir a aquellos corruptos (Ez 34,23s; Jr 23,5; Sal 2,9). Cierto que su manera de ser pastor será muy distinta de la de los antiguos (¡y los modernos!) pastores.
Más ovejas desperdigadas
El mensaje de las lecturas de este domingo nos hace volver la mirada hacia el momento presente.
Con toda seguridad, al ver a los africanos jugarse la vida en el mar para llegar a las costas europeas -italianas o españolas, andaluzas o canarias-, o al verlos vagando por el desierto, abandonados por los gobiernos de los países norteafricanos, o dejándose la piel a jirones en las vallas de cuchillas de Ceuta y Melilla... y a cualesquiera otros, peleando por entrar por en cualquier otra puerta -cerrada para ellos- del mundo que, a pesar de las crisis, sigue siendo un mundo rico, con toda certeza que Jesús está una vez más conmovido, porque ve a tanta gente como ovejas sin pastor.
Y compartirá la angustia de los millones de trabajadores sin empleo, de los jubilados a los que se les arrebatan los derechos conseguidos en duros años de trabajo, de los inmigrantes que quedarán sin asistencia sanitaria y la de todas las víctimas de un sadismo económico que hace sufrir a cientos de millones de personas y que nos imponen los pastores que nos gobiernan al servicio de los dueños del dinero.
Ovejas sin pastor serán para él los miles de refugiados que huyen de las guerras impulsadas por los pastores de los países ricos o del hambre generada por el expolio de las grandes multinacionales y que se agolpan a las puertas de esos países -la Unión Europea, los EE.UU. de Norteamérica-, puertas que encuentran una y mil veces cerradas a cal y canto o que se abren un poquito para lavar las conciencias de sus dirigentes quienes, al mismo tiempo que presumen de recibir en casa a unos cuantos cientos de inmigrantes rescatados en alta mar, llegan a acuerdos que deberían avergonzar a quien se siente verdaderamente humano: en lugar de dedicar los fondos disponibles a impulsar el desarrollo de los países de origen se aumenta el presupuesto para vigilar las fronteras, o para pagar a los países del norte de África, para que sean ellos los que impidan que los que quieren entrar en la UE puedan llegar a su destino sin importarles demasiado los métodos que utilizan para conseguir ese objetivo, al tiempo que se criminaliza a las organizaciones humanitarias que tratan de salvar vidas en el Mediterráneo...
Después de haber estado expoliando -y de seguir haciéndolo por otros medios- los recursos naturales de los países de África y del Oriente Medio, les cerramos las puertas cuando vienen a participar de las migajas de una riqueza que se construyó sobre la base del expolio que ellos padecieron. De este modo, «...hay muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de catástrofes naturales. Otros, con todo derecho, buscan oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las condiciones para que se haga realidad.» (Papa Francisco, Encíclica Fratelli tuti § 37).
Es lo que está sucediendo ahora; sólo que los que aparecen como dirigentes en este momento, no son más que capataces bien pagados al servicio del verdadero poder: el diabólico poder del dinero: «Después, llevándolo a una altura, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré todo ese poder y esa gloria, porque me lo han dado a mí y yo lo doy a quien quiero; si me rindes homenaje, todo será tuyo.» (Lc 4,5-7).
No es posible comprender, desde una postura humanista -a la que se reclaman casi todos los dirigentes de Europa y de Occidente- una crueldad tan inhumana como la que se está mostrando y ejerciendo con todos estos seres humanos. No hay derecho a que el precio que determinados dirigentes -que incluso se presentan como “cristianos”- están haciendo pagar a los más desfavorecidos para mantenerse en el poder y para asegurar el nivel de vida de las clases medias europeas y, sobre todo, los beneficios de sus compañías multinacionales sea la vida, sí, la vida, de miles de hermanos y hermanas nuestras.
De los dos pueblos -de todos- hizo uno
No se trata aquí de hacer un análisis de estos problemas. Pero sí que es éste el lugar adecuado para recordar algo de suma importancia: las palabras de Jesús se oyen hoy si las pronunciamos y las anunciamos sus seguidores. La voz de Jesús, condenando toda injusticia y mostrando su indignación porque en nuestro mundo se conceden al dinero derechos que se niegan a las personas, se transmite a través de las cuerdas vocales de los seguidores de Jesús. Es más: la compasión que conmueve el corazón del Padre y el de su hijo Jesús ante todos los que sufren sólo la sentirán sus destinatarios si somos capaces de hacérsela llegar, mediante nuestra propia empatía y solidaridad, los que hoy somos sus seguidores.
Nos dice la carta a los Efesios que la sangre de Jesús realizó ya la paz entre los judíos y los gentiles. Esto quiere decir que la entrega de Jesús puso fin a un modelo de relación con Dios fundado en la Ley de Moisés que era la causa del orgullo nacionalista de Israel y, por tanto, de la división y el enfrentamiento con el resto los pueblos. Ese modelo de relación con Dios ha sido sustituido por otro en el que Dios se manifiesta como Padre de todos los que quieran ser sus hijos, de los que acepten su vida, es decir, de todos los que se muevan siguiendo los impulsos del Espíritu; así nace una humanidad nueva en la que ya no cuentan ni son un obstáculo ni la raza, ni las peculiaridades culturales, ni las tradiciones religiosas... Una humanidad nueva en la que toda hostilidad ha sido sustituida por la fraternidad y la sororidad que crea el tener un Padre común y por la práctica del amor entre las personas que se sienten y viven como hermanas.
Lástima que, en tantas ocasiones, los cristianos hayamos traicionado nuestra vocación y nuestra misión haciendo que nuestras propias creencias -que no coinciden y que, incluso, contradicen nuestra fe-, enmascarando intereses inconfesables, hayan sido causa de división, de enfrentamiento, de opresión e, incluso, de guerra.