Domingo 10º del Tiempo Ordinario
Ciclo B

9 de junio de 2024
 

Jesús, su padre y su familia

 

    Jesús puso en crisis muchas ideas, muchas tradiciones, muchas instituciones. Hasta la religión oficial y la familia. Era necesario que quedara claro que el punto más alto en su escala de valores lo ocupaba la voluntad su Padre: convertir la humanidad en una gran familia.

 



Decían que estaba loco

    Jesús lo estaba poniendo todo patas arriba. Dejó en evidencia a los representantes de la teología oficial y descubrió ante el pueblo llano que Dios no estaba con ellos; hizo ver que los espíritus inmundos (“los demonios”; véase el comentario del 
Domingo IV del Tiempo Ordinario) se sentían bastante cómodos en las sinagogas, tanto que salieron en defensa de la doctrina oficial, en peligro por la enseñanza de Jesús. Al compararlas, se veía que la doctrina de los letrados no era más que una gran mentira que convertía a los hombres en inútiles e incapaces de ser imágenes de Dios. Jesús violó vanas veces la Ley de Moisés: se saltó el precepto de no trabajar en sábado (Mc 1,29-31; 3,1-6) y, además, declaró que el Hombre es más importante que la Ley (Mc 2,23-27); tocó a un leproso (Mc 1,39-45), impuro según la Ley y el leproso quedo sano (lo contrario de lo que decía la Ley); se juntó con recaudadores y prostitutas (Mc 2,7-17; según el evangelio de Mateo, llegó a decir a los sacerdotes que los recaudadores y las prostitutas iban por delante de ellos en el camino hacia el reino de Dios; Mt 21,31). Y el colmo fue lo que acababa de hacer: escogió a doce de los que lo seguían y los constituyo en el símbolo del nuevo pueblo de Dios (Mc 3,13-19). Era como decir a sus paisanos: “Si es que Dios ha estado con vosotros hasta ahora porque erais israelitas, esto se ha acabado. Las cosas de Dios ya no son cuestión de raza; a partir de ahora Dios estará con quienes quieran estar conmigo y con quienes conmigo trabajen por las personas y por su liberación, por encima de leyes, razas, manifestaciones religiosas..." (véase también Mc 2,1-12; comentario del Domingo VII del Tiempo Ordinario). Era lógico que haciendo y diciendo cosas de este tipo la gente hablara y que sus parientes, hartos de tanto chisme -«decían que estaba loco»-, decidieran echarle mano y retirarlo de la circulación, bien porque no estaban de acuerdo con él, porque no lo comprendían, o más probablemente, porque temían la reacción de las autoridades.

 

Con el poder de Belcebú

    Los jerarcas religiosos se preocuparon en seguida de quien se estaba saliendo de los cauces de su ortodoxia y desestabilizando el sistema. Por eso, viendo en peligro sus privilegios, no tardaron en enviar desde el centro algunos expertos para que hicieran volver las aguas a su cauce y metieran por vereda a aquel, a su juicio, desequilibrado. Y así, desde Jerusalén, mandaron a unos teólogos (letrados) de doctrina segura para que evitaran que aquel extremista corrompiera al pueblo y extendiera su rebeldía al resto de los fieles.
    Aquellos letrados no fueron a ver a Jesús para dialogar con él, de modo que se pudiera explicar y así buscar juntos la verdad de lo que decía y la rectitud de lo que hacía. Como se sentían poseedores de la verdad -se creían dueños de Dios, al que habían tratado de domesticar para ponerlo a su servicio-, decidieron usar otro método: desacreditar a Jesús. Y empezaron a dejar correr rumores en los que se decía que las cosas que hacía Jesús no eran cosas de Dios, sino de los demonios, con cuyo jefe tenía un pacto: «Expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios.» Hace libres a los hombres ¡con la ayuda del enemigo del hombre! ¡Qué obstinación en el error, qué cinismo!
    No podían negar que su mensaje liberaba al pueblo y devolvía la dignidad a las personas; era evidente que la vida iba brotando por allí por donde pasaba Jesús de Nazaret, y que con él los seres humanos se sentían, al mismo tiempo, más cerca a Dios y más dueños de sí mismos. Pero como la vida y la libertad del pueblo no les convenía y necesitaban que la gente sintiera lejano a Dios para que ellos, los mediadores, fueran necesarios, se ponen a decir que Jesús es un brujo y que la vida y la libertad que él ofrece son cosa de Satanás. Hoy habrían dicho que confundía la libertad con el libertinaje o que su teología liberadora olía a marxismo.

 

No tienen perdón

    Jesús los llama y les demuestra con un sencillo razonamiento la falsedad de su calumnia: ¿cómo puede Satanás luchar contra sí mismo? Resulta contradictorio decir que Jesús libera con la ayuda de Satanás pues, si fuera así, éste estaría haciéndose la guerra a sí mismo. Y así pone en evidencia su mala conciencia: dicen que hablan en nombre de Dios, pero ¿están realmente convencidos, se creen ellos mismos lo que están diciendo? Si se tomaran en serio la fe que dicen profesar, no les debería extrañar que, en nombre del Dios que los hizo su pueblo liberándolos de la esclavitud, se favoreciera la libertad y la dignidad del ser humano. Por eso les advierte que están entrando por un callejón del que nadie los podrá sacar si siguen empeñados en afirmar que el Espíritu de Jesús, el Espíritu del Dios liberador, es un espíritu inmundo, es decir, ¡repugnante a Dios! Decir eso equivale a cerrarse el camino de la amistad con Dios.

 

Una nueva y gran familia

    Y llegan sus parientes. Jesús está rodeado de la gente (los inquisidores de Jerusalén no han tenido mucho éxito). Muchas personas se han sentido interesadas en su propuesta, otras muchas han sentido esperanza al escuchar sus palabras, otras, quizá, sólo curiosidad; el caso es que una gran multitud se ha acercado a él y lo rodea. Y sus familiares, que vienen a retirarlo de la circulación, no pueden entrar, no pueden llegar a él. Le dan el recado de que su madre y sus parientes lo buscan y, entonces, Jesús les presenta su auténtica familia: «Mirad a mi madre y a mis hermanos. Cualquiera que cumpla el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre.»
    Este es el proyecto que Jesús propone de parte de Dios y que va más allá de la religión, más allá de la familia: convertir la humanidad en una gran familia en la que se irán integrando quienes se vayan convenciendo de que el Padre de Jesús quiere ser el Padre y lo aceptan como tal y coherentemente intentan, cumpliendo su designio, vivir como hermanas y hermanos.

 

El pecado contra el Espíritu

    El libro del Génesis explica cuál fue el primer pecado y cuáles, aún todavía, son sus consecuencias. El plan que Dios tiene para la humanidad consiste en que el ser humano sea la imagen de Dios en el mundo; el pecado es pretender ser dioses. Pero ¿en qué consiste “ser dios”? El enorme disparate de algunas personas es confundir a Dios con los poderosos de la Tierra.
    Decíamos en el
comentario de hace un par de domingos que, según el libro del Deuteronomio, la prueba de que el Señor es el único y verdadero Dios es que es un Dios liberador, un Dios que se acerca a un pequeño pueblo que vivía en la esclavitud y lo convierte en un pueblo de personas libres. Los jerarcas religiosos de Israel, olvidándose de este carácter del Dios y de la fe de Israel, habían convertido la institución religiosa en un instrumento de esclavitud. Por eso su reacción fue tan grosera cuando vieron que Jesús ponía al descubierto su soberbia y en peligro su poder. Era eso. Ellos habían alejado a Dios del pueblo y se sentían dioses dominando la vida y las conciencias de los creyentes. Por eso el bien del ser humano por encima de la ley o la liberación de la persona de toda ideología alienante les parecía un peligro porque, decían, suponían una rebeldía contra Dios; y por eso tacharon a Jesús de hereje y de poseído por un espíritu inmundo. En realidad, lo que el mensaje de Jesús ponía en peligro eran sus propios privilegios.

 

¿Y hoy, se mantiene ese pecado?

    Cuando los evangelios cuentan estas cosas, no lo hacen para que sepamos lo malvados que eran aquellos dirigentes, sino para que no caigamos nosotros en el mismo error. Y, sin embargo, ¿cuántas veces la propuesta de una fe liberadora se ha considerado un peligro para la Iglesia?
    Ese peligro se ha presentado, en otros momentos de nuestra historia, en los estratos más elevados de la Jerarquía; sin embargo hoy, en este momento, parece amenazar a círculos más amplios de personas que se confiesan cristianas -de la jerarquía, del clero y del laicado- asustados por la valiente propuesta pastoral, profundamente humana y radicalmente evangélica, del Papa Francisco.

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