Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. 2 Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. 3 El perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; 4 él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura; 8 El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; 10 No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas; 12 como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; 13 como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. |
Himno de alabanza a la misericordia de Dios. En primer lugar el salmista agradece los beneficios que él ha recibido de Dios: el perdón de sus pecados, la salud, la vida, la misericordia y el amor (1-5). A continuación proclama que esos beneficios que él ha recibido revelan el ser de Dios y su modo habitual de obrar manifestado a través de la historia (6-13). Dios es misericordioso, más todavía que justo. El perdón, que supera siempre a la justicia, al menos entendida al modo humano, no es sólo una exigencia de Dios para los miembros de su pueblo; es, antes que nada, una expresión habitual del amor de Dios, manifestación de su propia esencia: «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia». Es la definición que, según el libro del Éxodo, Dios da de sí mismo en el momento de la renovación de la Alianza: «El Señor pasó ante él [Moisés] proclamando: El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados...» (Ex 34,6-7): mil generaciones de perdón y misericordia frente a sólo cuatro de castigo. Precisamente en esa capacidad de perdón cifra el salmista la grandeza de Dios, frente a la pequeñez humana. El v. 13 ratifica lo dicho: Dios perdona porque nos quiere: «como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles». |