Domingo 23º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Evangelio: Lucas 14, 25-33

 

Texto

    25Lo acompañaban por el camino grandes multitudes; él se volvió y les dijo:
    26-Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 27Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
    28Ahora bien, si uno de vosotros quiere construir una casa, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? 29Para evitar que, si echa los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él a coro 30diciendo: “Este empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. 31Y si un rey va a dar batalla a otro, ¿no se sienta primero a deliberar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil? 32Y si ve que no, cuando el otro está todavía lejos, le envía legados para pedir condiciones de paz.
    33Esto supuesto, todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío.

Notas

    La predicación y la actividad de Jesús, la vida desbordante que va comunicando a su alrededor, atraen a las multitudes que se ponen en camino tras él. Pero Jesús no quiere que vayan equivocados. Él no es un líder que busque la popularidad ni su objetivo es arrastrar, sin más, a las masas; él pretende transformar la realidad y los que lo sigan deben saberlo y aceptar las condiciones que ese objetivo exige. De esas condiciones trata el evangelio de este domingo.
    La primera condición (v.26) es subordinarlo todo al compromiso vital que el discípulo ha de realizar con Jesús y con su proyecto: nada verdaderamente humano tiene que quedar fuera de ese proyecto, que consiste en hacer de la humanidad un mundo de hermanos, pero nada puede prevalecer sobre el mismo.
    Pretender que este mundo sea un mundo de hermanos supone cuestionar la validez del orden presente; por eso, el que asuma este proyecto debe estar dispuesto a sentirse juzgado y considerado como una amenaza y, por tanto,  acusado, encausado y condenado; por este orden.  Cargar con la cruz significa ser considerado reo de muerte: a eso debe estar dispuesto el seguidor de Jesús. Esta es la segunda condición (v. 27). Y como esta exigencia constituye  un importante riesgo, Jesús sugiere a los que lo escuchan que midan sus fuerzas antes de dar el paso definitivo (28-32).
    Hacer de este mundo un mundo de hermanos supone construir una sociedad sin pobres; por eso es necesario que no haya ricos porque la riqueza, de acuerdo con toda la tradición profética, es, con mucho, la causa principal de la pobreza. Naturalmente para construir esta humanidad fraterna es necesario renunciar a todo afán de riqueza y, si se es rico, a la riqueza: si lo que se quiere es dar un nuevo sabor al mundo de los hombres, esto no se puede hacer manteniendo al mismo tiempo el rancio gusto por la opulencia (v.33-34)
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