Ascensión del Señor - Ciclo A - Segunda lectura
Efesios 1,17-23
17 Que el Dios de nuestro Señor Jesús Mesías, el Padre que posee la gloria, os dé un saber y una revelación interior con profundo conocimiento de él; 18 que tenga iluminados los ojos de vuestra alma, para que comprendáis qué esperanza abre su llamamiento, qué tesoro es la gloriosa herencia destinada a sus consagrados 19 y qué extraordinaria su potencia en favor de los que creemos, conforme a la eficacia de su poderosa fuerza. 20 Desplegó esa eficacia con el Mesías, resucitándolo y sentándolo a su derecha en el cielo, 21 por encima de toda soberanía y autoridad y poder y dominio, y de todo título reconocido no sólo en esta edad, sino también en la futura. 22 Sí, todo lo sometió bajo sus pies (Sal 8,7), y a él lo hizo, por encima de todo, cabeza de la Iglesia, 23 que es su cuerpo, el complemento del que llena totalmente el universo. |
Después de haber presentado -en forma de himno de acción de gracias por el plan de Dios realizado por medio de Jesús- una síntesis de la Historia de la Salvación, culminada por el don del Espíritu (1,3-14), Pablo comienza el cuerpo de la carta dando gracias a Dios por la fe y el amor que caracterizan a los cristianos de la comunidad de Éfeso (1,15-16); a continuación añade una bendición mediante la que expresa su deseo de que el Padre -éste es ya el nombre del Dios de Jesús- les conceda conocerlo; de este modo los efesios podrán descubrir la esperanza a la que están llamados: la realización en la comunidad del proyecto que Dios tiene sobre el hombre y que quiere que se realice en las comunidades de los seguidores de su Hijo, manifestando así toda la potencia de su amor de Padre.
La eficacia de ese poderoso amor ya se ha manifestado en Jesús, al que Dios ha resucitado y llevado junto a sí, situándolo por encima de cualquier poder humano, de cualquier poder opresor del hombre y constituyéndolo como dueño y señor de todo.
Ese señorío lo comparte ahora con la comunidad de creyentes, de la que él es la única cabeza, y sobre la que recae ahora la tarea de continuar su misión haciendo que la vida y el amor de Dios alcancen al Universo entero.
El triunfo del Mesías, por tanto, no lo separa de la humanidad; él está en medio de ella, presente en la comunidad cristiana, que es su cuerpo.