Domingo de la Santísima Trinidad - Ciclo A - Salmo responsorial
Daniel 3,52-56
52 Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, |
En el destierro de Babilonia, tres jóvenes judíos son educados en la corte y, posteriormente puestos por Nabucodonosor, aconsejado por Daniel, al frente de la provincia de Babilonia (Dn 1,1-2,49). Pero cuando Nabucodonosor pretende que todos sus súbditos adoren una estatua suya, estos tres jóvenes se niegan y son arrojados a un horno ardiendo (3,1-23); un ángel del Señor, en respuesta a una larga oración de Azarías, uno de ellos (3,24-45) hizo soplar un viento húmedo dentro del horno de modo que el fuego «no los atormentó, ni los hirió ni siquiera los tocó». La enseñanza que encierra esta historia es clara: Ningún hombre, por muy poderoso que sea puede pretender endiosarse. Dios está por encima de cualquier poder terreno y todos deben darle gloria a Él y sólo a Él. Esto es lo que expresa el himno con forma de letanía que cantan los tres jóvenes dentro del horno.
El fragmento que se lee hoy como canto interleccional constituye la primera parte de este canto en el que se hacen seis alabanzas directas a Dios. En la primera de ellas, al llamar a Dios «Dios de nuestros padres», se resume toda la historia de la liberación y la salvación de la que había sido beneficiario el pueblo de Israel.
El himno continúa invitando a toda la creación a bendecir al Señor y terminará expresando por dos veces la razón última que motiva y justifica esta alabanza: «Dad gracias al Señor porque es bueno, ... porque es eterna su misericordia, dura por los siglos de los siglos» (Dn 3,89-90).