⁸ Por ti he aguantado afrentas,
    la vergüenza cubrió mi rostro.

⁹ Soy un extraño para mis hermanos,
    un extranjero para los hijos de mi madre;
¹⁰ porque me devora el celo de tu templo,
    y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

¹⁴ Pero mi oración se dirige a ti,
    Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
    que tu fidelidad me ayude.

¹⁷ Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia,
    por tu gran compasión vuélvete hacia mí.

³³ Miradlo los humildes, y alegraos,
    buscad al Señor, y vivirá vuestro corazón.
³⁴ Que el Señor escucha a los pobres,
    no desprecia a sus cautivos.
³⁵ Alábenlo cielo y tierra,
    las aguas y cuanto bulle en ellas.

    El autor, anónimo, está pasando por un momento de grave dificultad, semejante al que describe el profeta Jeremías. En esas circunstancias se dirige a Dios pidiéndole ayuda. Los problemas del salmista nacen del conflicto en el que se ve implicado como consecuencia de su celo por el templo, es decir, de su amor a Dios, de su religiosidad.
    La respuesta que espera se apoya en la convicción y en la experiencia de la predilección de Dios por los pobres y los oprimidos.