10 Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la entrada del pueblo encontró allí a una viuda recogiendo leña. La llamó y le dijo: - Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para beber. 11 Mientras iba a buscarla, Elías le gritó: - Por favor, tráeme en la mano un trozo de pan. 12 Ella respondió: - ¡Vive el Señor tu Dios! No tengo pan; sólo me queda un puñado de harina en el jarro y un poco de aceite en la aceitera. Ya ves, estaba recogiendo cuatro astillas: voy a hacer un pan para mí y mi hijo, nos lo comeremos y luego moriremos. 13 Elías le dijo: - No temas. Anda a hacer lo que dices, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y tu hijo lo harás después. 14 Porque así dice el Señor Dios de Israel: «El cántaro de harina no se vaciará, la aceitera de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra». 15 Ella marchó a hacer lo que le había dicho Elías; y comieron él, ella y su hijo durante mucho tiempo. 16 El cántaro de harina no se vació ni la aceitera se agotó, como lo había dicho el Señor por Elías. | | El Señor de Israel es el protector de los débiles -viudas y huérfanos- incluso más allá de las fronteras de Israel. Esta es la enseñanza fundamental de este relato. Sarepta es una pequeña población de Fenicia. La viuda a la que Elías pide algo de comer y beber es una persona desamparada, sin ningún tipo de seguridad para el futuro; al contrario, su situación es verdaderamente desesperada: sólo le queda alimento para una comida para ella y su hijo; después no tendrá otra cosa que hacer más que esperar la muerte. Elías le pide un gesto de extrema solidaridad y de plena confianza en su palabra; al realizarlo, la viuda reconoce a Elías como profeta del Señor, a quien antes había reconocido como el Dios vivo («¡Vive el Señor tu Dios» ), que ahora se revela como el Dios vivificador, el Dios de la vida. |