7 Así dice el Señor: Gritad jubilosos por Jacob, regocijaos por el primero de los pueblos; pregonad, alabad, decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. 8 Yo os traeré del país del norte, os reuniré de los rincones del mundo. Qué gran multitud retorna; entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas; 9 si marcharon llorando, los guiaré entre consuelos, los llevaré hacia torrentes de agua, por vía llana y sin tropiezos. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito. | | Fragmento de un oráculo de salvación (Jer 31,1-40). El oráculo comienza con la fórmula que se repite en los profetas como síntesis de la Alianza («Seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo» -1,1) y continúa con una declaración del amor de Dios a Israel. Ese amor es la causa que explica su permanente intervención liberadora en favor de su pueblo («Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia» -1,3): amor eterno que asegura que la calamidad y el infortunio del presente se cambiarán en alegría y bienestar («Todavía te construiré y serás reconstruida... todavía plantarás viñas... y los que plantan cosecharán» - 1,4-5). El mismo Señor invita a la alegría y a la alabanza por la salvación que se anuncia para el futuro pero que ya se da por realizada. La salvación alcanza a todos, a los que sufren las consecuencias del desastre (ciegos y cojos) y a quienes llevan en su vientre la esperanza de un futuro mejor (preñadas y paridas). El camino de vuelta será el mismo que, con llanto, llevó al destierro; ahora, sin embargo, será un camino maravilloso, con agua abundante y escenario de la experiencia de la liberación. Dios se declara padre del pueblo a quien llama primogénito: la liberación realiza y manifiesta esta relación paterno-filial entre Dios y el pueblo. |