¹² Pedro, al ver aquello, dirigió la palabra al pueblo:
      - Israelitas, ¿por qué os extrañáis de esto?, ¿por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? ¹³El Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, (Ex 3,6.15), ha glorificado a su Servidor, Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato, cuando éste había decidido soltarlo. ¹⁴ Vosotros renegasteis del Santo, del Justo, y pedisteis que os indultaran a un asesino; ¹⁵ matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de la muerte; nosotros somos testigos.
     ¹⁷Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestros jefes lo mismo; ¹⁸ pero Dios cumplió de manera lo que había predicho por boca de todos los profetas: que su Mesías iba a padecer. ¹⁹ Por tanto, arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados.

    Después de curar en nombre de Jesús Mesías a un discapacitado de nacimiento que pedía limosna a la puerta del templo de Jerusalén (Hch 3,1-10), Pedro se dirige a todo el pueblo, lleno de estupor, y pronuncia un discurso al que pertenecen estos párrafos.
    Pedro dice a quienes le escuchan asombrados que no les debe extrañar que él haya curado en nombre de Jesús pues Dios lo ha resucitado de la muerte.
    El testimonio acerca de la resurrección de Jesús va unido a la denuncia de los culpables de su asesinato. Pedro llama a Jesús «autor de la vida», identificándolo con el Padre y se atribuye a sí mismo y al grupo de los discípulos la misión de dar testimonio de la resurrección.
    La denuncia de la culpa del pueblo de Israel y de sus jefes no es, sin embargo, condena definitiva: la mano está tendida y las puertas abiertas para quienes rompan con este mundo y se arrepientan de su complicidad en la muerte de Jesús.