12 La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven sin dificultad los que la aman, y los que van buscándola, la encuentran; 13 ella misma se da a conocer a los que la desean. 14 Quien madruga por ella, no se cansa; la encuentra sentada a la puerta. 15 Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; 16 ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento. |
La sabiduría, según los estudios de G. von Rad, un clásico en los estudios del Antiguo Testamento, se podría definir como una respuesta de la fe yahvista en su confrontación con determinadas experiencias del universo. Los sabios de Israel, como los de otras culturas de la época, estaban convencidos de que la verdad se puede descubrir en la naturaleza. En Israel esta convicción se funde con su fe en el Señor, y adquiere un sentido totalmente nuevo: Dios, creador de todo, se manifiesta en la creación y la verdad de ese Dios brota del universo y llega al hombre como una interpelación personal. En este fragmento se muestra este doble movimiento: por un lado, el del hombre que la busca; por otro, el de la sabiduría, personalizada literariamente, que sale a su encuentro. La búsqueda de la verdad se describe como una relación de amor. Pero la sabiduría no es puramente especulativa o teórica, tiene también una dimensión práctica, política: en 6,1 la sabiduría se ofrece a los gobernantes al mismo tiempo que se les advierte de su responsabilidad de gobernar rectamente (6,4). Se trata, pues, de un saber hacer, de un saber ordenar la propia vida y la convivencia colectiva de acuerdo con el orden establecido por Dios, orden que se manifiesta tanto en sus obras (7,17-22) como en su palabra, en su ley (6,18). |