[Habló Moisés al pueblo diciendo: 9 - El Señor, tu Dios, hará prosperar tus empresas, el fruto de tu vientre, el fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra, porque el Señor, tu Dios, volverá a alegrarse contigo de tu prosperidad, como se alegraba con tus padres;] 10 si escuchas la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; si te conviertes al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. 11 Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable; 12 no está en el cielo, no vale decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?”; 13 ni está más allá del mar, no vale decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?”. 14 El mandamiento está a tu alcance: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo. |
El libro del Deuteronomio, tal y como ha llegado a nosotros, está escrito sobre la base de la experiencia del destierro (586-538 a.C.). Esta dura etapa de la historia de Israel provoca el desconcierto del pueblo, que, en su perplejidad se pregunta cómo ha sido posible que tal desastre le haya ocurrido al pueblo que se sentía protegido por una Alianza con el único Dios. Las respuestas siempre tienen el mismo tenor: los desastres que ha sufrido Israel son el resultado de su infidelidad a la alianza. En los capítulos 29 y 30 se presenta a Moisés que, al final de su tarea y de su vida, propone al pueblo la renovación de la alianza; así se justifica la costumbre posterior de renovar la alianza en situaciones diversas. El primer versículo es el final de una exhortación de Moisés al pueblo que, en el texto original, suena de esta manera: «El Señor tu Dios hará prosperar tus empresas... volverá a alegrarse contigo de tu prosperidad, como se alegraba con tus padres, si escuchas la voz del Señor tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley, si te conviertes al señor tu Dios de todo corazón y con toda tu alma» (Dt 30,9-10). En la Alianza, el compromiso que asume el pueblo es el cumplimiento de la ley. Pero el recuerdo de las infidelidades pasadas hace surgir, en esas circunstancias, esta otra pregunta: ¿seremos esta vez capaces de mantener la fidelidad a nuestro compromiso? El resto de la lectura seleccionada para la liturgia de este domingo responde a esta interpelación: la Ley no es algo inalcanzable para el hombre. Aunque procede de Dios, Dios la ha acercado al hombre, se la ha enseñado, la ha puesto en su boca y, por tanto, puede conocerla y quererla y, por tanto, cumplirla, ponerla en práctica. |