9 1 El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. 2 Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. 3 Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebraste como el día de Madián. 4 Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre | serán combustible, pasto del fuego. 5 Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: "Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz." 6 Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor lo realizará. |
Este poema lo interpretan los comentaristas de Isaías como una gran profecía mesiánica o como un himno de acción de gracias por el nacimiento y/o por la entronización de un rey justo. Posiblemente esta segunda interpretación responda más al sentido original del texto, aunque nada nos impide, desde una perspectiva cristiana, considerar que lo que Isaías dice de un príncipe histórico (quizá Josías) se cumple de manera eminente en Jesús de Nazaret. El punto de partida es una situación negativa, una situación de opresión (probablemente el dominio asirio) descrita con la metáfora de la tiniebla: la opresión va a terminar, la oscuridad se ha disipado totalmente, la tristeza desaparece, sustituida por el gozo y la alegría. La alegría tiene una única causa, la intervención liberadora de Dios en favor de su pueblo, que se manifiesta en tres acontecimientos relacionados entre sí: - el final de la opresión y la derrota y el castigo del opresor (v. 3), - el fin de la guerra y la destrucción por medio del fuego de sus elementos más cargados de simbolismo: las botas y la ropa de los combatientes empapada por la sangre de aquellos a los que han dado muerte (v.4); - y, finalmente, el nacimiento de un niño (algunos comentaristas consideran que se trata de una mirada retrospectiva en el momento de la entronización de un nuevo rey), al que se le otorgan cuatro títulos relacionados con la actividad real, de gobierno, con cuatro determinaciones que relacionan al niño con la divinidad (v.5): «Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz.» El último versículo (6), explica cómo el niño va a realizar su función real: una paz sin límites, universal por tanto, fundada en la práctica del derecho y la justicia. Este último verso da plenitud de sentido a lo anterior: no valdría de nada la superación de la guerra y de la opresión si el resultado no fuese un pueblo que vive de acuerdo con la voluntad de Dios, ordenando su convivencia mediante la práctica del derecho y la justicia y, de esta manera, mostrando a todos los pueblo el designio de Dios. |