²² Porque el mundo entero es ante ti
     como grano de arena en la balanza,
como gota de rocío mañanero
     que cae sobre la tierra.
²³ Pero te compadeces de todos,
     porque todo lo puedes,
cierras los ojos a los pecados de los hombres
     para que se arrepientan.
²⁴ Amas a todos los seres
     y no aborreces nada de lo que has hecho;
si hubieras odiado alguna cosa,
     no la habrías creado.
²⁵ Y ¿cómo subsistirían las cosas
     si tú no lo hubieses querido?
¿Cómo conservarían su existencia
     si tú no las hubieses llamado?».
²⁶ Pero a todos perdonas, porque son tuyos,
     Señor, amigo de la vida.
12     ¹ Todos llevan tu soplo incorruptible.
² Por eso corriges poco a poco a los que caen,
     les recuerdas su pecado y los reprendes,
     para que se conviertan y crean en ti, Señor.

     El libro de la Sabiduría, colocándose en la línea de los antiguos profetas, pondera la grandeza de Dios, ante quien el mundo entero no pesa más que un grano de arena en la balanza (Is 40,15). Pero ese inmenso poder de Dios no se puede entender como lo hacen los hombres que ejercen y muestran el poder mediante la opresión («que sea nuestra fuerza la norma del derecho...» Sab 2,11; ver todo el cap. 2; 6,1-11); al contrario, el poder de Dios consiste y se manifiesta en su inmensa misericordia, en su amor que está en el origen de la creación misma y que es la razón por la que Dios lo conserva todo en la existencia; amor que abarca a todo lo que él ha creado, pero que privilegia especialmente a los hombres, incluso a los pecadores a quienes no sólo les ofrece su perdón, sino que, además, los corrige y les ofrece su amistad y su vida. Porque el Señor, en cualquier circunstancia, es amigo de la vida.