1 Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; 2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. 3 Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; 4 que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. | 5 Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-. 9 Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios». 10 Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. 11 Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres. |
Apertura del libro conocido como Segundo Isaías o Deuteroisaías (Is 40-55) conocido también como el Libro de la consolación por las palabras con las que comienza. El libro, en su primera parte (40-48), constituye el anuncio del ya próximo retorno de los desterrados en Babilonia. Las circunstancias políticas han cambiado; la potencia hegemónica del momento, Persia, que va sometiendo al imperio Babilónico no está interesada en mantener exiliados en el interior de su imperio; le resulta más beneficioso contar con la obediencia de los dirigentes de los distintos pueblos sometidos para que le garanticen la recaudación de impuestos y la paz social. Esta es la historia humana; pero en ella ve el profeta la mano de Dios que vuelve a intervenir para liberar a su pueblo. En la profecía comienza hablando el mismo Dios que encarga a sus profetas la tarea de consolar a su pueblo porque su pecado ha sido ya suficientemente expiado y, por tanto, el fin del exilio -que se interpreta como castigo por el pecado- es inminente. La vuelta a Jerusalén se interpreta como un nuevo éxodo, un nuevo camino a través del desierto que ahora se describe como un desfile triunfal en el que se manifestará la gloria de Dios. Para que ese desfile pueda celebrarse hay que preparar un camino al Señor, que poco después se convertirá en un camino que el Señor prepara para los pobres (42,17-20), para los ciegos (42,16), para el pueblo saqueado y despojado (42,23;43,1-7;44,1-5). En qué consiste esa preparación podría deducirse de la misión del siervo (42,7): abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión..., concienciar, liberar... Al profeta, encargado de realizar este anuncio se le da el nombre de heraldo de buenas noticias, en griego, evangelista. La imagen de Dios como Pastor que cuida a su rebaño con ternura, cierra esta primera lectura. |