Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al Monte de los Olivos, Jesús mandó a dos discípulos, diciéndoles: - Id a la aldea de enfrente y encontraréis en seguida una borrica atada, con un pollino; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita, pero que los devolverá cuanto antes. Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: - Decid a la ciudad de Sión: Mira a tu rey que llega, sencillo, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila. (Is 62,11; Zac 9,9) Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús; trajeron la borrica y el pollino, les pusieron encima los mantos y Jesús se montó. La mayoría de la gente se puso a alfombrar la calzada con sus mantos; otros la alfombraban con ramas que cortaban de los árboles. Y los grupos que iban delante y detrás gritaban: -¡Viva el Hijo de David! -¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (Sal 118,25-26). -¡Sálvanos desde lo alto! Al entrar en Jerusalén, la ciudad entera preguntaba agitada: -¿Quién es éste? Las multitudes contestaban: - Éste es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea. |
Jesús quiere mostrar cuál es su mesianismo, en qué sentido puede ser considerado rey. Para ello realiza lo anunciado en el profeta Zacarías (9,9-10): llega a Jerusalén (hija de Sión) como rey... justo y victorioso; humilde y cabalgando un asno. Un rey pacífico que empezará por desarmar a su pueblo para así dictar la paz a las naciones y extender su dominio hasta los confines de la tierra. Los discípulos serán los encargados de difundir este tipo de mesianismo humilde y pacífico que el pueblo -la aldea- no conoce porque está oculto -atado- por la ideología oficial. El gesto de desatar el borrico significa que se libera la profecía y se pone en marcha su cumplimiento. Y, precisamente porque se libera una profecía liberadora, el gesto implica el comienzo de la liberación de todos los que se van a beneficiar por el gobierno de un rey pacífico y justo, es decir, de todos los que se van a librar de un poder alienante, opresor y esclavizador. Los discípulos, que en este momento ya son muchedumbre, reconocen y aclaman a Jesús como el enviado de Dios, el Mesías por medio del cual Dios va a hacer llegar la paz a su pueblo. Pero esas multitudes, sin embargo, no lo entienden o no lo aceptan del todo. Lo proclaman Mesías, pero en la línea de David -Hijo de David-, rey victorioso, sí, pero también rey guerrero, violento y nacionalista. Esto explica que, cuando se les proponga que elijan entre Jesús y Barrabás, al ver a Jesús aparentemente derrotado, cedan a la presión de los dirigentes y pidan la muerte para Jesús (Mt 27,22-23). La ciudad no participa en la manifestación; toda ella, jefes y pueblo, asiste agitada, expectante. A la pregunta de la ciudad entera -¿Quién es éste?- responden las multitudes identificando a Jesús como un profeta más en la línea de los del Antiguo Testamento (ver Mt 16,14), ratificando así que no han comprendido la novedad del mesianismo de Jesús. |