14 1Un día de precepto fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y ellos lo estaban acechando. 7Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso estas máximas: 8- Cuando alguien te convide a una boda, no te sientes en el primer puesto, que a lo mejor han convidado a otro de más categoría que tú; 9se acercará el que os invitó a ti y a él y te dirá: “Déjale el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, tendrás que ir bajando hasta el último puesto. 10Al revés, cuando te conviden, ve a sentarte en el último puesto, para que, cuando se acerque el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Así quedarás muy bien ante los demás comensales. 11Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán. 12Y al que lo había invitado le dijo: - Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos; no sea que te inviten ellos para corresponder y quedes pagado. 13Al revés, cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; 14y dichoso tú entonces, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos. |
Aunque no ha sido objeto de demasiada atención, pocas lecturas están más claras que el evangelio de este domingo: en el grupo de los seguidores de Jesús no debe haber diferencias, todos tienen la misma dignidad ante Dios; y esa igual dignidad debe ser reconocida y respetada por todos. Después de la introducción en la que se describe la situación y el ambiente en el que se desarrolla la escena (un sábado, día de descanso religioso, en la casa de un jefe fariseo), Jesús realiza un gesto cargado de significado: ha curado en sábado a un hombre enfermo (vv. 2-6, omitidos en la lectura de la celebración litúrgica), mostrando que para él y para el Padre Dios el valor fundamental es el ser humano, hasta el punto de que nada, ni siquiera la ley de Moisés, debe constituir un obstáculo para su felicidad y para su vida en plenitud. En el diálogo que sigue a la curación, Jesús pone en evidencia a los fariseos, descubriendo que ellos dan más importancia al dinero (un burro o un buey tiene, en este contexto, un claro valor económico) que a la persona. A continuación, aprovechando la actuación de los convidados que se iban sentando en los asientos de más importancia, Jesús invita a adoptar una actitud de humildad fraternal que siempre busca lo mejor para el hermano: la actitud de los fariseos revela la escala de valores de su mundo, es decir de este mundo nuestro, en el que la realización personal parece coincidir siempre con el éxito y éste con el quedar por encima de los demás. Frente a esa escala de valores, el seguidor de Jesús sabe reconocer el valor de los hermanos más allá de cualquier otra circunstancia y no aspira a estar por encima de los ellos; su propio valor será reconocido por quien realmente interesa, por el Padre Dios. Nótese que, cuando se aplican los criterios de valoración de este mundo, el reconocer el valor de alguien supone negárselo a otro: «Déjale el puesto a éste»; esto, sin embargo, no sucede en el nuevo orden que propone Jesús: la expresión «Amigo, sube más arriba» no implica minusvaloración de nadie. La segunda parte de la intervención de Jesús insiste en el mensaje fundamental del pasaje: al elegir las personas con las que queremos compartir la vida -eso es, en definitiva un banquete-, no debemos elegir aquellas tienen medios para corresponder a la invitación, porque en ese caso la economía se volverá a imponer sobre la vida y todo acabará cuando se acabe el dinero. Si, por el contrario, nuestra invitación se dirige a las personas, especialmente a las que menos pueden y tienen, el amor prevalecerá en nuestra vida, el Padre estará presente en esa vida compartida y hará que la muerte sólo sea un salto entre dos etapas de una misma existencia. |