18 Una vez que estaba orando él solo, se encontraban con él los discípulos y les hizo esta pregunta: - ¿Quién dice la gente que soy yo? 19 Contestaron ellos: - Juan Bautista; otros, en cambio, Elías, y otros un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida. 20 Entonces él les preguntó: - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: - El Mesías de Dios. 21 Pero él les conminó a que no lo dijeran absolutamente a nadie. 22 y añadió: - El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y, al tercer día, resucitar. 23 Y, dirigiéndose a todos, dijo: - El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y entonces me siga; 24 porque si uno quiere poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, ése la pondrá a salvo. |
Entre los israelitas se consideraba que la llegada del Mesías supondría una época de abundancia y bienestar para todos. Jesús acaba de realizar el signo del reparto de los panes que, aunque por un camino inesperado, muestra la posibilidad de esa esperada situación. En ese contexto, la primera pregunta de Jesús a sus discípulos resulta especialmente significativa: ¿qué efecto está teniendo entre la gente su mensaje y su actuación, sus palabras y los signos que realiza? El contexto más próximo (Jesús está orando, y esto lo hace -o lo resaltan los evangelios- cuando siente cercano algún peligro para los suyos) da un significado aún más elocuente a la segunda pregunta: ¿qué efecto están teniendo su enseñanza y sus obras entre los que lo siguen más de cerca? La respuesta a la primera pregunta muestra un cierto despiste de la gente: todos colocan a Jesús en la línea de los profetas, en el flujo de la historia salvífica de liberación; pero sin llegar a descubrir la novedad de esta última intervención de Dios. Tampoco Pedro acierta: aunque lo que dice es materialmente cierto, por la reacción de Jesús, que impone silencio a sus discípulos podemos deducir que él no se identifica con el modelo de mesías que sus discípulos tienen en la cabeza, el mesías nacionalista y violento que esperaban la mayoría de sus conciudadanos. Jesús se presenta como humano, se define como hijo de hombre; y su camino nada tiene que ver con la esperanza de sus discípulos. No va a luchar mediante la fuerza para vencer a sus enemigos; va a enfrentarse a ellos, sí, pero a cuerpo descubierto, para salvar a todos mediante una fuerza distinta a la de los poderosos de este mundo: la vida de Dios que garantiza, frente a la violencia mortífera de los poderosos, su vida. Ese es su camino, y no el que esperaban sus discípulos; y ese es el camino que han aceptar sus seguidores. Pero, además, han de estar convencidos de que querer salvar la vida sin romper con este orden de muerte, es la más absurda contradicción; y han de saber también que no peligra la vida de quienes, dejándola en manos del Padre Dios, la dedican a trabajar para que los hombres aprendan a vivir la vida al estilo de ese Padre. |