Domingo 10º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Evangelio: Lucas 7,11-17

 

Texto

    11 Después de esto fue a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
      12 Cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; una considerable multitud de la ciudad la acompañaba. 13 Al verla el Señor, se conmovió y le dijo:
    -No llores.
      14 Acercándose, tocó el ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
    -¡Joven, a ti te hablo, levántate!
      15 El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
      16 Todos quedaron sobrecogidos y alababan a Dios diciendo:
    -Un gran profeta ha surgido entre nosotros.
    Y también:
    -Dios ha visitado a su pueblo.
      17 Este dicho acerca de Jesús se extendió por todo el país judío y todo el territorio circundante.

Notas

   El relato describe, por un lado, la situación de Israel: la ciudad Naín, la mujer viuda y el hijo difunto representan  a la sociedad israelita, al Israel infiel, que ya no tiene esposo (Dios), al pueblo que está muerto, puesto que ha roto su relación con el Dios de la vida. La situación es desesperada: la madre viuda, pierde a su único hijo: Israel, como proyecto de vida procedente de Dios, ha dejado de ser válido; ya no sirve más que para realizar ceremonias fúnebres, ritos de muerte.
   La comitiva fúnebre se encuentra con otra, ubicada fuera de la ciudad: Jesús y las multitudes que lo siguen. La situación de Israel conmueve a Jesús, que se acerca a consolar a aquella mujer, para quien parece cerrarse toda esperanza.
   Jesús no pertenece al antiguo Israel, como se verá enseguida: se acerca y toca el ataúd, violando públicamente las normas religiosas de Israel. Al hacerlo, según lo que indicaban esas normas, Jesús quedaba contaminado de impureza, excluido de la vida en sociedad y de las celebraciones religiosas. Pero lo que sucede, la vuelta de aquel muchacho a la vida, revela la falsedad y lo nocivo de aquellas normas, de aquel sistema y, sobre todo, la presencia de Dios en la persona, en las palabras y en las acciones de Jesús de Nazaret. Así lo reconocen los presentes, aunque sus palabras parece que denotan una mala comprensión, en clave nacionalista, de esa presencia.

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