Domingo 22º del Tiempo Ordinario - Ciclo B
Evangelio: Marcos 7,1-8.9-13.14-15.16-20.21-23
Texto (En un tipo de letra menor, los párrafos que se suprimen en el leccionario oficial). |
Notas | |
7 1Se congregaron alrededor de él los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén 2y notaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. |
Los dirigentes judíos, que mantienen una vigilancia severa sobre Jesús, lo acusan de permitir que sus discípulos, de los que él es el responsable, transgredan las leyes sobre la pureza. Para los judíos, determinadas circunstancias externas al hombre lo hacían merecedor del rechazo de Dios (impuro), incluso si el sujeto en cuestión no era consciente de esa circunstancia ni podía controlarla; por eso habían establecido una serie de lavatorios, con estrictos rituales, que garantizaban la pureza a los que podrían haberla perdido. Los dirigentes acusan a los discípulos no sólo de la violar las leyes relativas a la pureza, sino también de despreciar las tradiciones de los mayores (las tradiciones orales a las que los fariseos concedían en la práctica más autoridad que a la Ley escrita, la Ley de Moisés). Jesús responde con una acusación que ya había sido formulada siglos antes por Isaías: las tradiciones humanas estaban usándose como pretexto para olvidarse de la verdadera voluntad de Dios. Es la constatación del fracaso de la religión. Los hombres, -tal vez sería mejor decir los dirigentes religiosos- en lugar de adecuar su vida y su mundo a la voluntad de Dios, habían hecho una religión a su medida, a su capricho, enmascarando tras una palabrería religiosa huera, una vida y un orden social contrario al plan de Dios. Después de poner un ejemplo concreto (vv.9-11), y dirigiéndose a todos los que lo siguen, formula un principio fundamental: el hombre se hace agradable o repulsivo a Dios por sí mismo, por su interior, por sus intenciones, pues estas son las que determinan que sus acciones para con los demás sean buenas o malas. |