26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo: - Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. 29Ella se turbo al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél 30El ángel le dijo: - No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. 31Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. 32Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin. 34María dijo al ángel: - ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre? 35El ángel le contestó: - El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán “Consagrado”, “Hijo de Dios”. 36Y mira también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses porque para Dios no hay nada imposible. 38Respondió María: - Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel la dejó. |
La radical novedad del mensaje de Jesús se escenifica en esta narración presentando su concepción como consecuencia de la acción directa de Dios: Jesús nace de una mujer, como cualquier otro hombre; pero su origen está en la acción del mismo Dios: estamos, pues ante una nueva creación, ante un hombre nuevo que será principio de una humanidad nueva. El lugar, Nazaret, nuevo en la Biblia, está lejos de Jerusalén, centro religioso de Israel; este relato se puede considerar como el reverso de la escena anterior, en la que se anuncia el nacimiento de Juan Bautista, con quien se cierra el Antiguo Testamento; la vejez de Zacarías e Isabel contrasta con la juventud de María; el ambiente sagrado del templo de Jerusalén, con el carácter profano de la casa de María. María representa en este relato al Israel fiel; ella es virgen, en oposición a la esposa desleal que representa en los profetas al pueblo que traiciona la alianza con Dios (Os 2,4- 25; Jer 3,6- 13; Ez 16). Por supuesto que ella es también objeto del amor (favor) de Dios; y en su descendencia se van a cumplir, pero de forma totalmente inesperada, todas las promesas de salvación contenidas en la Antigua Alianza, especialmente la promesa hecha a David (2Sam 7,12-16). Lo excepcional de este nacimiento nos indica la novedad vital de lo que se acerca, frente a lo envejecido y caduco. A las preguntas de María el mensajero de Dios le responde que ella va a colaborar con Dios en la creación, por medio del Espíritu (Gn 1,2) de un hombre nuevo que será Hijo de Dios. La respuesta de María, consciente y libre, supone la plena aceptación de su papel en la Historia de la Salvación. |