Domingo 4º de Adviento - Ciclo C

Evangelio: Lucas 1, 39-45

 

Texto

    39Por aquellos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá; 40entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo. 42y dijo a voz en grito:
    - ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!

Notas

    A Zacarías -varón, sumo sacerdote, profesional de la religión, rico, culto- se le había anunciado de parte de Dios que él y su mujer, a pesar de su avanzada edad, tendrían un hijo al que Dios le encargaría la misión de preparar el camino al Mesías. Pero no se lo creyó hasta que no vio a su mujer encinta (Lc 1,8-25).
    María -una muchacha sencilla de un pueblo perdido en las montañas de Galilea, en el extremo norte del país, marginada por ser mujer tanto en la sociedad civil como en el ámbito religioso, pobre, sin preparación cultural alguna- escuchó también un mensaje de Dios: ella iba a ser la madre del Mesías. Y creyó. A pesar de su sorpresa. Y aceptó el papel que Dios le encomendaba llevar a cabo en el proceso de liberación que estaba a punto de iniciarse en la ya inminente intervención salvadora de Dios (Lc 1,26-38). Aunque, en principio, no lo tenía claro y por eso pidió aclaraciones; pero manteniendo siempre su confianza en el Señor.
    Inmediatamente después, María se pone en camino para visitar y ayudar a su pariente Isabel: la actitud de María muestra una clara disponibilidad para el servicio; pero, además, su gesto tiene un alto valor simbólico: el resto fiel de Israel, a quien María representa, va a prestar ayuda al Israel institucional, oficial: de aquél,-del resto- llegará la oferta de salvación a éste último -a la institución religiosa judía- que la acabará rechazado.
    Según el relato del evangelio de Lucas, cuando llegó a casa de Isabel, pariente suya, ya sentía dentro de sí el cumplimiento de lo que se le había dicho, y su presencia llenó de Espíritu Santo a la mujer de Zacarías, en quien la palabra de Dios también se había mostrado veraz. Esa fe es la que Isabel alaba cuando saluda a María con estas palabras: «¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!» En sus palabras, de manera implícita, se descubre el reconocimiento de su incredulidad, la confesión de la infidelidad del Israel oficial que ha despreciado la palabra de Dios.

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