28 1 Pasado el sábado, al clarear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. 2 De pronto la tierra tembló violentamente, porque el ángel del Señor bajó del cielo y se acercó, corrió la losa y se sentó encima. 3 Tenía aspecto de relámpago y su vestido era blanco como la nieve. 4 Los centinelas temblaron del miedo y se quedaron como muertos. 5 El ángel habló a las mujeres -Vosotras, no tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; 6 no está aquí, ha resucitado, como tenía dicho. Venid a ver el sitio donde yacía, 7 y después id aprisa a decir a sus discípulos que ha resucitado de la muerte y que va delante de ellos a Galilea; allí lo verán. Esto es todo. 8 Con miedo, pero con mucha alegría, se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos. 9 De pronto Jesús les salió al encuentro y las saludó diciendo: -¡Alegraos! Ellas se acercaron y se postraron abrazándole los pies. 10 Jesús les dijo: -No tengáis miedo; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán. |
Es el primer día de la semana, el primer día de la nueva creación. Comienza un mundo nuevo, nace una nueva humanidad. Los cuatro evangelistas coinciden al interpretar la resurrección como una nueva creación, el nacimiento de una nueva humanidad. María Magdalena y la otra María, que habían sido testigos de la muerte y de la sepultura de Jesús (Mt 27,55-56.61), después de observar el descanso del sábado -no habían roto todavía con el mundo viejo que había asesinado a Jesús- y convencidas de que la muerte había vencido definitivamente a Jesús, van a visitar sepulcro. Mateo no dice con qué intención; a él le interesa sobre todo presentarlas como testigos de los acontecimientos que va a narrar. De hecho la presencia de las mujeres enlaza tres momentos cruciales: la muerte en la cruz: «Estaban allí mirando desde lejos muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo; entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos» (Mt 27,55-56), la sepultura «Estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas frente al sepulcro» (Mt 27,61); y, ahora, la resurrección: «María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro». Otros dos hechos simbólicos unen la muerte y la resurrección: El temblor de tierra que siguió a la muerte de Jesús (Mt 27,51) y el que precede a la resurrección (28,2), signo de una teofanía, de una manifestación divina: Dios está presente en ambos acontecimientos o, si queremos decirlo de otro modo, los dos acontecimientos no son sino la manifestación única de un mismo y único Dios, que es fuerza del amor y que hace que la entrega por amor que un hombre hace de sí mismo por fidelidad al proyecto de humanidad que Dios quiere que se realice y que ante el mundo aparece como un fracaso sólo puede ser causa de vida. Sólo que, la mayoría de los que fueron testigos de esa manifestación divina no la comprendieron en absoluto. El tercer hecho anticipado por Mateo que enlaza muerte y resurrección es las tumbas que se abren: «las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron; después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos» (Mt 27,52). Este tercer hecho muestra a las claras el carácter simbólico del relato (no se entendería qué hacen los resucitados en la tumba durante dos días y pico, desde la tarde del viernes a la madrugada del domingo): muerte y resurrección de Jesús no son sino el haz y el envés de la misma realidad. La muerte de Jesús, muerte absolutamente real que fue causada por el odio, no es definitiva porque está preñada del amor Dios. Destaca esta presencia de Dios al ser un mensajero -un ángel- del cielo el que, directamente, corre la losa y abre la puerta del sepulcro, que está vacío. Las mujeres, que pensaban que el cuerpo de Jesús seguiría en el sepulcro son testigos de que la muerte no ha prevalecido y deben convertirse en mensajeras (ángeles) de la noticia: en ellas domina la alegría -mucha- sobre el miedo; y en medio de esa alegría, mientras iban corriendo a realizar el encargo que habían recibido experimentan la presencia de Jesús que recibe la adhesión de las mujeres y las anima a dejar que la alegría venza definitivamente al miedo, para finalmente, ratificar el contenido del mensaje que deben transmitir a los discípulos: el proyecto de Jesús sigue adelante; ya se está cumpliendo. Una nueva humanidad en la que las mujeres asumen un protagonismo impensable en aquel contexto cultural: son las únicas que viven en primera persona la victoria del amor sobre la muerte. A quienes el ángel llama “sus discípulos” Jesús se refiere ahora como “sus hermanos”: ya ha nacido una nueva humanidad, ya hay un primer grupo de hermanos. Ahora son ellos quienes deben continuar la tarea que Jesús comenzó. Para eso los cita en el lugar en el que todo empezó, en Galilea. |