Domingo 2º de Cuaresma - Ciclo B
Evangelio: Marcos 9, 1-9
A los seis días Jesús se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos, y se transfiguró delante de ellos; sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero de la tierra es capaz de blanquear. |
Pedro no había entendido el mesianismo de Jesús, a pesar de haberlo reconocido como el Mesías (Mc 8,27-30), puesto que se niega a admitir el anuncio que Jesús les hace: que tiene que padecer a manos de los dirigentes de su pueblo (8,31-33); por eso Jesús les tuvo que explicar que, si querían seguirlo, debían estar dispuestos a asumir también ellos el riesgo de la persecución y de la cruz (8,34-38). Ante sus reticencias Jesús les ofrece -a Pedro y, con él, a Santiago y Juan, que posiblemente eran de la misma cuerda que Pedro- una experiencia singular.
En un monte alto, lugar en donde Dios solía manifestarse, Jesús les muestra anticipadamente cuál será su final: Jesús transfigurado es Jesús resucitado, en quien se manifiesta plenamente su condición divina.
La presencia de Moisés y Elías muestra que Jesús es el cumplimiento de todo lo anunciado en el Antiguo Testamento, Ley y Profetas; pero en Pedro provoca una seria tentación que tiene dos vertientes: quiere detener la historia y quedarse allí a vivir definitivamente; y quiere también poner al mismo nivel a Jesús y a Moisés y a Elías.
La voz del cielo les indica que, desde ahora, es a Jesús, Hijo amado de Dios, a quien hay que escuchar: él es el único portavoz autorizado de Dios,
El descenso del monte y la orden de mantener en secreto aquella experiencia revelan que para llegar a la resurrección no hay atajos: sólo se resucita de la muerte; o mejor: sólo el don de sí mismo por amor lleva a la victoria de la vida sobre la muerte.