Domingo 1º de Cuaresma - Ciclo B

Evangelio: Marcos 1,12-15

            Jesús no necesitaba bautizarse; lo hizo para solidarizarse con el movimiento iniciado por Juan Bautista y para comprometerse en la tarea que Dios le había encomendado. Una voz del cielo -de Dios- que lo proclamó Hijo suyo y la presencia del Espíritu revelan que en él ya ha llagado a término la obra creadora de Dios; con él comienza la nueva y definitiva humanidad (Mc 1,9-11).1).1).1).1).1).
            La fuerza del Espíritu empuja a Jesús a dar comienzo a su éxodo -los cuarenta días, recuerdan los cuarenta años del primer éxodo-, proceso que llevará a una nueva tierra, tierra de justicia y liberación.
            Ese proceso, por un lado, será conflictivo; Satanás, símbolo del poder opresor, primero lo someterá a prueba e intentará desviarlo de su camino; después, por medio de sus aliados -fieras- tratará de acabar con su vida.
            Pero Jesús no estará solo; contará con el impulso del Espíritu y con la colaboración de otros hombres (ángeles, ver 1,2.4, mensajero = ángel), que le ayudarán en su tarea.
            Jesús no sale del desierto: éste será, en adelante, el marco en el que se desarrollará toda su actividad y su vida.

 
            Eliminado violentamente el Bautista, Jesús da inicio a su misión. Se presenta de parte de Dios, y su mensaje hace alusión al plazo que los profetas habían fijado para la definitiva intervención de Dios (ver, p. ej.: Dn 12,4) que hará posible una manera de vivir y de convivir (reino) cimentada en la justicia. Para hacerla posible es necesario cambiar de vida (Jesús asume ese aspecto de la predicación del Bautista: enmendaos) y acoger su mensaje, que  califica como buena noticia, para el que pide a sus oyentes la confianza y la adhesión (fe) necesarias para que ese proyecto sea posible.