38 Os han enseñado que se mandó: «Ojo por ojo y diente por diente». 39 Pues os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40 al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; 41 a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos; 42 al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda. 43 Os han enseñado que se mandó: «Amarás a tu prójimo... y odiarás a tu enemigo». 44 Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, 45 para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. 46 Si queréis sólo a los que os quieren, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen eso mismo también los recaudadores? 47 Y si mostráis afecto sólo a vuestra gente, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen eso mismo también los paganos? 48 Por consiguiente, sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo. |
Jesús está corrigiendo la ley de Moisés o, mejor, proponiendo la sustitución de la ley por un ideal alternativo para organizar la vida, ideal estructurado alrededor de valores tales como la honradez o limpieza de corazón, el respeto a la dignidad e igualdad de toda persona, la confianza en la palabra dada... La ley del talión -ojo por ojo y diente por diente- que supuso en su época un avance frente a la venganza desmesurada (ver Gn 4,23-24), debe ser, a su vez, superada por un nuevo ideal: la renuncia al uso de la violencia. Es necesario romper el círculo de la violencia para que sea posible un nuevo modelo de convivencia humana, para que sea posible, entre los hombres, la paz. El último elemento de este ideal es el amor a los enemigos. Esta propuesta, todavía hoy, suena a utopía, resulta irreal y, para muchos, una estupidez. Pero -dejemos que se oiga el eco de la carta ta los Corintios- esa estupidez es la verdadera sabiduría de Dios. Sólo el amor puede hacer de nuestra Tierra un mundo verdaderamente habitable y, aunque no será posible evitar que algunos sean -porque ellos así lo deciden- nuestros enemigos, ni siquiera ellos podrán ser excluidos de nuestro amor, del amor de quienes saben que, de esa manera, se realizarán como hijos de Dios y manifestarán al mundo el ser del Padre: la bondad de los hijos revelará la inmensa bondad del Padre bueno. Y sólo el amor hará de esta Tierra la casa del Padre y, alrededor de Él, la convertirá en casa de hermanos. |