5 1Yo soy la vid verdadera, mi Padre es el labrador. 2Todo sarmiento que en mí no produce fruto, lo corta, y a todo el que produce fruto lo limpia, para que dé más fruto. 3Vosotros estáis y a limpios por el mensaje que os he comunicado. 4Seguid conmigo, que yo seguiré con vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no sigue en la vid, así tampoco vosotros si no seguís conmigo. 5Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que sigue conmigo y yo con él, ése produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6Si uno no sigue conmigo, lo tiran fuera como al sarmiento y se seca; los recogen, los echan al fuego y se queman. 7Si seguís conmigo y mis exigencias siguen entre vosotros, pedid lo que queráis, que se realizará. 8En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis comenzado a producir mucho fruto por haberos hecho discípulos míos. |
En diversos pasajes del Antiguo Testamento (Sal 80,9; Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 19,10-12) se usa la viña como símbolo de Israel, pueblo de Dios. Jesús, al usar esa misma imagen para referirse a sus discípulos en el momento en que se despide de ellos, afirma que, desde ahora, el único pueblo de Dios estará constituido por quienes estén unidos a él, raíz y tronco del que procede la vida que llega a la comunidad. Pero esta comunidad ni debe sentirse cómodamente satisfecha por estar unida a Jesús, ni debe cerrarse en sí misma; ella es semilla de una nueva humanidad que tiene que estar abierta a la humanidad toda. La exigencia de dar fruto es doble: personalmente cada uno de los miembros debe conseguir que su modo de vida se transforme y se conforme cada vez más con el estilo de Jesús, el hombre nuevo; esto se consigue mediante la práctica del amor. El crecimiento personal es, pues, el primer aspecto del fruto. Además, y como consecuencia de la universalidad de ese amor, la vida -la savia- que llega a cada uno de los miembros de la comunidad (las ramas) debe ofrecerse y comunicarse a quien quiera aceptarla: el crecimiento de la comunidad y de las comunidades es el segundo aspecto del fruto. En cualquier caso hay una condición absolutamente necesaria para que este fruto sea posible: mantenerse unido a Jesús, entendiendo siempre que esa unión no puede ser ni una experiencia intimista cerrada al Mundo ni mucho menos una adhesión de tipo fanático y, por tanto, excluyente. Resumiendo. Estas son las exigencias fundamentales que nos plantea este texto: nuestra unión con Jesús y la coherencia de nuestra vida con esa adhesión, nuestra responsabilidad en la construcción de la comunidad y, con la comunidad, nuestro compromiso en la transformación de nuestro mundo. |