Domingo 1º de Tiempo Ordinario
Bautismo del Señor -
Ciclo A

12 de enero de 2020
 

Bautismo y compromiso

    Dios estaba con él. Se supo desde el momento de su bautismo; y fue quedando claro al verlo actuar: fiel a su compromiso de amor hasta la muerte; firme en su decisión, claro y riguroso en la denuncia, pacífico, no violento en sus métodos; y coherente con el nuevo derecho que se había comprometido a implantar y que incluía el  devolver la vista a los ciegos y la libertad a todos los oprimidos y encarcelados.

 



Siervo de Yahvéh


    En la segunda parte del libro del profeta Isaías, aparece un personaje que se conoce como el Siervo de Yahvéh y que, según la interpretación más probable, se trata de un personaje literario que simboliza al pueblo de Israel. Posteriormente, en el Nuevo Testamento, se usarán los poemas que se refieren a él para describir la misión de Jesús (también se aplicarán a otras personas, como a Pablo, en el libro de los Hechos). En concreto, el fragmento que leemos hoy como primera lectura lo usa el evangelio de Mateo (12,18-21) para describir la misión de Jesús; y en el evangelio de hoy también resuenan algunas frases del mismo poema.
    La misión del siervo consiste en traer e implantar el derecho a las naciones, es decir, en proponer un nuevo modo de vida conforme a la justicia de Dios; en el contexto del evangelio debemos entender esta propuesta como una manera de vivir que toma como norma la justicia tal y como la entiende Jesús y que él resumirá en el sermón del monte, en las bienaventuranzas: Una manera de vivir que supone romper con los valores de este mundo -riqueza, poder, privilegios-, para sustituirlos por los valores del Reino de Dios: solidaridad, servicio, fraternidad.
    Esta misión, que abarca a toda la humanidad ya en el texto de Isaías -«para que traiga el derecho a las naciones»- se realizará con firmeza y con constancia -«Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas»-, pero sin violencia -«No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará»-.
    A realizar esa tarea es a lo que Jesús se compromete en su bautismo.



Las incertidumbres de Juan


    El bautismo era un signo de muerte a un mundo viejo y de vida nueva: los que se acercaban a recibirlo querían indicar con el gesto de sumergirse bajo el agua (se bautizaban en un río o en una piscina) que allí quedaba sepultada toda su injusticia y su pecado; querían significar que daban muerte al estilo de vida que llevaban hasta ese momento y que estaban dispuestos a abandonarlo. La salida del agua era el signo de un compromiso: no volver a comportarse como antes y poner en práctica la justicia de Dios. De este modo, salían preparados para recibir la enseñanza sobre el nuevo derecho, el nuevo modo de vida que el Mesías les iba a proponer.
    Aquel Hombre que se le acerca, sin embargo, estaba totalmente limpio y no tenía nada de qué arrepentirse; así lo entendía Juan, que se resistía a dejar que Jesús se bautizara.
   
Mateo da por supuesto que el Bautista, en cuanto ve acercarse a Jesús, lo reconoce como aquél a quien él está preparando el camino; por otro lado, el evangelista ya nos ha dicho que Jesús es el hombre totalmente nuevo (Mt 1,18-24 domingo 4º de adviento): él no era cómplice ni mucho menos culpable de injusticia alguna y, por tanto, ninguna injusticia tenía que abandonar. Resulta lógico que Juan no quisiera bautizarlo: «Soy yo quien necesita que tú me bautices, y ¿tú acudes a mí?».
    Pero no era competencia de Juan ir decidiendo cómo había que realizar  el plan de Dios, cómo debería desarrollarse el proyecto que el hombre Jesús estaba dispuesto a cumplir fielmente basta el final.



Solidaridad y compromiso

    Dos aspectos podemos destacar del bautismo de Jesús.
    Por un lado, y al contrario que los buenos de aquel tiempo, quiso mezclarse con los pecadores («Acudía en masa la gente... y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados»), quiso ponerse al lado de la gente de mal vivir. Su gesto solidario se repetirá en adelante, cada día, hasta su muerte: vivirá y morirá acompañado de ladrones, prostitutas, marginados..., que vislumbraban en su mensaje el camino para construir una sociedad en la que nadie tuviera que robar ni poner su cuerpo a la venta, en la que nadie fuera excluido de la convivencia.
    Por otro lado, Jesús quiso también representar y anticipar en aquel rito su muerte y su compromiso: él no tenía que morir a ninguna injusticia; su bautismo fue el anuncio de la muerte que estaba dispuesto a sufrir (véase Mc 10,38; Lc 12,50) para que la esperanza de los desgraciados pudiera lograrse. El bautismo de Jesús no miraba al pasado, sino al futuro. Al bautizarse Jesús se está comprometiendo a cumplir todo lo que Dios quiera, esto es, a luchar por una nueva humanidad que vive de acuerdo al derecho anunciado en el libro de Isaías y que será renovado y llevado a plenitud en el sermón de la montaña; y a darlo todo en esa lucha, hasta la propia vida si fuera -como fue- necesario.



Este es mi Hijo

    Este fue el momento en el que públicamente se comprometió Jesús a jugarse la vida con todas sus consecuencias por amor a la humanidad, luchando para dar vista a los ciegos, sacar a los cautivos de las prisiones... y curar a todos los oprimidos por cualquier causa, dando a los hombres la posibilidad de organizarse como una familia e indicándoles el camino para llegar a transformar este mundo en un mundo de hermanos.
    Por eso, porque el de Jesús fue un gesto radical de fraternidad, el Padre eligió éste momento para hacer público que aquél hombre era Hijo suyo, y que él nos iba a enseñar a ser también sus hijos si estábamos dispuestos a escucharle: «Jesús, una vez bautizado, salió enseguida del agua. De pronto quedó abierto el cielo y vio al Espíritu de Dios bajar como paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo dijo: Este es mi hijo, el amado, en quien he puesto mi favor».
   
Así anticipa el evangelista algo que se irá revelando a medida que vaya realizando su misión: que -con palabras del apóstol Pablo- «Dios estaba con él». Esa presencia la fue manifestando su entrega, su fidelidad al compromiso asumido en el bautismo, pues su amor a todos -«pasó haciendo el bien»- reveló y realizó el amor de Dios a la humanidad.



Estamos bautizados

    Estamos bautizados. ¿Y eso qué significa? ¿Qué supone para nosotros el estar bautizados?
    ¿Que hemos roto con los valores que sostienen nuestra injusta y cruel estructura social?
    ¿Que estamos dispuestos a jugarnos el tipo para que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna, en la que lo más fácil sea la solidaridad y el amor al estilo de Jesús?
    ¿Que somos conscientes de que todos los hombres estamos llamados a ser hermanos y que trabajamos por que sea así?
    El bautismo de Jesús debía ser el modelo para el bautismo de sus seguidores (aunque éstos sí necesitarán romper con cualquier tipo de complicidad con la injusticia). Según esto, ¿es nuestro bautismo semejante al de Jesús?  O lo que es igual: ¿es nuestro compromiso, en cuanto bautizados, semejante al de Jesús de Nazaret?

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