21 de julio de 2019 |
¿Contemplación o acción?
¿Y quién nos obliga a elegir? Más aún, ¿es posible elegir? Ni acción sin contemplación ni profundizar en el conocimiento del mensaje de Jesús para olvidarse luego de ponerlo en práctica. Esta es la única cosa importante: conocer el mensaje de Jesús y realizarlo unidos a él.
Texto y breve comentario de cada lectura | |||
Primera lectura | Salmo responsorial | Segunda lectura | Evangelio |
Génesis 18,1-10a | Salmo 14,2-5 | Colosenses 1,24-28 | Lucas 10,38-42 |
Un alto en el camino
La parábola del buen samaritano terminó con esta recomendación de Jesús al jurista que lo había interpelado: «Pues anda, haz tú lo mismo». Pero ese consejo era la conclusión de una parábola con la que Jesús trató de explicar una de las exigencias de la antigua alianza. ¿Era eso todo lo que tenía que decir Jesús? ¿Seguían siendo los antiguos mandamientos la norma para sus seguidores? De hecho Jesús había formulado algunas exigencias que superaban con mucho las de la antigua religión judía (Lc 6,20-36) y que incluso las contradecían (Lc 6,1-11). ¿Cómo saber entonces qué es lo propio de la comunidad cristiana?
La escena que cuenta el evangelio de hoy se desarrolla en un escenario totalmente nuevo: una aldea en donde dos hermanas reciben y dan hospitalidad a Jesús. Nada se dice de los discípulos ni del resto de seguidores de Jesús (incluidos en el relato sólo por el uso del plural al principio: «iban de camino»); por otro lado, a Jesús se le llama, por dos veces, “el Señor”. Todo esto indica que, más allá del valor histórico de esta narración, Lucas refleja la situación de la comunidad para la que escribe y pretende ofrecer un ejemplo para cualquier comunidad: se trata de una propuesta de reflexión, un alto en el camino, para descubrir «lo verdaderamente importante».
¿Que hacer? ¿como escuchar?
Marta y María representan dos maneras de entender el seguimiento de Jesús. Marta se dispersa en múltiples tareas, es una mujer servicial, incansable, atenta seguramente a todo lo que pudiera necesitar Jesús y cualquiera de los que iban con él. Lo que hace está seguramente bien, pero ¿qué es lo que hace? y ¿con qué criterios actúa? Podemos pensar que, puesto que no se había parado a escuchar a Jesús, su actividad no irá mucho más allá de las exigencias del Antiguo Testamento y que, ya que no les presta mucha atención, acabará por interpretar las palabras de Jesús de acuerdo con las viejas tradiciones.
María, por el momento, no hace nada: escucha a Jesús; sólo a Jesús. Es lo que había que hacer, según la voz del cielo que acabó con las ilusiones de Pedro en el episodio de la transfiguración (pretendía escuchar a la vez, valorándolos a la par, la Ley y los Profetas y el mensaje de Jesús): «Este es mi hijo, el Elegido. Escuchadlo a él. Al producirse la voz, Jesús estaba solo» (Lc 9,35-36).
El mensaje de Jesús resulta tan radicalmente nuevo que no se entenderá si no se le presta toda la atención; lo acabaremos falseando si lo escuchamos con la atención dispersa por demasiadas preocupaciones, y se acabará adulterando si se pretende hacerlo compatible con prácticas o mensajes ya superados. Por eso María «ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará»: María se ha centrado en las palabras de Jesús, en la Buena Noticia.
Sólo una cosa es necesaria
Lucas ni siquiera plantea aquí la cuestión que, según la interpretación que se ha hecho tradicionalmente, se trataba en este pasaje: qué es más importante, la contemplación o la acción. Lucas ya ha resuelto este problema; porque escuchar a Jesús sólo tiene sentido si después se «pone por obra» el mensaje que se ha escuchado (Lc 8,21; 11,28). El problema es otro: qué es lo verdaderamente importante para el seguidor de Jesús, de dónde debe extraer los criterios para su vida (tanto para la contemplación como para la acción) entera; cuál es su tarea específica. Con este relato, Lucas quiere transmitir a su comunidad este principio: sólo en Jesús se encuentra la respuesta; lo único importante es el mensaje de Jesús, el proyecto de Jesús, la Buena Noticia de Jesús Mesías.
No estaría de más que la comunidad cristiana hiciera un alto en el camino para ver cuáles son las fuentes de donde se nutre y el objetivo al que se dirige; no estará de más analizar si no hay una serie de preocupaciones que, aunque sean más o menos importantes, nos están haciendo olvidar el proyecto global de Jesús de Nazaret: buscar que Dios reine y que se implante su justicia y hacer así que este mundo se convierta en un mundo de personas libres porque han llegado a ser hijos y que se quieren como hermanas (Lc 4,14-21; 6,17.20-26. 27-38; 7,36-8,3; 15,1-32).
Por supuesto que sin caer en fundamentalismos de ningún tipo, respetando la autonomía de la ciencia y de la técnica, de la filosofía y de la ciencia y del pensamiento y la acción políticos; pero sabiendo que para nosotros la piedra de toque es siempre el mensaje y, sobre todo, la persona de Jesús de Nazaret..
Para toda la humanidad
Uno de los peligros que podían estar acechando a Marta era, sin duda, el nacionalismo excluyente, propio de los judíos observantes y consecuencia de una equivocada interpretación de las promesas y del sentido de la elección de Israel: Israel había sido elegido para empezar un proyecto que no se agotaba en el mismo Israel, sino que se dirigía, en última instancia, a toda la humanidad.
La segunda lectura deja claro que los límites han quedado ya definitivamente superados, que la etapa de la elección de Israel era provisional y que esa elección se engloba en otra más amplia: la promesa culmina en Jesús de Nazaret, en su mensaje, en su proyecto; y en Él se abre a la humanidad toda porque a esa humanidad -dentro de la cual están los colosenses y los mismos israelitas- pertenece el Mesías.
Y, como enseña el mismo Pablo en otros pasajes, para beneficiarse de esa promesa no hace falta pasar por el judaísmo -ni por las tradiciones romanas, podríamos decir hoy-, no hace falta que nadie renuncie a sus tradiciones, a sus costumbres, a su manera de expresar la relación con Dios... Lo único incompatible con el mensaje de Jesús es todo aquello que impide al hombre sentirse como hijo libre en sus relaciones con Dios y como hermano en sus relaciones con los demás seres humanos. Entender y acoger en toda su radicalidad esta novedad del mensaje de Jesús... eso lo verdaderamente importante.
En un mundo tan interrelacionado como el nuestro, este núcleo irrenunciable del mensaje de Jesús podría ser el punto de encuentro de tradiciones y culturas, de cosmovisiones e, incluso, de religiones: la revelación de un Dios que se ofrece a ser Padre de todos para que, siendo todos hijos suyos, los hombres -todos- se traten como hermanos. Alcanzaría así su cénit la “historia de la promesa” que comienza con Abraham, figura eminente para las tres grandes religiones monoteístas.