1 Para que seamos libres nos liberó el Mesías; conque manteneos firmes y no os dejéis uncir de nuevo al yugo de la esclavitud. 13 A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad; solamente que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario; que el amor os tenga al servicio de los demás, 14 porque la Ley entera por la acción del Espíritu, queda cumplida con un solo mandamiento, el de «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18). 15 Cuidado, que si os seguís mordiendo y devorando unos a otros, os vais a destrozar mutuamente. 16 Quiero decir: proceded guiados por el Espíritu y nunca cederéis a deseos rastreros. 17 Mirad, los objetivos de los bajos instintos son opuestos al Espíritu y los del Espíritu a los bajos instintos, porque los dos están en conflicto. Resultado: que no podéis hacer lo que quisierais. 18 En cambio, si os dejáis llevar por el Espíritu, no estáis sometidos a la Ley. |
La frase con la que comienza la lectura resume una larga disertación de Pablo sobre la libertad cristiana. La afirmación es clara y tajante: el objetivo de la misión de Jesús de Nazaret fue obtener la libertad para la humanidad y, en concreto, para aquellos que quieran aceptar el don del Espíritu que, a los que se abren a él, los hace hijos y, por eso, libres y hermanos (Gal 4,6-7). La libertad a la que se refiere Pablo debe entenderse de acuerdo con la oposición hijo-siervo, propia de una sociedad patriarcal: en la misma «casa» convivían y formaban parte de la misma «familia» los hijos, con sus respectivas familias, y los siervos; quizá el pasaje en el que con más claridad se expresa qué significa ser hijo es la parábola de Lucas conocida como «el hijo pródigo», en la que se puede apreciar el distinto estatuto personal de hijos y siervos: «A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado...» El hijo mayor se comportaba como un siervo obediente; no había descubierto que era hijo libre y que como tal lo quería el padre: «...Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!» (Lc 15,11-32). Los vv. 2-12 (no se leerán en la celebración del domingo) ponen de relieve que se trata, sobre todo, de la libertad respecto a la ley mosaica y dejan ver una cierta oposición dentro de los cristianos de origen judío a la misión y al mensaje de liberación que propone Pablo. Éstos pretenden que, para hacerse cristiano haya que ser antes judío y circuncidarse, sometiéndose así a la ley mosaica; de este modo, dice Pablo, se «está ya neutralizado el escándalo de la Cruz.» (5,11) La vocación cristiana, por tanto, es ser libres. Dios nos llama a la libertad, por medio del Mesías Jesús. En consecuencia, porque somos hijos, somos libres; y porque somos hijos libres, podemos y debemos vivir como hermanos; de este modo la libertad se convierte en el suelo adecuado para que pueda germinar el amor fraterno: «A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad; solamente que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario; que el amor os tenga al servicio de los demás.» Pablo propone el paso de la servidumbre -el sometimiento a la Ley- al servicio -el don de sí mismo en favor de los demás. Un servicio que nace de la libertad y es expresión de amor y, por tanto y por su propia naturaleza, es liberador. Se trata del mismo mensaje del pasaje joánico del lavatorio de los pies (Jn 13,1-15). El amor es, además, fruto de la libertad que nace de la acción del Espíritu (Gál 5,22), presente allí donde hay libertad (2Co 3,17) y opuesto a la influencia de los bajos instintos, es decir, de los impulsos que nos llevan a comportamientos contrarios al amor y al respeto a la dignidad de nuestros semejantes (Gál 5,19-24). |