15 1 Os recuerdo ahora, hermanos, el evangelio que os prediqué, 2 ese que aceptasteis, ese en que os mantenéis, ese que os está salvando..., si lo conserváis en la forma como yo os lo anuncié; de no ser así, fue inútil que creyerais. 3 Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido: que el Mesías murió por nuestros pecados, como lo anunciaban las Escrituras, 4 que fue sepultado y que resucitó al tercer día, como lo anunciaban las Escrituras; 5 que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. 6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto. 7 Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos. 8 Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo. 9 Es que yo soy el menor de los apóstoles; yo, que no merezco el nombre de apóstol, porque perseguí a la Iglesia. 10 Sin embargo, por favor de Dios soy lo que soy y ese favor suyo no ha sido en balde; al contrario: he rendido más que todos ellos, no yo, es verdad, sino el favor de Dios que me acompaña. 11 De todos modos, sea yo, sean ellos, eso es lo que predicamos y eso fue lo que creísteis. |
Probablemente la cuestión de la resurrección había sido planteada a Pablo en una carta que los corintios le escribieron, carta a la que él alude antes (7,1). Pablo responde recordándoles el núcleo de la predicación primitiva en este sentido: Jesús murió y resucitó, y sus discípulos (Pedro, los Doce, más de quinientos hermanos, Santiago y el mismo Pablo) han experimentado su presencia y son testigos de que su vida ha vencido a la muerte. Pablo se coloca a la misma altura que el resto de los apóstoles, aunque no por sus méritos, sino como consecuencia del favor de Dios. Él, por su parte, ha cumplido con la tarea apostólica como el que más. En cualquier caso, dice, el mensaje de todos los apóstoles es el mismo y es el que él predicó. |