⁵ El Mesías, al entrar en el mundo dice él: Sacrificios y ofrendas no los quisiste, en vez de eso, me has dado un cuerpo a mí; ⁶ holocaustos y víctimas expiatorias no te agradan; ⁷ entonces dije: «Aquí estoy yo (en un título del libro está escrito de mí) para realizar tu designio, Dios mío» (Sal 40,7-9 LXX).
     ⁸ Primero dice: «Sacrificios y ofrendas, holocaustos y víctimas expiatorias ni los quieres ni te agradan» -éstos son los que manda ofrecer la Ley- ⁹ y después añade: «Aquí estoy yo para realizar tu designio” (Sal 110,1). Deroga lo primero para establecer lo segundo.
     ¹⁰ Por esa voluntad hemos quedado consagrados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesús Mesías, única y definitiva.

     La carta a los Hebreos explica que la antigua Alianza ha quedado obsoleta, ha perdido su vigencia y ha sido sustituida por la nueva (véase, p.ej.: Heb 8,7-13). La entrada de Jesús en el mundo de los hombres ha revelado ya con total y definitiva claridad que las relaciones del hombre con Dios no pueden reducirse a la participación en ceremonias de culto.
     Con palabras de un salmo (39/40,7-9), interpretado como profecía mesiánica, el autor de la carta a los Hebreos explica que el único acto de culto verdaderamente válido es una vida entregada a la realización del proyecto de Dios. Ese acto de culto, -la ofrenda del cuerpo del Mesías, única y definitiva- lo celebró ya Jesús Mesías y a él han sido incorporados los cristianos -el autor de la carta y sus lectores-; desde ese momento, los antiguos sacrificios han quedado derogados.