2 Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; 3 mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren; 15 apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella; 16 los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; 17 pero el Señor se enfrenta con los malhechores para borrar de la tierra su memoria. 18 Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; 19 el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. 20 Aunque el justo sufra muchos males, de todos los libra el Señor; 21 él cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. 22 La maldad da muerte al malvado, y los que odian al justo serán castigados. 23 El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él. | | Salmo alfabético, de alabanza y, especialmente en la segunda parte, de estilo sapiencial (el mismo salmo que los últimos domingos, con una selección distinta en las últimas estrofas). Comienza con una invitación a los humildes para que, siguiendo su ejemplo, entonen un himno de alabanza en el que se proclame la grandeza del Señor. Esa misma proclamación, en tanto que reconoce el carácter salvador de la acción de Dios, será causa de gozo y alegría para quienes entonan el himno. La experiencia del salmista ofrece el fundamento para la motivación de la alabanza: Dios ha respondido a su oración liberándolo de todos sus miedos; por eso, los que como él busquen a Dios obtendrán una respuesta semejante a la que él recibió. Los últimos versos seleccionados para la celebración eucarística de este domingo afirman que Dios no abandona nunca al que le es fiel, a pesar de lo que puedan decir las apariencias; y que en la confrontación justicia/injusticia, malhechores/afligidos, Dios toma partido y se pone permanente del mismo lado: escucha siempre al afligido que se dirige a él y su respuesta es siempre redentora, esto es liberadora. |